Bueno, sin duda podríamos remontarnos a las cantigas de ciego como precursor, tanto por temática como por popularidad y a quien estaban destinadas.
En el s.XIV los juglares fueron sustituidos paulatinamente por otro tipo de artistas itinerantes con minusvalías físicas, habitualmente ciegos o cojos, que movían a la piedad para conseguir limosna, frecuentemente en sitios con mucho tránsito como puentes, iglesias (si tenían un trato con el cura a cambio de un porcentaje de los beneficios) o lugares de peregrinación.
Estos cantan, acompañados de algún instrumento como la guitarra o la zamfona, gestas de genero épico, milagros, fabulas moralistas, cotilleos y, desde luego, las historias truculentas de crímenes, venganzas y castigos. La gente modesta se paraba a escuchar y disfrutaban de las aventuras y sobretodo, de las desventuras que les recordaban que había gente que estaba peor que ellos.
A partir del s.XV, tras la creación de la imprenta, comienzan a vender sus romances en lo que llamaban aleluyas de papel, historias en verso, ilustradas y que se llamaban de cordel porque los colgaban de una cuerda y al cantar, iba señalando las escenas de la historia.
Aunque muy poca gente sabía leer en aquel momento, mucha gente los compraba por las ilustraciones y porqué así recibía algo por dar una caridad, aun así, este será el antecedente más lejano que encontramos… y que más tiempo perduró ya que hasta entrado el siglo XIX se podían seguir encontrando a los ciegos cantando y vendiendo sus coplas.
Ejemplo de un Romance o Cantiga de ciego
Los romances de ciegos solían comenzar con una llamada de atención similar a ésta
"Hombres, mujeres y niños, mendigos y caballeros, paisanos y militares, carcamales y mancebos. El que ya no peina canas porque se quedó sin pelo, y el que el tupé se compone con bandolina y ungüento..."
Si la narración era larga, para evitar que se le marchara la clientela, hacían intermedios que a veces aprovechaban para vender medicinas, o chucherías y anunciaban la continuación de la siguiente manera:
"Fin de la segunda parte, éstas dos no pintan nada, la tercera es la que vale..."
El final irremisiblemente solía ser una invitación a la compra del pliego, si les había gustado el recitado
"Y aquí se acaba el romanceque en el pliego escrito está,sólo dos céntimos cuesta a quien lo quiera llevar"
El folletín como tal surge durante el romanticismo francés como iniciativa para alfabetizar a las clases humildes. ¿Cómo? Pues siguiendo la idea de las cantigas de ciego pero con una salvedad, la historia no terminaba ese día sino que lo dejaba en suspense, lo que hoy conocemos con el anglosajón termino de “cliffhanger”, creando así la necesidad irresistible de saber qué iba a ocurrir. Un poco como Sherezade en las Mil y una Noches.
Como tenía que ser algo económico, originalmente se publicaba en el tercio inferior de los periódicos, idea que se copió más adelante en otros países, incluido España.
Las historias se alternaban y en cada país triunfaban más un tipo que otro, pero todas se caracterizaban por la simplicidad psicológica de los personajes y un argumento escapista, poco verosímil, plagado de islas misteriosas, aventuras, hipnosis asesinas, héroes enmascarados, científicos locos, misterios irresolubles y monstruos imposibles. El editor tenía muy en cuenta lo qué vendía en cada momento y aconsejaba a los escritores los temas y cómo resolverlos. A veces estaban de moda los finales trágicos, en otros que el bien siempre triunfase, momentos de historias detectivescas o de horror sobrenatural.
Si bien existe la queja de que servía para unificar el pensamiento de la masa popular y mantenerla aborregada, también inició revueltas como la provocada por Victor Hugo y su Notre Dame de Paris, en motivo de la noticia de que querían derruirla. La emotiva historia creó una conciencia social que acabaría con la salvación del templo.
A la larga los periódicos dejaron de ponerlo en la parte baja de las páginas y lo incluyeron en cuadernillos. Si la historia tenía éxito, después se recopilaba y publicaba en un libro.
El “Boom” de la literatura popular
Resumiendo el anterior articulo; nos encontramos que a principios del siglo XIX algunos editores de periódicos tuvieron una visión que cambiaría la cultura escrita tal como la conocíamos. Nos encontramos en un mundo aburrido e industrializado, donde el trabajo es agobiante, las condiciones de vida insalubres y que las personas aprendían a leer, pero no tenían ninguna oferta atrayente o asequible para seguir leyendo. Los libros en ese momento eran caros y estaban pensado para la clase social dominante, por lo que no resultaba muy atractivo para la clase obrera. Como la clase obrera la conformaba una masa enorme de gente a los editores de algunos periódicos se les ocurrió fidelizarlos añadiendo historias en el tercio inferior de los diarios, con tanto éxito que al final sacaron cuadernillos o folletos con las historias aparte.
Hoy hablamos del siguiente paso lógico, la creación de revistas especializadas ilustradas, que publicaban varias historias de 16 o 32 páginas con mucho diálogo, ritmo ágil, simplicidad psicológica, poca verosimilitud, temática sensacionaista y finales de capítulos que dejaban enganchado al lector. De esas historias no todas se publicaban después como libro, pero se calcula que, en Europa, en solo 50 años se imprimieron cerca de 3000 títulos de ese tipo de novelas.
Volviendo a las revistas salieron muchas, muchísimas revistas en cada país bajo nombres que solían anunciarse por su precio y temática, como por ejemplo los famosos Penny Dreadful (Penique Pavoroso), cuya temática era el horror y se vendían por un penique.
Tenían que competir entre ellos, por lo que lanzaron portadas llamativas, incluyendo ilustraciones a toda página o añadiendo la portada con un color de papel distinto o a una tinta y manteniendo los precios lo más ajustados posibles usando el papel más barato.
A pesar de esa explosión mediática de literatura, empieza a tener detractores ente la burguesía y la clase alta, con lo que la misma palabra folletín pasa a ser sinónimo de literatura de mala calidad, basta. ¿Es cierta esa afirmación? Sí y no. Había autores muy buenos escribiendo en ellas. Dostoievsky, Verne, Dumas, Poe, Salgari o Bécquer son algunos de los que aún se conocen que ganaron dinero en este tipo de revistas populares. Por otro lado, recordemos que el editor metía baza en cómo tenía que ir la historia, qué temas tocar y sobretodo, que pagaba por palabras, así que aunque se podían encontrar perlas de la literatura, también había mucha que no era tan buena.
Cada país tenía sus nombres, sus revistas ilustradas y sus temas favoritos, veamos algunos.
En Francia había muchas revistas de literatura, como Le Chat Noir o Le Nain Jaune (El Enano Amarillo). La primera era más global de arte, aunque dedicada a un público popular, la segunda era una revista satírica y de literatura general. Publicaba poemas, noticias y opiniones sobre libros recién salidos y escritos por entregas de temas variados pero pegadizos. Así se mezclaban apasionantes historias sobre luchas en la época del Rey Sol o héroes independientes que luchan por un ideal en tiempos lejanos que se alternaban en las hojas con historias de cariz costumbrista, protestas escondidas y bellos romances que, tras aventuras y desventuras, acaban bien.
Otra muy conocida era La Lune, de género fantástico y de ciencia ficción. Aunque aún no se usaran esos términos a los franceses les encantaban las máquinas, viajar a lejanos mundos o explorar lugares que nadie había visitado jamás.
Autores destacados fueron Rachilde -Marguerite Vallette-Eymery- (Monsieur Venus), Eugène Sue (El judío errante), Alexandre Dumas -y sus 73 “colaboradores”-(Los tres mosqueteros)
En Italia el folletín se llamaba romanzo d’appendice (historia por entregas), lo cual tiene sentido, porqué en vez de publicar una revista con varias historias publicaban solo capítulos de una sola. Primaban las aventuras y las historias moralizantes con toques trágicos como podemos ver en sus máximos exponentes: Emilio Salgari (Sandokan), Carlo Collodi (Pinocho), Francesco Mastriani (El pequeño Diablo), Matilde Serao (Fantasía) o la prolífica Carolina Invernizio (El beso de una muerta).
En Rusia aparece por primera vez en 1820 en el periódico “Europa Bulletin”, más adelante salieron revistas literarias como “Diario de Deb” y “El Mensajero”, de carácter general popular, con adivinanzas, poemas, artículos, trivia literario y, por supuesto, historias por entregas. Dos autores conocidos en estas revistas fueron Fedor Dostoievski (Crimen y Castigo) y León Tolstoy (Guerra y Paz), así que podemos ver que les gustaban principalmente los dramas morales.
Literatura folletinesca en España
En España a los autores se les conocía como “escritores a vapor” por la velocidad con la que escribían por lo que el estilo literario a veces se conocía como “escritura industrial”. A pesar de eso, hubo varios problemas con la censura. Fue un siglo convulso, lleno de cambios políticos…y religiosos. Recordemos que la santa Inquisición sigue vigente en España hasta la década de 1830.
Es un momento en que empieza a haber escuelas para todo el mundo (mujeres sobre 1850), que aparecen sectas extrañas y organizaciones secretas, que llega comunicación más rápidamente de otros países junto con sus influencias.
Una época en general llena de altibajos, pobreza, el retorno de los bandoleros, la creación de cuerpos de policía, las plagas…
Por todo ello la gente necesitaba evadirse y una manera era la literatura por entregas que llegó a partir de 1820 de la mano de El Heraldo y que se consolidó 15 años más tarde con la mejora del grabado y la imprenta.
La revista más famosa fue el Semanario Pintoresco Español, las historias que eran rechazadas en este medio iban a La Ilustración, El Curioso Parlante, El Laberinto, La Alhambra o el Observatorio Pintoresco. Y por una vez tenemos estadísticas para saber qué temas estaban más de moda. En general eran dramas históricos (a menudo poco o nada investigados) donde el autor arreglaba la historia o añadía algún elemento sobrenatural. También se creó todo un género alrededor de bandidos y bandoleros.
Al contrario que sus versiones inglesas o estadounidenses, estas revistas pretendían no solo entretener sino educar e inculcar unos valores, con lo que contenían artículos de tradiciones y lugares del mundo o incluso de distintas zonas de España.
Otra cosa en la que el Semanario difiere de otras revistas o periódicos es que estos últimos incluían en sus páginas novelas en el sentido que hoy aplicamos al género; es decir, extensos relatos que solían figurar en las correspondientes secciones llamadas folletines. El Heraldo, La América, Revista de España o El Imparcial sí incluían esta modalidad narrativa, de ahí que con frecuencia el lector o estudioso de la obra de un determinado autor perteneciente a la segunda mitad del siglo XIX recurra al periódico como único medio de dar a conocer el texto literario en su primera publicación, como es el caso, entre otros, de Fernán Caballero, Galdós o Valera. En el Semanario Pintoresco Español es frecuente la publicación de un relato que, aun subtitulándose novela, no puede calificarse como tal, pues una vez leído el lector aprecia que se trata de un cuento o relato breve.
Una anécdota curiosa fue que a raíz de permitir que la mujer aprendiese a leer, no sólo se añaden más tipos de historias(con esquemas exaltando la familia, la maternidad y el sacrificio), sino que aparece una profusión tal de escritoras que algunos articulistas empezaron a escribir que les estaban robando el trabajo y promoviendo la imagen de que las escritoras eran unas marisabidillas, lo cual desembocó en una “guerra de opinión” entre las diferentes revistas, incluyendo aquellas que no eran literarias-educativas.
Algunos autores conocidos en ese momento fueron Clemente Díaz (El matrimonio masculino), Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta), Enrique Pérez Escrich (Las Garras del diablo), Manuel Fernández y González (Los siete infantes de Lara), Ramón Ortega y Frias(El Capitán Relámpago), Torcuato Tárrago y Mateos(A doce mil pies de altura), Gertrudis Gómez de Avellaneda (Oráculos de Talía ), Concepción Gimeno de Flaquer (El doctor alemán) y Matilde Cherner (Las tres leyes) entre muchos otros.