Tras el bombardeo de la base e
instalaciones aledañas, el complejo ardió salvajamente, alimentándose las
llamas con el calor de las nuevas explosiones que ocurrían aquí y allá,
formándose torbellinos de fuego implacables que lo fundían todo a su paso. La
pequeña península pasó, de lugar seguro, a trampa mortal, atrapando a los
supervivientes entre un muro abrasador y el oleaje. Sin ninguna vía de escape,
los desgraciados se agolpaban frente al acantilado, acosados por la temperatura
en ascenso y las chispas que se disparaban hacia ellos. Gritos desgarradores y
un violento baile de brazos y torsos contorsionándose se podían apreciar con
espeluznante claridad; este espectáculo dantesco lo contemplaban desde el mar
los que consiguieron escapar y se mantenían a salvo en el enorme trasatlántico.
Casi todos guardaban silencio, consternados, pero algunos gimoteaban y
suspiraban agónicamente; destacaban por su intensidad los gritos de mujer de
una hermosa dama de aspecto refinado y exquisita belleza, que aún lucía su
vestido de fiesta, rojo como la sangre, ahora triste premonición de seda del
sorpresivo ataque.
-¡Sálvalos, sálvalos! ¡Tú puedes hacer
algo! ¡Acerquémonos a la costa!
Doblada sobre sí misma, no paraba de
llorar más que para seguir contemplando con angustia un instante, y luego
volver a gritar e implorar.
-¡No! ¡Cómo puedes abandonar a tu hijo a
este sufrimiento! ¡Es nuestro hijo!
El tornado de fuego era de unas proporciones
descomunales ahora. Todos estaban muriendo vaporizados por el aire caliente o
despeñándose presas del horror. Las últimas explosiones de llamas verdosas
cesaron, pero aún continuaba la combustión, como si siempre encontrara alimento
para seguir creciendo. Ella gritaba y se retorcía, repitiendo que su hijo
estaba allí, y aunque se había resignado a haber visto a todos perecer, seguía
pidiendo clemencia para él, uno de tantos en la multitud ya carbonizada.
El destinatario de sus súplicas permanecía
impasible, en pie y firme, contemplando con serenidad el horror, justo al borde
de la proa del barco. Parecía una escultura, vestido de blanco, con su peculiar
levita de aire militar y marino, pero sin ser un uniforme realmente. Su porte
era altivo, y hasta parecía esbozar una leve sonrisa por la comisura de la boca
como si de un dios etrusco se tratara. Desde el principio valoró los daños y
pérdidas humanas, y no hizo ni el más mínimo ademán de enviar botes a la costa:
hubiera sido no sólo inútil, sino que los rescatadores también habrían
sucumbido, y eso los seguidores lo suponían y obedecían a esta pasividad, pues
habían aprendido a no cuestionar sus órdenes, no sólo por su iracunda reacción
al ser siquiera preguntado, sino porque su inteligencia estaba muy por encima
de cualquier suposición que ellos hubieran conjeturado. El fuego se reflejaba
en el iris azul de sus ojos, dotándole de un semblante seductoramente demoníaco
junto con los cabellos negros que completaban el retrato de este hombre
singular. La joven madre, deshecha en lágrimas, había caído a sus pies,
derrotada.
-Mujer, no llores; cuanto más lo hagas más
tiempo tardarás en recobrar la cordura y darte cuenta de que tu hijo no es más
que un fruto de tu vientre, una conformación de carne y sangre que nada te daba
excepto la satisfacción de mirarlo. Razona: podrás tener más hijos.
Esto le dijo con su voz entonada mirándola
desde arriba, ni un gesto amable hacia ella, sólo frialdad. Ella cesó el llanto
y le miró a su vez con una expresión de reproche que no obtuvo respuesta.
Un viento extraño con olor a humo sopló
desde tierra y les hizo volver la cabeza a todos hacia el interior del barco.
La noche había sido terrible, pero ya cesó el peligro y esperaban que el Numen,
así llamaban a su líder, les indicara qué hacer. Y así lo hizo.
-Recompónganse. Partimos a mar abierto.
Todos fueron hacia sus posiciones en el
barco, los marinos a sus puestos, los demás a sus camarotes. Las bajas fueron
cubiertas con personal aparente según instrucciones del capitán. Presto
zarparon lejos de la costa, sin un rumbo fijado, sólo lejos de su antigua base.
El Numen y sus acólitos entraron en uno de
los amplios despachos. Tras él iba la dama del vestido rojo, con sus lágrimas
enjugadas, pero el rostro dañado por el llanto y el sufrimiento.
-¿Qué ha sido esto, un error de cálculo?-
se atrevió ella a inquirir en tono de recriminación.
Entonces fue ella la que recibió una
mirada fulminante por respuesta.
-¿Estamos a salvo, al menos?
-Totalmente. El camuflaje del Inicuo es
perfecto, lo más probable es que ni siquiera se hayan percatado de su
existencia. Ve a descansar, Ariadna, necesitarás fuerzas.
-¿Un nuevo plan?- preguntó ella con
intensidad. Y se retiró a su camarote tras un breve silencio.
Un error de cálculo... Esa idea le
atormentó por un momento, mientras paseaba por el despacho y los demás le
seguían con la mirada. No estaba acostumbrado a tener fallos, pero exitía el
factor sorpresa. Tantas variables a tener en cuenta para calcular la totalidad
de la realidad que alguna se le escapaba de vez en cuando...
-Señores, esto no quedará así- dijo, al
fin, a sus esbirros. -Quiero un inventario de nuestros recursos, un recuento de
bajas y supervivientes, un nuevo emplazamiento para nuestra base, tal vez en
Sudamérica, no descartemos Asia...- Según hablaba señalaba con el dedo a cada
persona indicada para realizar la tarea, que partía a ella inmediatamente.
-Quiero una investigación exhaustiva de quién ha organizado tamaño desastre,
quién ordenó el bombardeo, quién pilotaba los aviones, quiénes han sido todos y
cada uno de los responsables...- Esto lo dijo muy despacio, hablando con la
mirada clavada en su personal de confianza, bajando el tono, lo que causaba aún
más temor y exigencia si cabe, y ellos entendieron la importancia que le
concedería a la obtención de esta información, saliendo sin dilación a
organizar un equipo de detectives y espías que se prepararon someramente y
volvieron en una lancha a tierra para cumplir con la labor encomendada. -Quiero
contacto con nuestros proveedores y que preparen una nueva remesa, aún sin
decirles lugar de envío. Celeridad. Sobre todo necesito saber cuánto personal
especializado hemos perdido. A trabajar- despidió a todos y quedó a solas en el
despacho.
Se desabrochó la levita. Un error de
cálculo... No; sabía que podían atacarle, como ya lo hicieron otras veces y
fueron repelidos por sus fuerzas de seguridad. Esta vez el hecho era algo
demasiado brutal, desde el aire, algo que no esperaba de un gobierno
civilizado. Civilización: extraño concepto. Habían, no sólo destruido todo lo
que él y su grupo construyeron durante los últimos casi cinco años, sino pasado
por encima de las vidas de tantos, y habían incluso matado a su hijo. No fue un
error de cálculo, sino una fórmula errónea. Una variable a descartar para
siempre de sus ecuaciones: humanidad, civilidad, respeto. Nadie respeta nada,
llegado el momento, y es cierto que en el amor y en la guerra todo vale.
Corregido este fallo para siempre en su privilegiada mente, nunca más contar
con la benignidad del género humano, ni de ningún otro.
El Numen escribió con pluma en su diario
la fecha, y puso al lado: noche trágica. Llamaron a la puerta y le trajeron las
listas de supervivientes y desaparecidos, dados por fallecidos todos. Repasó
los nombres, puesto que conocía a todos y cada uno de ellos personalmente, y
entre los nombres apareció el de su hijo, sin un lugar especial, uno de tantos,
como le gustaba a él considerarle y como le estaba educando. Muchos científicos
y personal especializado habían sucumbido, los que no quisieron acudir a la
fiesta en la que los demás bailaban, ajenos al horror que les esperaba. La sala
de fiestas y las dependencias comunes tenían las salidas de emergencia subterráneas
que les condujeron a los botes salvadores, los que les permitieron llegar al
Inicuo. Las áreas de trabajo quedaron aisladas y la barrera de fuego hizo el
resto. Los productos químicos inflamables dejaron sin opciones al grupo.
Anotó en el diario una somera descripción
de lo ocurrido: tres aviones indeterminados bombardearon las instalaciones,
creando un gran incendio y con el conseguiente resultado. Mejoras para la
futura base: camuflaje similar al del Inicuo para todo el complejo, por más
caro que resulte; salidas de emergencia en áreas de trabajo también y planes de
emergencia y evacuación actualizados al nuevo nivel de la amenaza. Captación de
nuevos cerebros y afines para reponer bajas. Revisar líneas de finanzación por
si las pérdidas se repitieran.
El camuflaje será fundamental, puesto que
en cuanto el gobierno descubrió sus instalaciones se empeñaron en inspeccionar
las actividades. Y muchas eran ilegales, claro. Estaba fabricando armas
químicas y experimentando con lo que nadie da permiso. ¿Cómo si no rompiendo
las barreras mentales iba a llegar a dominar la materia y la vida misma? La
moral al uso impide cualquier avance con sus melindres, mientras que es un
contrasentido: ¿no debería ser inmoral el impedir la cura para cada enfermedad
y mal, la búsqueda de la eternidad en vida? La gente pequeña de mente es la
despreciable. Qué pocos se salvan de ese fanatismo, de la cincha mental de la
mal llamada ética. Y mil peticiones escritas de que cesaran sus actividades, y
multas, desoídas todas ellas, e intentos por la fuerza de desalojar las
instalaciones... Fuerza combatida con fuerza y sagacidad. Pero alguien no
estaba dispuesto a consentir el trabajo dentro de Daemon, y ordenó ese
bombardeo cobarde. Sería el ejército o algún comando secreto, pero desde luego
que no iba a quedar impune ese ataque. Si en algo creía el Numen, a parte de en
el poder de la inteligencia y los resultados de la Ciencia, era en la venganza,
una satisfacción que se daba el capricho de ofrendarse, puesto que todo, todo,
parte de su voluntad personal, de hacer lo que él quiere y como lo quiere. Y
para eso trabaja y en eso consiste su existencia: para obtener su capricho.
Volvieron a llamar a la puerta y le
trajeron varios mapas y cartas de navegación con posibles ubicaciones para los
nuevos laboratorios e instalaciones. Los estudió un momento, aunque casi todos
reunían las características precisas. Cuando ocurría que la razón no le hacía
preferir ninguna opción, sacaba de su bolsillo interior algún objeto mágico con
el que jugar y que le ayudara a decidir; esta vez, un mazo de naipes. Barajó y
colocó una carta en cada emplazamiento en los mapas. Las volteó. Una le hizo
sonreír. -Construiremos aquí Nuevo Daemon. Vayan haciendo los preparativos
pertinentes, en breve les pasaré los planos mejorados y las especificaciones.
La noche fue larga, y dibujó y escribió
hasta el amanecer, mientras el barco subía y bajaba levemente, rumbo a lo
desconocido. Cuando todas las órdenes pertinentes fueron dadas, se concedió el
descanso, aseándose en sus aposentos y reposando. Pero otra vez llamaron a su
puerta. Alguien entró despacio.
-Ariadna, ¿a qué vienes, quieres tener
otro hijo?
-No, sólo quiero consuelo.
-Está bien, ven a dormir conmigo.
El Númen la abrazó complacido con el
perfume de su melena limpia y el tacto suave de su piel y se entregó a los
sueños, confiado.
-Señor, ¿está despierto? Tenemos informes
de nuestro equipo en tierra. Sabemos quiénes son los culpables del desastre de
anoche. Todos y cada uno de ellos.
-Bien. Que se preparen todos. La guerra ha
comenzado y no tendrá más fin que sus terribles muertes. Arderán en un fuego
inextinguible. He soñado cómo darles caza.
Fin del primer capítulo.
Madame Eloise