PRIMER PREMIO: Clepsidra (Antonio Torrico)
El Profesor estaba convencido de ello: los Sagrados Segundos no eran más que personas como él, como Jessica o como el chico que le traía piezas de la tienda cuando las necesitaba. Gente de carne y hueso que había desarrollado su intelecto hasta tal punto que habían encontrado la forma de construir sofisticadas máquinas. Ingenios maravillosos que les conferían capacidades a las que sus antepasados juzgaron como propias de los dioses. Según relataba el Libro del Tiempo, en la hora cero los Sagrados Segundos habían descendido al mundo en maravillosos barcos flotantes para hacer entrega al Hombre de Clepsidra. Un gigantesco reloj al que los aldeanos adoraban como a un dios. Algo a lo que el Profesor se había negado siempre.
Acorde con sus ateas creencias, estaba construyendo un artilugio que superaría a aquella deidad mecánica. Un ingenio mucho más sofisticado que los rudimentarios relojes domésticos que los habitantes de la aldea fabricaban para poder formar parte de la comunidad.
Un artefacto cuyo nivel tecnológico rivalizaría con la maquinaría de los Sagrados Segundos. Se trataba de una enorme torre del reloj con una capacidad única: invertir el tránsito del sol en el cielo. Un ingenio maravilloso que haría retroceder los años al antojo de sus manecillas, de sus engranajes y sobre todo, de su creador. Algo capaz de enviarle de vuelta a sus años de juventud y anticiparse a la muerte de Jessica. Evitar aquel trágico accidente para poder tener la vida que debió haber tenido junto a ella y que un estúpido giro en el destino le arrebató para siempre.
Cuarenta años habían pasado desde aquello. Cuarenta años maldiciendo su suerte y negándose a aceptarla. Cuarenta años envejeciendo en un infierno de soledad y remordimientos que muchos decían que habían acabado por volverle loco. Pero ahora, después de tanto tiempo, sus planes parecían por fin al alcance de la mano.
Hacía tiempo que su torre del reloj había superado con creces en altura a Clepsidra. Al atardecer, su profano ingenio arrojaba sombra sobre la deidad reloj, cosa que los lugareños no veían con buenos ojos. El concepto del tiempo era sagrado en toda la aldea, al igual que Clepsidra, por lo que pronto la máquina del Profesor fue tachada de impía por sus vecinos.
Muchos intentaron disuadirle de que continuara con su construcción, insistiendo encarecidamente en que desmontara ese abyecto monolito que atentaba contra sus más profundas creencias. Cuando el Profesor explicaba a los miembros de la aldea que más que un reloj era una máquina que le permitiría retroceder en el tiempo, ellos siempre reaccionaban con indignación. Nadie podía alterar el curso de la vida. Clepsidra así lo ordenaba con cada tic tac de sus agujas. La vida era de una sola dirección, y alterar su curso solo podía traer consecuencias funestas.
En un momento de duda, el Profesor se tomó un minuto para echar un vistazo al horizonte de creencias payesas de las que sus vecinos hacían gala. Quizás tuvieran razón y la vida solo fuera eso: comer, evacuar y prepararse para morir el día en el que Clepsidra considerara que tu tiempo había acabado. Luego echaba la vista atrás y veía a Jessica muriendo víctima de un destino tan absurdo como evitable. Poco después volvía a ponerse manos a la obra en su particular invento.
Una mañana de primavera el mecanismo invertido de su ingenio comenzó a funcionar. El sonoro tic tac de su reloj enmudecía el de Clepsidra. Sus manillas giraban en sentido inverso, y su esfera marcaba diecisiete horas. El resultado de unos complejos cálculos llevados a cabo por el anciano creador del ingenio. Un resultado que casualmente coincidía con la edad que tenía Jessica el día en que murió.
El Profesor estaba exultante. En diecisiete horas su reloj le devolvería todo lo que hacía tanto había perdido: amor, juventud y cordura. Diecisiete horas para que por fin se enmendara el error que cometió permitiendo que la vida siguiera su caótico curso y poder volver junto a ella.
No habían pasado ni dos horas desde que su invento iniciara su funcionamiento cuando el pueblo entero se reunió a las puertas de lo que habían dado en denominar temerosamente como “la torre del contra tiempo”. Liderados por La Voz de Clepsidra, el portavoz local de la deidad reloj, exigían furiosos el desmantelamiento de la máquina. El Profesor les explicó que en unas quince horas él ya no se encontraría allí, así como tampoco su máquina, y les suplicó que le concedieran tiempo hasta entonces antes de tomar una resolución sobre su invento.
“¡Eso no es tiempo!” exclamó fuera de sí el portavoz de Clepsidra señalando aquella gigantesca esfera que se encontraba sobre ellos. El resto de aldeanos detrás de La Voz sopesaron la petición del Profesor. Después de todo, cuando hubieran pasado las quince horas restantes sin que nada pasara, el anciano inventor se daría cuenta de su error y su locura terminaría. La Voz de Clepsidra estaba furioso, e incitaba a los aldeanos para que destruyeran aquella máquina atroz. Sin embargo todos conocían la tragedia por la que el Profesor había pasado hacía tanto tiempo ya. Jessica había sido muy querida en la aldea, y sus habitantes aún lamentaban la muerte de la joven, por lo que disuadieron de sus planes a aquel tétrico hombre de la túnica oscura que creía hablar en nombre de Clepsidra para conceder al Profesor el tiempo que pedía.
En el interior de la torre del contra tiempo, su creador se preparaba para el viaje de la única forma que sabía: mirando fotos antiguas de Jessica que aún conservaba en papel leptográfico. Fotos que mantenía escondidas en un polvoriento arcón y que se había prohibido a sí mismo contemplar en los cuarenta años que habían transcurrido desde aquel aciago día.
En la duodécima hora de espera algo comenzó a fallar. El mecanismo empezó a emitir un ensordecedor y estridente ruido de fricción. Algo estaba fallando y el Profesor se lanzó desesperado a la maquinaria para intentar solucionarlo. Pero era inútil. Los gigantescos engranajes encima de él empezaban a desplomarse. En el exterior, los aldeanos apostados alrededor de la profana torre huían aterrados. Temerosos de que las pesadas piezas que se desprendían de la máquina del Profesor pudieran llegar a aplastarles.
Mientras, el portavoz de Clepsidra aprovechaba la ocasión para lanzar su sermón a voz en grito, señalando acusadoramente con el dedo la destrucción del ingenio y avisando sobre las consecuencias de desobedecer las consignas de Clepsidra así como de los Sagrados Segundos que lo trajeron ante ellos. Sin embargo, a pesar de la gravedad de su voz, sus labios no fueron capaces de esconder una sonrisa de satisfacción.
Cuando la destrucción cesó solo quedaba una estructura hueca de lo que antes había dado en llamarse la torre del contra tiempo. En su interior, el Profesor agonizaba aplastado por las piezas desprendidas de su máquina. A través del velo sanguinolento que cubría su vista contempló una última vez la foto de Jessica que guardaba en el bolsillo. Pudo verla caminar de nuevo, de aquella forma grácil que ella tenía de hacerlo. La oyó una vez más riendo por cualquier tontería que él hubiera dicho y pudo sentir de nuevo sus labios contra los suyos.
Clepsidra había decidido que el tiempo del Profesor terminara cuando su máquina marcara la duodécima hora. En su infinita sabiduría tal vez hubiera considerado que aquella era la única forma de conceder a aquel infeliz anciano su más ferviente deseo.
Una excusa para la reina (Jorge Cabrera)
El carruaje se detuvo en un punto indeterminado del camino entre Chelmsford y Londres. La noche nos había alcanzado gracias a la persistente lluvia, pues había convertido el camino en un auténtico calvario para los caballos que estaban al otro lado de las riendas.
-Señores. -dijo el conductor mientras golpeaba la estructura de madera del vehículo-
-¿Qué ocurre ésta vez? -respondí hastiado por la acumulación de problemas-
-Algo extraño sucede. -fue su respuesta-
La reina Victoria nos había hecho llamar a la capital con tanta urgencia, que no habíamos tenido tiempo de preparar nuestro regreso adecuadamente. Al parecer, un asunto que concernia a unos brutales asesinatos ocurridos en nuestra ausencia, eran el motivo de su urgente llamada.
Cuando me asomé por la ventanilla del carruaje, pude ver que una niebla espesa impedía ver a más de diez pies de distancia. Además, un resplandor iluminaba todo con una potencia tal que impedía continuar avanzando, pues llegaba a cegar la vista totalmente. Los caballos se mostraron muy nerviosos y reacios a continuar el camino y relinchaban con bravura.
-¿Qué ocurre señor? -me preguntó mi ayudante al verme abrir la puerta-
-Hay algo que demanda nuestra atención. -le respondí mientras ponía un pie en tierra-
El conductor permanecía agarrado a las bridas para evitar el desboque de los animales.
-Acaba de aparecer, señor. -dijo con el temor agarrado a su garganta-
Agarré uno de los faroles que había colgando en los laterales del carruaje y miré como mi ayudante también descendía detrás de mí.
-¿Qué puede producir semejante fulgor en mitad de la noche? -dijo sorprendido-
-Es lo que debemos desentrañar, querido amigo. -fue mi respuesta- Espere aquí hasta que volvamos. -le ordené al conductor antes de partir-
Con el farol en una de mis manos y la compañía de mi ayudante me interné en aquella densa y luminosa niebla con la intención de conocer su origen.
El suelo que pisamos era lo único que podíamos percibir, cualquier atisbo de árboles o vegetación permanecían ocultos a nuestros ojos debido a la intensidad lumínica y la lechosa niebla. Tras andar una distancia considerable, no logramos encontrar su origen, y para nuestro asombro tanto la niebla como la luz desaparecieron gradualmente dejando el camino libre.
-Ciertamente, parece algo extraño. -dijo mi ayudante-
-Sí que lo es. -le respondí- sin duda deberíamos haber podido observar el origen de la luz, pero los dos fenómenos han desaparecido sin revelar su naturaleza. -dije mientras me acariciaba el mentón-
-Será mejor que volvamos al carruaje.
-Me parece buena idea. -respondí-
Empezamos a caminar sobre nuestros pasos, iluminados ésta vez sólo por el farol que portaba en mi mano. Cuando llevábamos un rato caminando, mi ayudante volvió a hablar.
-¿No deberíamos haber llegado ya? -dijo con preocupación-
-Sí, pero como puede observar no hay señal del carruaje, ni del cochero.
Aún así, decidimos seguir caminando un poco más antes de establecer nuestro estado como oficialmente extraviados en mitad de la noche.
-¡Mire señor, por allí se ven dos figuras que se alejan! -me indicó mi ayudante animado-
-Ya lo veo, pero me parece un poco extraño que no nos hayamos cruzado antes. -respondí pensativo-
-¿Qué quiere decir? -dijo con ansiedad-
-Teniendo en cuenta que nuestro carruaje ha desaparecido, podríamos barajar al menos dos posibilidades. -le anuncié- La primera es que el cochero haya huido por algún camino que no hemos visto durante nuestro paseo de vuelta y la segunda es, que estamos siendo víctimas de una banda de ladrones. -afirmé con la flema inglesa que me caracteriza-
-¿Y qué se supone que hagamos entonces? -preguntó contrariado-
-Tal vez lo más sensato sea caminar en dirección a Londres. Aunque hay mucha distancia y todavía queda mucha noche, es nuestra mejor opción por el momento.
Cambiamos de dirección y volvimos a recorrer el camino iluminados con la tenue luz del farol, ésta vez en dirección a la capital del reino.
-¡Gracias a Dios, alguien viene! -dijo mi ayudante aliviado-
Animado ésta vez por el tiempo que nos iba a demorar nuestro paseo, me animé a mover el farol de lado a lado para alertar de nuestra presencia a los dos solitarios caminantes. Después, como marcan las normas de nuestro singular gremio de caminantes nocturnos, nos fuimos acercando con cautela hasta encontrarnos a poca distancia.
-Buenas noches caballeros. -dijo una de las figuras-
-Buenas noches. -respondí con la misma cortesía-
Al acercarnos nuestra sorpresa fue mayúscula, pues descubrimos que éramos nosotros mismos los que estábamos enfrente nuestra.
-Sin duda, un encuentro singular ¿no cree? -me preguntó mi otro yo-
-Desde luego. -respondí contrariado-
Mi ayudante permanecía a mi lado como si la muerte le hubiera sobrevenido inesperadamente, y no era para menos. Su otro yo lo miraba con cara de sentirse avergonzado de sí mismo por la expresión que tenía en su rostro.
-¿Supongo que se dirigen a Londres? -Me interrogó mi otro yo-
-Así es, nuestro carruaje parece haber huido en la confusión de esta extravagante noche. -respondí con cierto temor-
-Eso parece, pero tal vez no sea así. -respondió con ironía-
Contrariados como estábamos, por aquel singular encuentro, comencé a pensar en lo que debíamos hacer para terminar con la situación en la que nosotros mismos no habíamos metido.
-Señores -dije- creo que nosotros volveremos para tratar de encontrar nuestro carruaje extraviado.
-Me parece una buena idea. -respondió mi otro yo-
-¿Está usted seguro, señor? -susurró mi ayudante nervioso y contrariado- hace un momento usted dijo que sería mejor ir hacia la capital.
-Sí, pero he cambiado de opinión. -dije con un gesto grandilocuente- Señores que tengan una buena noche. -dije para despedirnos de nosotros mismos-
-Igualmente para ustedes. -fue la respuesta-
Una vez más mi ayudante y yo empezamos a caminar sobre nuestros pasos, esta vez en busca del carruaje que nos había llevado hasta el lugar donde había empezado tan singular aventura.
Mientras caminábamos, sentí que la cabeza de mí ayudante hervía de pensamientos y preguntas por las que deseaba respuestas.
-Puede usted hablar, si lo desea. -le dije-
-Señor, no entiendo lo ocurrido ahí detrás. -dijo refiriéndose a nuestro encuentro-
-Yo tampoco entiendo la naturaleza que se encuentra detrás de tan extraño suceso, pero creo que empiezo a entender su funcionamiento. -respondí-
-¿Cree que éramos realmente nosotros, los que estábamos allí detrás? -preguntó con la curiosidad de un niño-
-Tal vez nunca lo sepamos, o tal vez sí, no obstante preveo que la luz de nuestro farol no dure demasiado.
-¿Cómo dice? -preguntó contrariado-
-Si se fijó usted en mi otro yo, el farol que portaba en la mano se encontraba apagado. -le aclaré-
Y aunque mis respuestas no le concedieron ningún alivio, éste se mantuvo en silencio una vez más, mientras seguíamos caminando en medio de la noche.
Finalmente y como si de una profecía se tratase, nuestro farol empezó a disminuir la intensidad de su iluminación y fue apagándose por la falta de aceite en su depósito. Mi ayudante y yo nos miramos en la oscuridad y volvimos la vista al camino que teníamos delante. Justo en aquel momento la luz de un farol nos llamó la atención por sus evidentes señales laterales.
-¿Cree usted? -balbuceó mi ayudante aterrado-
-Sólo hay una manera de averiguarlo. -le respondí mientras me ponía a caminar-
Como podrán imaginar, al acercarnos se volvió a producir nuestro singular encuentro, sólo que esta vez éramos nosotros, los otros. Al despedirnos, mi ayudante hizo un comentario de lo más perspicaz.
-Parece que estamos en una especie de laberinto de forma circular.
-Eso parece y uno en el que el tiempo también está perdido. -añadí-
-¿Cómo haremos para salir? -dijo con preocupación-
-Muy sencillo -le dije- he contado los pasos desde que tuvimos nuestro primer encuentro con nosotros mismos. Ahora sólo tengo que hacer un pequeño cálculo de los demás paseos que hicimos antes de llegar aquí y calcular el punto de entrada.
-¿Cree que funcionará?
-No puedo asegurarlo, pero en vista de los acontecimientos es nuestra única opción.
Medite sobre las distancias que habíamos recorrido y nos pusimos a andar, cuando los cálculos me llevaron a pensar que estábamos cerca de la entrada de aquel misterioso laberinto me paré en seco.
-¿Qué ocurre, es aquí? -dijo mi ayudante-
-Éso creo. -respondí-
-Pues no se ve el carruaje por ningún lado. -dijo desesperado- ¿que hacemos ahora?
-Tal vez sí gritamos el nombre del cochero podamos saber su ubicación. -dije con optimismo-
Animados por la necesidad de salir de allí empezamos a vociferar mientras andábamos por el camino.
-¡Por aquí. Le acabo de escuchar! -me gritó mi ayudante al rato-
Caminamos en dirección de donde provenía la voz, abrigados por una oscuridad que nos impedía ver.
-¡Gracias a Dios señores, llevo horas esperando, casi ha amanecido! -dijo el cochero aliviado al vernos llegar-
-Volvemos a Chelmsford. -dije mientras devolvía el farol a su lugar-
-¿Pero y el llamado de la reina? -dijo el cochero-
-Tendrá que esperar, el camino no es seguro.
-Como usted ordene señor Holmes. -respondió mientras hacía volver grupas a los caballos-
Sal y pimienta (Eric Rohnen)
El reloj en forma de locomotora tintineaba sobre la mesa y movía las ruedas marcando los segundos con el vaivén de la biela que las unía. Uno de los sirvientes mecánicos esperaba paciente detrás de su butaca, mientras que el otro se encontraba junto a la silla de su abuelo. Aunque ahora Jorgen ya no estaba seguro de cómo referirse a él.
El hombre hizo avanzar uno de los alfiles con su mano manchada por la edad. Una fina cicatriz clara la cruzaba desde la base del índice hasta casi la muñeca. Éste le había sugerido una partida de ajedrez nada más aparecer en el estudio de la mansión familiar y apenas se había mostrado sorprendido por su visita de improviso. Claro, ¿por qué habría de estarlo?
-Si te apetecía charlar no hacía falta que vinieras hasta aquí. Pronto iré a Praga, me gusta más para pasar el invierno. Podríamos haber quedado allí, está más cerca. - El dirigible biplaza que había tomado hasta tierras danesas se veía a lo lejos por la ventana, anclado en los terrenos frente a la casa. Varios de los autómatas del hangar se encargaban aún de su repostaje y puesta a punto sin necesidad de supervisor alguno que les dirigiera. - ¿Qué es lo que te preocupa tanto como para haber venido con semejante prisa?
-Nunca me llegaste a decir cómo te hiciste la herida en la mano. - El joven levantó su diestra vendada. - Ahora ya lo sé.
-La verdad es que empezaba a pensar que este día no llegaría nunca - Klaus suspiró con melancolía. - Pero era inevitable, me temo. - Una sonrisa débil asomó en sus ojos y bajo su barba, la cual acarició.
Jorgen miró a su abuelo en silencio, apretando la boca. Echó mano a un caballo, llegó a sostenerlo entre sus dedos, pero lo depositó de nuevo donde estaba.
-¿Qué sentido tiene esto? Ya sabrías qué jugada voy a hacer. - Había un punto de rencor en su voz, un reproche reprimido que no se atrevía a lanzar.
-Afortunadamente mi memoria no es perfecta. Son muchos años, y los detalles se difuminan con rapidez.
-Pero ya sabes qué va a pasar. Sabías que iba a venir. Y que jugaríamos esta partida. - Resopló, echándose hacia atrás y alzando los brazos en gesto de impotencia. - Las ecuaciones son claras, la historia es lineal, no se puede alterar... diablos, incluso sabes qué pasará después, cuando me vaya de aquí, cuando salte atrás. A dónde iré, a quién conoceré,... ¿qué sentido tiene? - Repitió Jorgen.
Para sorpresa del chico, Klaus Knudsen se puso repentinamente serio, firme en su asiento, como si hubiera dicho algo totalmente inadecuado y estuviera a punto de reprenderle igual que cuando era pequeño.
-Todo. La historia no es algo que se pueda ver desde fuera, ni siquiera algo que deba intentarse comprender como si fuera un proceso físico. La historia son las casualidades, los actos individuales de la gente, las consecuencias de causas que nadie conoce, las respuestas a preguntas que nadie ha formulado. Negar eso es negarnos a nosotros mismos como personas.
-¡Pero si ya está escrito! Toda mi vida, la tuya, - tragó saliva - la nuestra. Desde que me recogiste en la calle. No, desde antes. Desde… ¿cuándo será? ¿En qué momento seré tu?
-Ah, la curiosidad. - El viejo marcó una mueca. - ¿No dices que no tiene sentido? ¿Entonces por qué te interesa saberlo?
Sin darle tiempo a replicar, Klaus se levantó. Cogiéndole servicial por el brazo, uno de sus autómatas le ayudó a caminar, algo que en público trataba de evitar, como bien sabía Jorgen. La imagen dada era importante para alguien de la fama de su abuelo. El empresario llegó hasta la pared cercana y se plantó ante el antiguo retrato en el que aparecía con su esposa, muchos años atrás. Él le siguió, contemplando el cuadro por primera vez con algo más que diversión por el evidente parecido. Sus ojos se fijaron en aquella versión tan joven de ambos, y donde estaba su abuela, a la que apenas recordaba, vio a la mujer con la que un día se casaría él mismo.
-Siempre me dijiste que me sacaste de las calles y me adoptaste porque me parecía a tus hijos. Hace tiempo que llegué a la conclusión de que quizá mi padre era alguno de ellos con... otra mujer, pero no me lo queríais decir por la vergüenza de reconocerlo.
-¿Qué más da el parentesco o el origen? Has sido mi nieto desde entonces sin importar nada más.
-Sí, lo sé. - Nunca había sido tratado como otra cosa, desde el principio había sido parte de una familia, que con sus más y sus menos, como todas, le había dado no sólo la mejor educación que podía permitirse, sino el hogar que en la calle no hubiera conocido de ninguna forma. - Pero ahora, sabiendo lo que sé siento que toda mi vida ha sido como un teatro de marionetas, que nunca he tenido ninguna opción real de elegir nada, entiéndelo… Supongo que la idea ha estado en mi mente desde que empecé a investigar. Me he negado a prestarle oídos todo este tiempo, pero cuando ayer me herí en el laboratorio - levantó la mano, comprobando que en algún momento la había apretado hasta manchar la venda limpia de nuevo - de repente ya no pude seguir evitando más la pregunta. - Dejó caer los hombros y apartó la mirada de su abuelo. - ¿De qué sirve seguir? ¿Qué capacidad tengo de decidir ya nada en lo que me queda de vida?
-¿Cómo conocí a la abuela?
-¿Qué? No lo sé. Nunca me lo has contado.
-Ah. ¿Cómo les obtuve a ellos? - Señaló con un ademán a los silenciosos autómatas. - Los primeros Helm y Kiel que tuve, me refiero.
-No lo sé. - Repitió. Luego recordó algo. - Una vez me dijiste que fueron un regalo.
-Ajá. ¿De quién?
-No me lo quisiste decir…
-Así es. Igual que tampoco cómo hice muchos de mis amigos, - empezó a enumerar con los finos dedos - cómo fueron mis primeros negocios, qué socios me traicionaron, o cuántas veces he estado a punto de morir, - abrió mucho los ojos al oírlo - ni cuándo, ni cómo. - El chico no contestó. No había oído a su abuelo hablar con esa intensidad y dureza nunca, pero rápidamente fueron reemplazadas por la calidez habitual. - La mayor parte de la gente sólo tiene una certeza en su vida, y es que tarde o temprano va a morir. Tú tienes más información que el resto, es cierto, pero si piensas que eso hará tu existencia menos interesante estás muy equivocado, Jorgen. - Le puso una mano en el hombro, apretando levemente, como tantas veces había hecho cuando era niño. - Eso hará las cosas más fáciles a veces, otras tantas será una carga con la que tendrás que avanzar, pero que eso no empañe la realidad: tienes una vida por delante y eres el único que la escribe. Ni yo, ni las leyes de la física, ni unas ideas abstractas como el tiempo, el destino o la historia. Sólo tú.
Cuando encaró de nuevo a su abuelo sólo pudo hacerlo con el mismo cariño con que siempre le había correspondido, consciente de que una vez más sólo quería lo mejor para él.
-Me has ocultado todas esas cosas deliberadamente, ¿verdad? Para que no las supiera. ¿Para que… pudiera elegir?
-Un exceso de información puede bloquear a cualquiera. - Alzó un dedo y una ceja. - La suficiente en cambio es como un buen aliño, hace que todo tenga más sabor sin llegar a ocultar el del plato al que acompañan. - Luego se rió por la metáfora, pero al poco recuperó el aire menos jovial del principio, anticipándose a Jorgen.
Éste intentó un par de veces preguntar la más dolorosa de las cuestiones que traía consigo hasta que lo logró. Aún así, su voz tembló algo.
-¿Te volveré a ver?
El reloj marcó la hora con varios pitidos de su pequeño silbato. Klaus meneó la cabeza, triste, y su nieto le abrazó con fuerza.
-Gracias abuelo. Muchas gracias. - Éste le devolvió el abrazo, y ambos prolongaron la despedida unos segundos más antes de separarse, aunque reticentes.
-Eso me recuerda… - Y metió una mano en el bolsillo del chaleco para sacar una libretita encuadernada en cuero con un cierre de broche el cual Jorgen soltó nada más recibirla.
-¿Qué...? - Pero antes de acabar la frase comprobó que eran valores de acciones en bolsa, subidas y bajadas de precios de materias primas, empresas en las que invertir y el momento adecuado para hacerlo… a lo largo del último medio siglo y a lo ancho de todo el mundo. Al alzar con brusquedad la cabeza descubrió el gesto de complicidad de su abuelo mientras sazonaba un plato invisible.
-Un poco de sal, una pizca de pimienta,...
Ang-MP (Lady Virus)
La luz solar se filtraba por las ventanas como pequeñas luces de esperanza y calidez pues en esta época del año el frio era el rey del lugar. Me levanté de la cama lentamente pues ya era costumbre en mí. No entendía como Lucille, mi hermana pequeña era capaz de despertarse con rapidez e ilusión. Llegué al baño un poco magullada pues me había chocado contra la pared varias veces. “El ser humano es el único que cae sobre la misma piedra varias veces”; pues que me lo digan a mí ya que todas las mañanas me chocaba con la misma pared no una si no dos o tres veces.
Me miré al espejo mientras me arreglaba la maraña que tenía por pelo, de repente, algo captó mi atención. Me habían salido dos pequeños lunares debajo de la barbilla. ¿Desde cuándo los lunares salían tan rápido y tan de seguido? Terminé de cepillarme el cabello y noté que dos ojos me miraban. Me di la vuelta y era Lucille. Parecía un muerto viviente observándome tras el quicio de la puerta. Nunca la había visto así por las mañanas excepto cuando estaba enferma.
⸻ ¡Qué susto me has dado, enana! ¿Estás bien? Parece que te han chupado la energía ⸻susurré.
⸻ Siempre me levanto así. Hasta que no me tomo el té mañanero no soy persona ⸻me
contestó.
Lucílle caminó hacia el váter y yo salí de allí a prepararme el desayuno. Fruncí el ceño extrañada pues ella nunca había actuado así. Era el único miembro de la familia que era capaz de levantarse con vitalidad. ¿O quizás tenía un nuevo novio y por eso actuaba de esa manera? En fin, de cualquier modo, lo acabaría adivinando.
Bajé las escaleras de mármol negro Marquina y llegué al recibidor. Este, estaba revestido con papel de flores grises. Los muebles traídos de Nuevo Londres eran de madera de ébano. Las consolas y las cómodas decoradas con candelabros y artilugios de navegación, pues la empresa de mi padre se dedicaba a proveer combustible a los barcos, también fueron traídos de cuando mis padres visitaron Nuevo Londres. Revisé la pared buscando mi cuadro favorito: la torre Eiffel de noche; pero no lo encontré. A lo lejos, en la cocina, escuché una conversación subida de tono de mis padres. Me dirigí hacia allí pero un sonido de radio rota me detuvo. Este, provenía del pequeño almacén que teníamos debajo de las escaleras. El gran reloj dorado de la entrada, marcó las nueve en punto y empecé a sentir un pitido intenso en mi cabeza que no terminó hasta que el reloj paró de dar la hora. Respiré aliviada y me apoyé en la pared más cercana.
Me llevé las manos a la sien intentando recuperarme. El ruido de la radio me avisó de que tenía una tarea pendiente. Abrí la puerta del almacén y rebusqué en las cajas rebosantes de objetos de los viajes de mis padres hasta que pude sacar la fuente de donde emanaba la señal. Una pulsera con una cajita que contenía botones y agujeros me hablaba. Era como una pequeña radio portátil.
⸻Angélique…Angélique. Escúchame. Quiero que sigas mis órdenes y podrás salir de
aquí ⸻me dijo el artilugio con voz de hombre.
La radio se apagó y seguidamente, llamaron a la puerta. Me puse la pulsera y caminé hacia la entrada para abrir. Era mi tío. Traía unas hojas de periódico bajo su axila. Mis padres lo recibieron con cara de tristeza. Mi madre tenía los ojos rojos de haber llorado. ¿Qué estaba pasando aquí? Necesitaba saber la verdad. Apreté la radio contra mi pierna y los escuché.
⸻Ya os habéis enterado. Supongo. La policía está aquí para llevaros a la cárcel ⸻dijo
mi tío abriendo el periódico.
⸻Bastien, ¿cómo puedes ser tan frio en esta situación? ¡Es nuestro negocio conjunto! ⸻respondió mi padre.
⸻Pero yo no he sido el que ha vendido el combustible adulterado y ha matado
setecientas personas. Yo sólo me he dedicado a hacer barcos y aquí se dice que es el
combustible en mal estado el que ha causado la catástrofe ⸻puntualizó mi tío señalando
violentamente los titulares.
Había algo en Bastien que no era normal en él. Era la primera vez que lo veía con cara de desprecio hacia mis padres, cuando habían sido tan buenos socios en el pasado.
⸻Christian, ¿cómo ha podido pasar algo así? Siempre lo llevábamos todo tan controlado. Esto no puede ser real ⸻enunció mi madre desesperada.
La policía irrumpió en nuestra casa y nos llevaron apresados a todos. Mi hermana ni siquiera se inmutó cuando nos metieron en los coches policiales. La cara de mis padres era de incredulidad. No podían hacerse a la idea de lo que estaba pasando, como yo, que no sólo no entendía los hechos si no algunas cosas anteriores, empezando por el extraño carácter de Lucille y terminando por la radio de pulsera.
Tenía frío en aquel calabozo. La manta que me habían dado apenas me cubría los pies. Aquella noche no la iba a pasar bien. Nos habían dicho en la comisaría que teníamos que esperar hasta el juicio y que mínimo esa noche la pasaríamos en prisión.
⸻Angélique… ¿me recibes? ⸻me habló la radio, de repente, con algo de interferencia.
Me dirigí hacia un rincón y allí medio tapando los agujeros para que los guardias no se
enterasen, la escuché.
⸻En la pared en la que estás apoyada ahora mismo, verás una roca que es de color ligeramente diferente al resto. Quiero que la presiones y salgas por el túnel. Después dirígete a…final…de…⸻la radio se cortó y no pude escuchar el resto del mensaje.
Pulsé la roca y se abrió una compuerta permitiéndome salir por el túnel que me habían
dicho. Llegué al final gateando y me incorporé para mirar lo que había dejado atrás. La prisión coronaba una montaña y la maleza componía una escalera natural hacia ella. La luna llena dejaba ver un pequeño camino. Corrí hacia el frente rezando para que la radio se encendiera. Toqué a todos los botones sin efecto alguno. Aún seguía en Nuevo París eso estaba claro, pero muy lejos de mi casa.
Más adelante, me encontré con una cabaña y un caballo. Me subí en él escuchando los improperios de su dueño que volvía hacia la cabaña para armarse y dispararme. Logré calmar al animal y cabalgamos hasta llegar a las murallas de la ciudad. Me bajé del corcel y entré nadando por el desagüe. Todo joven parisino conocía ese desagüe por el que era fácil infiltrarse y salir de la ciudad sin alarmar a nadie. Me apoyé en la pared al salir y la radio comenzó a emitir interferencias. Enseguida, me llevé la pulsera al oído para escucharla con claridad.
⸻ ¡Escucha! ⸻me gritó quien quiera que fuera la persona al otro lado. Después,
interferencias.
⸻ ¡No espera! Ahora quiero que me escuches tú a mí. ¿Quién eres?
Pero la comunicación se había cortado. ¿Cómo se supone que iba a contactar con él?
Los botones no funcionaban. No tenía a donde ir. Lágrimas aparecieron de mis ojos y me derrumbé. Apoyé mis brazos sobre las piernas. Tenía frío y estaba mojada. Podía ir a mi casa pero no podía entrar. No tenía la llave. Las campanas de la torre de “Neuve Notre Dame” sonaron anunciando las doce de la noche. Otra vez el pitido volvió a mis oídos provocándome un dolor agudo. Me llevé las manos a la cabeza y chillé por el dolor provocado. Segundos después, me desmayé pues no podía soportarlo más.
Al despertarme, todo era blanco. Después, mis ojos se fueron acostumbrando a la luz. Estaba tumbada en una cama. El reloj de cuco daba las doce. Chillé pues creía que me iba a doler la cabeza, pero no fue así.
⸻Calma Angélique. Estás a salvo. El experimento ha funcionado. Ya has vuelto ⸻me
dijo el doctor quitándose la máscara de pico, las gafas y guardándose el reloj de bolsillo.
⸻ ¿De qué me hablas? ⸻inquirí⸻ ¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy? ¿Dónde están mis
padres? ¿Dónde está mi radio?
El hombre me miró estupefacto. Varias personas, hombres y mujeres entraron con cuadernos a la habitación. El doctor se llevó la mano derecha a la frente.
⸻El proyecto “Ang-MP” no es posible del todo. El sujeto sufre amnesia una vez que ha
regresado del mundo paralelo y confunde la realidad. Lo siento, Angélique. Casi lo teníamos. Aumentaré los niveles de “Hastur”. Esta vez lo conseguiremos.
⸻ ¡No! ¡Sácame de aquí! ⸻exclamé.
El reloj de cuco volvió a dar las doce.
Deja Vu (Mikel Villafranca)
La vida de Kaspar Darjeling era muy monótona y racional, no creía en Atlantis, ni en la remota Lemuria, tampoco en unicornios, duendes ni hadas, y desde luego no creía en esas chorradas de las máquinas voladoras más pesadas que el aire, si no podía verlo no creía en ello, y por lo tanto eran paparruchas de viejas cotorras, de seniles ancianos o de niños con exceso de imaginación.
Y hasta hacía unos pocos meses no creía, ni de manera remota, en los viajes en el tiempo, y ciertamente como le habría encantado volver a esa época, pero no tenía ni idea de como hacerlo, el problema es que ahora podía viajar atrás en el tiempo, y no podía evitarlo.
Para él la Rutina matutina era de extrema importancia, de haber pertenecido a una congregación religiosa esta habría tenido que tener entre sus preceptos no hacer ruido por las mañanas, las duchas calientes, los desayunos moderados con un buen Té y leer el periódico de la mañana cuando aún estaba caliente.
Las 6:00AM era su hora normal para levantarse, y así lo hacía cada día, no importaba si llovía o nevaba, se levantaba de la cama, ponía agua a calentar en la olla, y encendía el fuego debajo del puchero en el que cocina cada día un huevo, también ponía la Tetera sobre el fogón, hacía su cama con cuidado y deleite, tal como había aprendido a hacerla, cuando era niño, en el Orfanato del Vicario Conners.
Y con las zapatillas de estar por casa y la bata, salia a la calle, caminaba los cuarenta pasos hasta el puesto de periódicos del Sr. Rudillard y volvía a casa con el periódico de la mañana, quitaba el agua del fuego y la vertió en la bañera, que estaba situada junto a la ventana en el lado opuesto de la habitación, después vertía el agua de la tetera en su taza de peltre y retiraba el huevo, ya cocido del fuego para servirlo en un plato, tomaba el Té y el huevo mientras que el agua se templaba en la bañera de Cobre, y después se desvestía para asearse con fruición, hasta quedar más limpio que el príncipe de Gales antes de ir a una fiesta en su honor.
Aquel día su rutina no fue diferente, o al menos él no pensaba que lo sería, se encontraba en la ingesta de su riguroso desayuno, uno de los momentos más emocionantes del día, cuando el signo de la fatalidad de presentó ante el, o para ser más exactos, al otro lado de la puerta de su habitación.
Los dos golpes en la puerta sobresaltaron a Kaspar, que desde luego no esperaba visita, arrastró los pies ha desgana hasta la puerta de su habitación,- Espero que no sea la Sra. Wilcox para el alquiler, sabe muy bien que no lo pago hasta el segundo martes de cada mes- y al llegar a la puerta, miro a través de la mirilla y pregunto- ¿Quién es?.
Su hermano, que estaba más ebrio que un escocés en fiestas. No fue capaz de responder, Kaspar que se veía a sí mismo como un buen hermano mayor abrió la puerta y le ayudó a entrar, Jasper se tambaleo y bamboleo, finalmente desembarazarse de su hermano de un manotazo se reclinó sobre la bañera y vómito estruendosamente.
Kaspar notó el sabor metálico y el incipiente dolor de cabeza que era señal inequívoca.
¿Quién es?- Preguntó, pese a que ya sabía la respuesta, abrió la puerta y ayudó a su hermano Jasper atravesar el umbral, con mano decidida, le condujo a empujones y trompicones hasta el retrete, donde Jasper expulsó las horas de desproporcionada ingesta de alcohol etílico, con las que solía acabar cada jornada de trabajo.
Entonces, Jasper, que ya fuera por la costumbre, por la genética irlandesa o por efecto de hechizo o ensalmo, recuperó la verticalidad, se limpió la comisura de la boca con la única toalla limpia y se dirigió a la mesa donde engullo el huevo y derramó el Té, en parte dentro de su boca y en parte a su alrededor, antes de caer inconsciente en el suelo y comenzar a roncar con violenta sonoridad
Ante esta horrenda visión, Kaspar que estaba colérico por ver así impedido su progreso matutino sintió de nuevo la punzada en las sienes, y el metálico sabor en su boca, y volvió a encontrarse frente a la puerta, diciendo ¿quién es?.
Kaspar sabia que la debacle del desayuno no dejaría de repetirse hasta que la solucionarse, siembre había sido así, viajaba atrás en el tiempo hasta el inicio del problema.
Probó a no abrir la puerta, pero los alaridos y golpes de su hermano en la puerta se hicieron insoportables y pronto una comitiva de vecinos se agolpaba en el pasillo, gritando y vociferando para que el lo solucionara, y nuevamente el dolor de cabeza y el sabor a metal en su boca se produjeron y se encontró otra vez más frente a la puerta preguntando ¿quién es?
No podía dejarle pasar, y dejarle fuera tampoco le ayudaría a solucionar la debacle del desayuno, así que se armó de valor, abrió la puerta, y armado con la furia que la desesperación de que le producía su desayuno tres veces frustrado propinó un fortísimo coscorrón a su hermano, que quedo sentado frente a la puerta despatarrado en el suelo, quieto y callado.
Cerró la puerta, fue a la mesa, se comió el huevo con deleite y bebió el Té con calma, la sensación caliente le reconfortó. Después tomó su usual baño, y se vistió con solemne pulcritud, colocó el periódico bajo su brazo y con una ligera punzada de remordimiento esquivo a su hermano para poder ir a trabajar a la relojería.
Otra mañana perfecta le esperaba….
Cómo el Steampunk salvó los viajes en el tiempo (Marina)
El Steampunk supuso un punto de inflexión en la mejora de los viajes en el tiempo.
Hasta el siglo XIX, los intentos habían sido desastrosos: explosión (o combustión espontánea) de las máquinas del tiempo, aplicación de retroceso o avance en el tiempo en el propio viajero (es decir, que era el viajero quien envejecía o se aniñaba hasta desaparecer), entre otros fallos.
El siglo XIX trajo el vapor como elemento indispensable para poder realizar los viajes (hasta el siglo XXI no se descubrió que el vapor inducía a un estado de calma en los viajeros y ocupantes de la máquina para poder realizar los viajes y que las máquinas habían avanzado a su propio ritmo y se habían convertido en seres pensantes propios, o sea, habían desarrollado conciencia propia, por lo que necesitaban cierta conexión con sus ocupantes para realizar los viajes, pero ese es otro tema de investigación relacionado con la filosofía Steampunk y el estudio de las maquinas por ingenieros-inventores).
La cuestión es que el vapor fue la clave para realizar viajes temporales controlados y con cabeza y sentido común. En el 99,99% de los casos.
La excepción a la regla es la historia que casi cuesta que el vapor fuese echado por la borda por el mismo descubridor del mismo como elemento importante e indispensable de los viajes en el tiempo.
Y todo porque quiso ver su cara de felicidad en el momento del descubrimiento. Puro narcisismo.
¿Y qué pasó? Que su cara fue horrible: tenía ojeras, las cejas quemadas, calvas en la cabeza entre mechones de pelo largo y negro, la ropa con zonas quemadas también (de hecho estaba prácticamente desnudo menos por un pañuelo atado al cuello por frío, OJO, POR EL FRíO INEXISTENTE EN UNA CASA CERRADA Y CON EL VAPOR A TODO GAS, y que sus dos criadas y el cocinero casi le demandan ante la Iglesia por exhibicionismo, desacato y descaro público ante tres personas casadas, con hijos y con expediente perfecto sin delitos ni faltas) y muy delgado (casi en los huesos y pálido como un vampiro) por no comer apenas en una semana. Vaya, que no era el ejemplo perfecto del descubridor del siglo.
Menos mal que iba con su mejor amigo y futuro padrino de su boda, que le hizo un placaje cual mejor jugador de la universidad y que se empezó a descojonar por verle con esas pintas (o sin ellas) y de los líos en que casi se meten (tanto por casi ser juzgado como por casi evitar su propio descubrimiento).
Total, que le debía una a su mejor amigo y tuvo que aceptar que se casase con su hermana (mentira, realmente ni se enteró que se habían enamorado, pero le dio un ataque de risa y casi le retan por toca narices y se alegró de que hubiese ocurrido el desafortunado hecho por las consecuencias alegres que había traído).
Ambas bodas fueron espectaculares. Lo mejor fue las caras que se intercambiaban ambos amigos por lo que casi estropea el protagonista de la historia. Aún mejor fue cuando se lo enseñaron a las esposas y se rieron de sus esposos como damas victorianas que eran.