jueves, 28 de abril de 2016

El Numen Siniestro - Capítulo I "Fuego inextinguible"

Tras el bombardeo de la base e instalaciones aledañas, el complejo ardió salvajamente, alimentándose las llamas con el calor de las nuevas explosiones que ocurrían aquí y allá, formándose torbellinos de fuego implacables que lo fundían todo a su paso. La pequeña península pasó, de lugar seguro, a trampa mortal, atrapando a los supervivientes entre un muro abrasador y el oleaje. Sin ninguna vía de escape, los desgraciados se agolpaban frente al acantilado, acosados por la temperatura en ascenso y las chispas que se disparaban hacia ellos. Gritos desgarradores y un violento baile de brazos y torsos contorsionándose se podían apreciar con espeluznante claridad; este espectáculo dantesco lo contemplaban desde el mar los que consiguieron escapar y se mantenían a salvo en el enorme trasatlántico. Casi todos guardaban silencio, consternados, pero algunos gimoteaban y suspiraban agónicamente; destacaban por su intensidad los gritos de mujer de una hermosa dama de aspecto refinado y exquisita belleza, que aún lucía su vestido de fiesta, rojo como la sangre, ahora triste premonición de seda del sorpresivo ataque.


-¡Sálvalos, sálvalos! ¡Tú puedes hacer algo! ¡Acerquémonos a la costa!

Doblada sobre sí misma, no paraba de llorar más que para seguir contemplando con angustia un instante, y luego volver a gritar e implorar.

-¡No! ¡Cómo puedes abandonar a tu hijo a este sufrimiento! ¡Es nuestro hijo!

El tornado de fuego era de unas proporciones descomunales ahora. Todos estaban muriendo vaporizados por el aire caliente o despeñándose presas del horror. Las últimas explosiones de llamas verdosas cesaron, pero aún continuaba la combustión, como si siempre encontrara alimento para seguir creciendo. Ella gritaba y se retorcía, repitiendo que su hijo estaba allí, y aunque se había resignado a haber visto a todos perecer, seguía pidiendo clemencia para él, uno de tantos en la multitud ya carbonizada.

El destinatario de sus súplicas permanecía impasible, en pie y firme, contemplando con serenidad el horror, justo al borde de la proa del barco. Parecía una escultura, vestido de blanco, con su peculiar levita de aire militar y marino, pero sin ser un uniforme realmente. Su porte era altivo, y hasta parecía esbozar una leve sonrisa por la comisura de la boca como si de un dios etrusco se tratara. Desde el principio valoró los daños y pérdidas humanas, y no hizo ni el más mínimo ademán de enviar botes a la costa: hubiera sido no sólo inútil, sino que los rescatadores también habrían sucumbido, y eso los seguidores lo suponían y obedecían a esta pasividad, pues habían aprendido a no cuestionar sus órdenes, no sólo por su iracunda reacción al ser siquiera preguntado, sino porque su inteligencia estaba muy por encima de cualquier suposición que ellos hubieran conjeturado. El fuego se reflejaba en el iris azul de sus ojos, dotándole de un semblante seductoramente demoníaco junto con los cabellos negros que completaban el retrato de este hombre singular. La joven madre, deshecha en lágrimas, había caído a sus pies, derrotada.

-Mujer, no llores; cuanto más lo hagas más tiempo tardarás en recobrar la cordura y darte cuenta de que tu hijo no es más que un fruto de tu vientre, una conformación de carne y sangre que nada te daba excepto la satisfacción de mirarlo. Razona: podrás tener más hijos.

Esto le dijo con su voz entonada mirándola desde arriba, ni un gesto amable hacia ella, sólo frialdad. Ella cesó el llanto y le miró a su vez con una expresión de reproche que no obtuvo respuesta.

Un viento extraño con olor a humo sopló desde tierra y les hizo volver la cabeza a todos hacia el interior del barco. La noche había sido terrible, pero ya cesó el peligro y esperaban que el Numen, así llamaban a su líder, les indicara qué hacer. Y así lo hizo.

-Recompónganse. Partimos a mar abierto.

Todos fueron hacia sus posiciones en el barco, los marinos a sus puestos, los demás a sus camarotes. Las bajas fueron cubiertas con personal aparente según instrucciones del capitán. Presto zarparon lejos de la costa, sin un rumbo fijado, sólo lejos de su antigua base.

El Numen y sus acólitos entraron en uno de los amplios despachos. Tras él iba la dama del vestido rojo, con sus lágrimas enjugadas, pero el rostro dañado por el llanto y el sufrimiento.

-¿Qué ha sido esto, un error de cálculo?- se atrevió ella a inquirir en tono de recriminación.

Entonces fue ella la que recibió una mirada fulminante por respuesta.

-¿Estamos a salvo, al menos?

-Totalmente. El camuflaje del Inicuo es perfecto, lo más probable es que ni siquiera se hayan percatado de su existencia. Ve a descansar, Ariadna, necesitarás fuerzas.

-¿Un nuevo plan?- preguntó ella con intensidad. Y se retiró a su camarote tras un breve silencio.

Un error de cálculo... Esa idea le atormentó por un momento, mientras paseaba por el despacho y los demás le seguían con la mirada. No estaba acostumbrado a tener fallos, pero exitía el factor sorpresa. Tantas variables a tener en cuenta para calcular la totalidad de la realidad que alguna se le escapaba de vez en cuando...

-Señores, esto no quedará así- dijo, al fin, a sus esbirros. -Quiero un inventario de nuestros recursos, un recuento de bajas y supervivientes, un nuevo emplazamiento para nuestra base, tal vez en Sudamérica, no descartemos Asia...- Según hablaba señalaba con el dedo a cada persona indicada para realizar la tarea, que partía a ella inmediatamente. -Quiero una investigación exhaustiva de quién ha organizado tamaño desastre, quién ordenó el bombardeo, quién pilotaba los aviones, quiénes han sido todos y cada uno de los responsables...- Esto lo dijo muy despacio, hablando con la mirada clavada en su personal de confianza, bajando el tono, lo que causaba aún más temor y exigencia si cabe, y ellos entendieron la importancia que le concedería a la obtención de esta información, saliendo sin dilación a organizar un equipo de detectives y espías que se prepararon someramente y volvieron en una lancha a tierra para cumplir con la labor encomendada. -Quiero contacto con nuestros proveedores y que preparen una nueva remesa, aún sin decirles lugar de envío. Celeridad. Sobre todo necesito saber cuánto personal especializado hemos perdido. A trabajar- despidió a todos y quedó a solas en el despacho.

Se desabrochó la levita. Un error de cálculo... No; sabía que podían atacarle, como ya lo hicieron otras veces y fueron repelidos por sus fuerzas de seguridad. Esta vez el hecho era algo demasiado brutal, desde el aire, algo que no esperaba de un gobierno civilizado. Civilización: extraño concepto. Habían, no sólo destruido todo lo que él y su grupo construyeron durante los últimos casi cinco años, sino pasado por encima de las vidas de tantos, y habían incluso matado a su hijo. No fue un error de cálculo, sino una fórmula errónea. Una variable a descartar para siempre de sus ecuaciones: humanidad, civilidad, respeto. Nadie respeta nada, llegado el momento, y es cierto que en el amor y en la guerra todo vale. Corregido este fallo para siempre en su privilegiada mente, nunca más contar con la benignidad del género humano, ni de ningún otro.

El Numen escribió con pluma en su diario la fecha, y puso al lado: noche trágica. Llamaron a la puerta y le trajeron las listas de supervivientes y desaparecidos, dados por fallecidos todos. Repasó los nombres, puesto que conocía a todos y cada uno de ellos personalmente, y entre los nombres apareció el de su hijo, sin un lugar especial, uno de tantos, como le gustaba a él considerarle y como le estaba educando. Muchos científicos y personal especializado habían sucumbido, los que no quisieron acudir a la fiesta en la que los demás bailaban, ajenos al horror que les esperaba. La sala de fiestas y las dependencias comunes tenían las salidas de emergencia subterráneas que les condujeron a los botes salvadores, los que les permitieron llegar al Inicuo. Las áreas de trabajo quedaron aisladas y la barrera de fuego hizo el resto. Los productos químicos inflamables dejaron sin opciones al grupo.

Anotó en el diario una somera descripción de lo ocurrido: tres aviones indeterminados bombardearon las instalaciones, creando un gran incendio y con el conseguiente resultado. Mejoras para la futura base: camuflaje similar al del Inicuo para todo el complejo, por más caro que resulte; salidas de emergencia en áreas de trabajo también y planes de emergencia y evacuación actualizados al nuevo nivel de la amenaza. Captación de nuevos cerebros y afines para reponer bajas. Revisar líneas de finanzación por si las pérdidas se repitieran.

El camuflaje será fundamental, puesto que en cuanto el gobierno descubrió sus instalaciones se empeñaron en inspeccionar las actividades. Y muchas eran ilegales, claro. Estaba fabricando armas químicas y experimentando con lo que nadie da permiso. ¿Cómo si no rompiendo las barreras mentales iba a llegar a dominar la materia y la vida misma? La moral al uso impide cualquier avance con sus melindres, mientras que es un contrasentido: ¿no debería ser inmoral el impedir la cura para cada enfermedad y mal, la búsqueda de la eternidad en vida? La gente pequeña de mente es la despreciable. Qué pocos se salvan de ese fanatismo, de la cincha mental de la mal llamada ética. Y mil peticiones escritas de que cesaran sus actividades, y multas, desoídas todas ellas, e intentos por la fuerza de desalojar las instalaciones... Fuerza combatida con fuerza y sagacidad. Pero alguien no estaba dispuesto a consentir el trabajo dentro de Daemon, y ordenó ese bombardeo cobarde. Sería el ejército o algún comando secreto, pero desde luego que no iba a quedar impune ese ataque. Si en algo creía el Numen, a parte de en el poder de la inteligencia y los resultados de la Ciencia, era en la venganza, una satisfacción que se daba el capricho de ofrendarse, puesto que todo, todo, parte de su voluntad personal, de hacer lo que él quiere y como lo quiere. Y para eso trabaja y en eso consiste su existencia: para obtener su capricho.

Volvieron a llamar a la puerta y le trajeron varios mapas y cartas de navegación con posibles ubicaciones para los nuevos laboratorios e instalaciones. Los estudió un momento, aunque casi todos reunían las características precisas. Cuando ocurría que la razón no le hacía preferir ninguna opción, sacaba de su bolsillo interior algún objeto mágico con el que jugar y que le ayudara a decidir; esta vez, un mazo de naipes. Barajó y colocó una carta en cada emplazamiento en los mapas. Las volteó. Una le hizo sonreír. -Construiremos aquí Nuevo Daemon. Vayan haciendo los preparativos pertinentes, en breve les pasaré los planos mejorados y las especificaciones.

La noche fue larga, y dibujó y escribió hasta el amanecer, mientras el barco subía y bajaba levemente, rumbo a lo desconocido. Cuando todas las órdenes pertinentes fueron dadas, se concedió el descanso, aseándose en sus aposentos y reposando. Pero otra vez llamaron a su puerta. Alguien entró despacio.

-Ariadna, ¿a qué vienes, quieres tener otro hijo?

-No, sólo quiero consuelo.

-Está bien, ven a dormir conmigo.

El Númen la abrazó complacido con el perfume de su melena limpia y el tacto suave de su piel y se entregó a los sueños, confiado.

-Señor, ¿está despierto? Tenemos informes de nuestro equipo en tierra. Sabemos quiénes son los culpables del desastre de anoche. Todos y cada uno de ellos.

-Bien. Que se preparen todos. La guerra ha comenzado y no tendrá más fin que sus terribles muertes. Arderán en un fuego inextinguible. He soñado cómo darles caza.



Fin del primer capítulo.  

Madame Eloise


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