jueves, 24 de diciembre de 2015

Un bocata de tuercas

Uno de los más complejos juegos hechos hasta el momento.

Un bocata de tuercas es complejo debido a su sencillez, las reglas son sencillas, el relato ha de contener un objeto descrito, o citado, este es "Un bocata de tuercas" tener una extensión de 2000 palabras y ser una historia con un final cerrado.

Los relatos participantes.

Anécdotas mecánicas 
(Eric Rohnen)

El viejo caballero se aclaró una vez más la garganta y terminó su explicación:

-Total, que cuando me quise dar cuenta, llevaba horas enfrascado en ello y seguía sin conseguir que la vieja tetera de mi tía funcionara como era debido, ¡pero con todo lo que le había hecho, al menos ahora servía para preparar unos gofres deliciosos!

El resto de los presentes rió la ocurrencia preguntándose qué tendría de realidad y qué parte eran imaginaciones del mariscal Stenovic, que solía pasar días enteros en la sala común del Instituto compartiendo recuerdos inverosímiles con cualquiera que se pusiera a tiro. En esta ocasión tenía tres acompañantes, descontando al autómata sirviente de uno de ellos, el cual esperaba pacientemente de pie cerca de su amo.

    -No imaginaba que ocurrieran esas cosas durante los ejercicios de campo de su regimiento de fusileros pneumáticos, mariscal. - La alta voz de madame Cherneshevsky, con su acento eslavo, contrastaba con la vacilante y rasposa habla del militar retirado. Sus ojos azules se clavaban en cualquiera que recibiera su atención.

    -Uy, si yo le contara, milady. - Volvió a toser con un puño ante la boca. - Un hombre tiene que hacer frente a los retos allá donde se presenten, y además…

    -Me disculpará si le interrumpo, mariscal, pero me veo obligada a añadir que no sólo los hombres. - La menuda jovencita de pelo moreno corto y pantalones de taller con tirantes alzó una mano para acompañar sus palabras desde su sillón, enfrente al del viejo. - Sin ir más lejos, yo tuve que arreglar hace unos meses el carrillón del reloj de la torre del ayuntamiento de Módena de prisa y corriendo con lo que tenía a mi alcance, que era únicamente un juego de levas en su eje y una reductora de velocidad múltiple.

    -Hummm, ¿y cuál era el reto, señorita Mutti? - El mariscal parpadeó repetidamente al preguntar, intrigado. - Con esa maquinaria debería bastar seguramente.

La mecánica de corta estatura se echó hacia delante sobre su asiento, apoyando las manos en ambos reposaderos y marcando los músculos de sus hombros y espalda, acostumbrados al esfuerzo físico, por debajo de la camisa.

    -Pues que eran descartes de una hilatura, el conjunto medía 34 pies de largo, !y pesaba 6 toneladas!

    -Oh. Entiendo.

Los demás volvieron a reír. En esta ocasión, el único que no había hablado aún intervino.

    -Estoy seguro de que el mariscal no tenía intención de ofender, Roberta. - Miró a ambos conciliador. - Todos aquí hemos enfrentado problemas complejos en más de una ocasión. - Alzó casualmente su mano derecha, cuya historia ya conocían los demás.

    -Gracias, Herr Folkvanger, muy cierto, muy cierto. - El viejo se volvió hacia ambas mujeres y se inclinó aparatosamente a la vez que se levantaba brevemente. - Les ruego disculpen la falta de cortesía de este viejo.

    -No se preocupe, mariscal Stenovic. No sería la primera ni la peor ocasión en que un hombre me pone en una situación comprometida. - La mirada de madame Cherneshevsky y el discreto movimiento para asegurarse de que no había nadie más cerca de ellos, les decía que iba a ser una confidencia que no debería contar pero que de todas formas iba a relatarles. - ¿Recuerdan ustedes al último Duque de Oro?

    -Claro, incluso tuve la ocasión de conocerle antes de jubilarme. Un personaje curioso, algo obsesivo. Reconozco que no me sorprendió demasiado la forma en que acabó. - Mutti y Folkvanger asintieron, corroborando las palabras del hombre mayor.

    -El caso es que vino a verme para proponerme que trabajara con él. ¡Pretendía que yo modificara un huevo de Fabergé para esconder en él un explosivo! Menuda desfachatez. Tenía en mente, por supuesto, atentar contra el zar. Como pueden imaginar, le dí largas y avisé de inmediato al servicio secreto imperial.

    -Ah, eso explica lo que le pasó entonces. - El viejo inspiró hondo y se hinchó como una paloma. - Qué orgullo y alegría ver que es usted una fiel defensora del orden tradicional, mi querida dama.

Madame Cherneshevsky soltó una risa elegante pero muy sonora a la vez que volvía la cara de nuevo para mirar a su alrededor, bajando ahora la voz.

-¿Monárquica yo? Me ha malinterpretado usted, mi querido mariscal, el principal motivo para negarme fue que no podía permitir que alguien destrozara una obra de arte, ni yo ni ningún otro. - Ladeó la cabeza con picardía al ver el gesto de sorpresa en los demás. - Además, la zarina organiza unas fiestas espléndidas, lamentaría no poder volver a casa de los Romanov.

En esta ocasión sólo Folkvanger se rió, aunque por lo bajo, conocedor del gusto por las fiestas de la alta sociedad de la profesora invitada por el Instituto para compartir su experiencia durante ese año.

    -Veo que tú me entiendes, Kassius. - La dama y él eran ya amigos desde hacía unos años. - Eso fue poco antes de que llegaras a San Petersburgo con Hans, que en paz descanse. Tengo entendido que este autómata te lo cedió él, ¿no? - Señaló a la máquina humanoide que se encontraba de pie tras del sofá del ingeniero.

    -En efecto, Ruriek fue un regalo del profesor Linge, aunque desde entonces le he hecho unas cuantas mejoras. - Le guiñó el ojo.

    -¿Como cuáles? - La curiosidad de mecánica de Roberta Mutti saltó sin pedir permiso a la palestra.

    -Bueno, últimamente he estado refinando su cerebro para darle una suerte de iniciativa. - Gesticuló de forma vaga con las manos. - Estuve jugando con la ampliación de su percepción del contexto y la realización de conexiones espontáneas entre conceptos de su base de datos interna mediante un mecanismo de aleatorización. - Se mordió el labio inferior. - No está aún donde pretendía llevarle, pero estas modificaciones han provocado que aparezcan una serie de guiños inesperados, como por ejemplo,...

En ese momento llegará el camarero a preguntarles si estaba todo en orden y recoger el juego de té.

-¿Desean que les traiga algo más?, ¿quizá algo de pastel de zanahoria?

De repente, antes de que ninguno respondiera, Ruriek se puso en marcha y se acercó al muchacho con la bandeja, poniendo suavemente una mano sobre su hombro.

    -A mí si es tan amable, tráigamente un bocadillo de tuercas, joven.

Tras el momento inicial de sorpresa y silencio, ambas mujeres se rieron ruidosamente, acompañadas luego por el mariscal. Todos miraban no al autómata, sino a su dueño.

    -Como iba diciendo, guiños inesperados. - Sonrió disfrutando de lo oportuno del momento. - El más habitual de los cuales es una especie de sentido del humor.


Bocata de tuercas 
(Ángela Ramos)
-¡Aceite usado! ¡Se vende aceite usado!
Las sucias calles retumbaban con el repiqueteo de aquel carromato conducido por una vieja. Aaron asomó su pequeña cabeza. Tenía frío y hambre. Pidió un tarro del néctar que no podía tomar. Se lo llevaría a sus padres. Pagó con las monedas que había conseguido mendigando. A sus grandes ojos grises y voz de porcelana no se les podía negar nada. Con el grasiento botín marchó a su mísera casa.
Aaron era huérfano, fue abandonado en un orfanato que cerró varios años atrás. Tras vagar por los peores barrios fue acogido por la pareja Asimovsky. Eran dos autómatas que habían servido a un gran noble. Pero al morir fueron despedidos ya que a los hijos del anciano no les gustaban aquellas “frías máquinas”. Mas Aaron no creía que Ruthera (antigua cuidadora) y Pietor Asimovsky (chófer y mecánico) fueran un saco de engranajes sin sentimientos. El conde de Asimovsky era considerado uno de los grandes creadores de autómatas, autómatas que muchas veces eran más empáticos que algunas personas.
-Os he traído aceite. –Dijo Aaron.
-¡Oh, cielo! –Respondió Ruthera con una mecánica aunque afable voz- ¡Eres un sol! –lo abrazó- ¿Quieres un bocata de tuercas?
El bocata no era más que dos planchas de metal oscuro con algunas tuercas de diferentes tamaños y colores. Aaron nunca rechazaba un bocata de tuercas, pues las piezas que lo formaban era bien de Ruthera bien de Pietor, quienes lo hacían con su mejor intención. Aquello le ponía muy triste. Entonces, vio como a Pietor le costaba doblar un brazo: el bocata era de él. Con una melancólica sonrisa tomó el manjar y anunció que iba a salir. Aaron canjeaba las piezas por alguna fruta, pan, agua y, con suerte, un plato de sopa y carne.
Un día, mientras cantaba en la plaza del pueblo para ganar unas monedas, un hombre muy alto y muy bien vestido se acercó a él:
-Tienes una voz preciosa. Dime, jovencito, ¿quién te ha enseñado a cantar así?
-Nadie, señor. –El hombre de bigote fino le miró asombrado.
-¿Te gustaría venir a la Academia de Música? Allí podrías mejorar mucho…
-No tengo dinero, señor. –El hombre sonrió.
-No te preocupes. Mañana vendré a escucharte otra vez, y tal vez pueda conseguirte una plaza grates, ¿vale?
Aaron asintió y vio como el hombre se alejaba.
Pasaron los días, y el señor Muslov (profesor de la Academia) escuchaba a Aaron, dándole consejos y enseñándole él mismo en su casa mientras quedaba una vacante. Unas semanas más tarde, Aaron vino con una bolsa llena de monedas. Lo que el profesor no sabía era que aquel dinero era el trueque de muchos bocatas de tuercas.
Aaron entró en la escuela y, mientras el progresaba y medraba, los Asimovsky iban destrozándose paulatinamente:
Ruthera había perdido una pierna por completo y su mecanismo fónico apenas funcionaba. El rostro de Pietor se había reducido a lo básico y se podía ver parte de los cables y engranajes internos que lo hacían funcionar. Apenas podía arreglarse a sí mismos.
Aaron pasaba todo el tiempo en casa del profesor Muslov. Ya no volvía por las calles de la decrépita vendedora de aceite usado. Un día llegó su primer gran concierto; le sucedieron muchos otros, y vio en Muslov a un nuevo padre. ¡Si el profesor hubiera sabido la verdad oculta!
Han pasado varios años desde que Aaron creció y se hizo un gran cantante que vivía en caras mansiones, siempre con su profesor. En eso, el profesor contrató a una autómata para que se ocupase de la casa y de su cuidado, pues ya era muy mayor. Aquello le trajo a la mente la pareja Asimovsky. Como si tuviese una suerte de resorte bajó corriendo a su antiguo hogar.
Cayó al suelo, sus lágrimas tiznaron los escombros:
Como estatuas principescas mutiladas por la golondrina, tan solo quedaban los dos corazones que latían con un ritmo moribundo entre las paredes caídas. Aarón se acercó a recogerlos empapado de angustia. En su mente resonaban las palabras de la dulce Ruthera y del bueno de Pietor, eco que ya no lo abandonaría, que lo convertiría en un carcamal oxidado, solitario y hermético en su propia prisión, con aquellos dos corazones guardados con cariño en una vitrina; esas palabras que le traían unos recuerdos inolvidables, esa sonrisa mecánica más cálida que cualquier humana…
-¿Quieres un bocata de tuercas?

¡Menos zinc y mas hierro! 
(Mikel Villafranca)

Todos conocéis los hechos de la pasada primavera y cómo los trabajadores autómatas se rebelaron contra su blandito opresor, y claro está que conocéis su lema “Menos zinc y mas hierro”. Pero creo que ninguno conocéis el germen de este lema y de esta revuelta.

Para empezar a contaros esta historia tengo que presentarme. Mi nombre es Marcus Zinerman, y soy doctor de autómatas, vivo y trabajo en la barriada de la chapa. El peor barrio de autómatas de la ciudad, justo encima del “Tuercas y Tornillos” Cafetería ferretería.

Y fue en ese lugar donde se prendió la chispa de la revolución.

“Marchando un bocata de Tuercas, y vaso grande de aceite de motor” Anunció la metálica voz vagamente femenina con tonos de clavicordio, la camarera robot era una máquina de la “Serie 7” mucho mas humanoide que las anteriores, la chapa que cubría su esqueleto y maquinaria había sido moldeada con las típicas curvas femeninas, y se la había programado con ademanes de mujer joven, por eso se llevaba una mano a la cadera quedando en jarras y con la bandeja en la otra mano.

El autómata obrero sentado a mi lado en la barra levantó la cabeza, y con la mano se quitó la visera de pana mugrienta, y anunció agitándola que era el deseoso consumidor de dichos manjares. Volví a bajar la mirada, delante de mi estaba la laringe mecánica de aquel individuo, entre mis patatas fritas y mi hamburguesa casi al punto, bebí lo que quedaba de mi batido, y volví a atornillar la tapa del filtro, accioné manualmente el mecanismo para comprobar si funcionaba bien, si aquello ya estaba mejor, guardé el destornillador en el estuche de tela enrrollable y mientras sin levantar los ojos di mi opinión médica al paciente sentado en la mesa junto a mí, “es el polvo de carbón, ha atascado el filtro de la laringe mecánica, te lo he limpiado, y ya vuelve a funcionar, pero no durará mucho, necesitas un filtro nuevo”.

El autómata- 7645A (creo que ese es su nombre) al que había llamado desde hace años Alberto, me miró mientras recogía la pieza, y la colocaba en la cavidad bajo su mentón mecánico. Su voz sonó mecánica, era una pieza anticuada que producía una voz imperfecta y llena de ruidos. “Ya hemos hablado de eso doctor. Es una pieza cara e innecesaria para el trabajo”- Y estrictamente era cierto.

Asentí, mientras veía como agarraba el bocata de tuercas, dos obleas metálicas de chapa fina recubriendo tuercas metálicas de métrica 5, cientos de ellas. E introducía el conjunto en su abertura facial, justo debajo de los faros oculares la portilla dentada se cerró rompiendo la oblea con sumo cuidado y empezó el proceso de digestión mecánica.

“Este bocata tiene mucho Zinc” Espetó Alberto, acompañó su expresión con dos bocanadas de vapor saliendo del tubo de escape facial, algo que yo había aprendido a reconocer como enfado, a partir de este momento yo me convertí en un mero observador.

“Es cierto” corroboró un autómata de la serie 1 que estaba apoltronado cerca de el buffet de tuercas y tornillos, “todo tiene mucho Zinc” su voz era un conjunto de chasquidos mecánicos y conos micro perforados, su vocabulario de unas doscientas cincuenta palabras “todo mas zinc que antes”. Yo di los últimos mordiscos a mi hamburguesa, y acabé mis patatas, mientras un coro de voces mecánicas de muchos timbres distintos creaban una cacofonía.

Todas las voces se callaron de súbito, habían alcanzado un acuerdo, “Ahora todo tiene mas zinc, y por ende es menos alimenticio y mas barato de fabricar”- Sentenció un autómata de la serie 5 , yo era su médico y como tal le reconocí en el acto, era Sirius, el sindicalista, “La pregunta es qué vamos a hacer al respecto. Vamos a dejar que los “blanditos”-Me señalo con su dedo largo y cromado- nos envenenen con comidas de mala calidad,-Bajó la voz drásticamente- No va por usted, Doctor, sabemos que usted es bueno con nosotros- subió la voz hasta casi un grito agónico- o vamos a hacer algo al respecto”

El prorrumpir de chasquidos y quejidos metálicos llegó en el acto, y un coro de muchas voces mecánicas y con tonos dispares empezó a corear un eslogan que pronto causaría miedo y dolor “¡Menos Zinc y mas Hierro! ¡Menos Zinc y mas Hierro! ¡Menos Zinc y mas Hierro! ¡Menos Zinc y mas Hierro!...”

El local se vacío casi en el acto, y una muchedumbre metálica invadió la calle, golpearon en las paredes de chapa de la barriada, y gritaron y hablaron a sus ocupantes, de la veinte original ya solo se veía su nutrida retaguardia, con el sindicalista a la cabeza, y cada vez mas autómatas en una turba que crecía y crecía cada vez mas, yendo hacia el centro de la ciudad.

Acabé mis patatas fritas y miré a la Camarera de la Serie 7, que aun seguía allí plantada. La única de todos los autómatas que seguía en el local, “¿qué ocurre? -pregunté.” y ella contestó: “se han ido sin pagar”- su voz sonó con verdadera afectación en agudos - apenas pude contener una sonrisa. “ponme otra hamburguesa y pásame la cuenta de todos ¿quieres?, antes o después todos me pagaran lo que deben. - y reí como no había reído en años.

Siempre he defendido que cuantos mas autómatas diseñábamos mas humanos hacíamos cada diseño y aquella escena era un claro ejemplo de que la tesis era cierta. Era tan cierta que en mi opinión habíamos jugado a ser Dios y para nuestra desgracia habíamos triunfado, es por eso por lo que en mi puesta ponía Doctor y no Mecánico, es por que los autómatas eran mas humanos que los humanos a los que llamaban despectivamente blanditos.

En la radio no tardaron en hacerse eco de la noticia y mientras la camarera barría y limpiaba el local yo degustaba mi segunda hamburguesa completa, al principio los periodistas humanos hablaban de un virus mecánico que había afectado el comportamiento de decenas de autómatas, y mas tarde de una turba de manifestantes. “Pon la Emisora Trece, por favor- Dije a la camarera”, que accionó el dial del dorso de su mano para complacerme.

“Cientos de hermanos mecánicos se congregan a las puertas del senado gritando “¡Menos Zinc y mas Hierro!” esto es una revolución”- Graznaba la mecánica voz del locutor. “parece que ya llegan las tropas de choque metalizadas para disolver a los manifestantes, que esta ocurriendo no lo puedo ver bien.... …... ….. Me informan que se ha iniciado una batalla campal entre los blanditos y los manifestantes estos últimos apoyados por las fuerzas de choque metalizadas..... ….. - unos minutos después sin emisión y se reanudó- parece que los blanditos han movilizado al ejercito y los reservistas blanditos, y ya llegan a la refriega, lo que empezó como una revuelta pacifica se ha convertido en una matanza, hay líquido de transmisión por todos lados y carcasas agujereadas, o por la Santa Tuerca parece que han abierto fuego contra los manifestantes....- La trasmisión se cortó y ya no volvió a restablecerse.

Los blanditos habían ganado. La revuelta había sido extinguida.

Y las consecuencias ya las conoces, así que dime una cosa ¿tú que crees? ¿fueron unos revolucionarios o una panda de dementes? Y es importante que lo decidas tú, por que de tu decisión depende el futuro. ¡¡¡¡“Menos Zinc y Mas hierro”!!!!



 Venn
 (Antonio Torrico)


Un sonoro tic tac me sacó de mi sopor mucho antes de volver a ser consciente de cosas tan sencillas como quién era o dónde me encontraba. La cabeza me dolía horriblemente y apenas podía ver más allá de unos párpados que se negaban a abrirse del todo. Cuando volví a ser dueño de mis sentidos y recuerdos, la situación casi me lleva al desespero. Me encontraba en el interior de un gigantesco mecanismo, sobre una extensa plataforma de madera. Una plataforma que se estrechaba y dividía en varias pasarelas que recorrían los recovecos de esa enorme maquinaria en la que me encontraba. Y en el centro de aquellas pasarelas de madera, un único raíl metálico parecido al que usan los moto tranvías que recorren la ciudad de la que provengo.
La gigantesca estancia está en constante movimiento. Engranajes girando unos sobre otros desde sus ejes al son de ese omnipresente tic tac que se colaba en mis entrañas. Un enorme péndulo de cobre se balanceaba bajo mis pies, oculto su extremo en una caída infinita hacia la oscuridad. Toda la estancia era iluminada tenuemente por una luz lunar azulada que traspasa la traslúcida esfera de un reloj de proporciones imposibles, llenando la estancia en la que me encontraba de sombras inquietas y recovecos oscuros. Una habitación que no descansa nunca. Un lugar que no conoce la quietud. Recordándome con cada movimiento de aquel segundero que se intuía al otro lado de aquella resplandeciente esfera tanto la mortalidad del Hombre como la magnitud de mi derrota.
Me avisaron contra el Doctor. Me dijeron que no le persiguiera, fuera cual fuese la recompensa que ofrecían por su captura. Ojalá les hubiera escuchado. Pero jamás creí que aquel anciano pudiera tener la capacidad de vencer a mi estoque, escapar de mi trabuco o esquivar mis expertos puños.
Un feo reguero de sangre seca recorría mi frente señalando con su origen la herida que había provocado mi inconsciencia. Maldito sea ese desquiciado científico y sus aparatosos artilugios de combate.
Pronto fui consciente de que no estaba solo dentro del cronógrafo. Otro artilugio mecánico se acercó a mí mientras estaba enfrascado en golpear la esfera del reloj con una tabla que había conseguido desprender de la pasarela con el fin de hacerme con una vía de escape. Se acercó a mí sin que me diera cuenta y me sobresalté al ser consciente de lo que se encontraba a mi espalda. Sobre ese estrecho cilindro que le permitía moverse a lo largo del riel se encontraba un deforme cuerpo metálico con multitud de brazos, cada uno acabado en una herramienta diferente. Todas ellas artilugios retorcidos que recordaban más a instrumentos de tortura que aparejos de tornero. Uno de esos brazos acababa en una escuálida zarpa de acero. Esta sostenía un trozo de pan que albergaba dentro tuercas de metal. Alargando aquella extremidad, abrió aquellos dedos puntiagudos para ofrecérmelo. Sobre aquel tronco de chapa, una cabeza a la que su creador no había dado prioridad me miraba deforme con algo en ella que mi desesperación me hizo interpretar como algún tipo de gesto.
Llevaba dos días sin más sustento que el agua de lluvia que se filtraba por las rendijas de un techo que la oscuridad nunca me había mostrado, por lo que me lancé a por aquel trozo de pan ignorando el riesgo a mi seguridad que aquellas extremidades suponían. Dejé caer al suelo de madera las piezas metálicas mientras devoraba con fruición el pan que mi nuevo amigo sin alma me había traído. Este miraba las tuercas rodar por el suelo sin comprender apenas porqué desperdiciaba tan suculento acompañamiento.
Debía ser parte del mecanismo del reloj. Lo ajustaba y engrasaba cuando era necesario. Y de alguna forma, ahora me consideraba parte de ese complejo entramado mecánico, porque cada día llegaba a la misma hora con aquel bocadillo de tuercas del que yo solo aprovechaba el pan. Como si se ocupara de una pieza que funciona mal. Como si hubiera pasado a formar parte de su protocolo de mantenimiento.
Intenté hablar con él sin conseguir la más mínima respuesta. Sabía que era inútil intentarlo pero pronto mi creciente soledad empezó a jugarme malas pasadas. Le puse nombre, esperaba con ilusión su visita diaria y pronto empecé a considerarle como a un amigo. Me reía de mí mismo cuando pensaba en aquello, prisionero como estaba en aquel reloj ideado por una mente enferma. La mente de un hombre que me había encerrado dentro de aquella máquina eterna para verme perder la cordura con cada bocadillo de desperdiciado embutido metálico que deglutía. Con aquel infinito tic tac que me estaba robando la vida. Con aquel amigo que su creador presupuso que no podía saber lo que era la amistad. Aquel error le costó la vida. 
Aunque es difícil admirar la prisión en la que te encerraron durante tanto tiempo, así como la obra de quien odiaste hasta matarle, no puedo menos que sonreír al contemplar la torre del reloj desde la ventana de mi cuarto. Una obra maestra de ingeniería que seguirá funcionando mucho después de que todos nosotros hayamos muerto. Mi amigo se ocupará de que así sea.




4 comentarios:

  1. Vamos chicos, animaos a hacer críticas literarias.
    ¿Cual creeis que es el mejor de los cuatro?

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  2. Son de estilos muy distintos, es difícil escoger.

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  3. Todos son geniales y dispares, cada uno en su estilo tienen un ritmo y una musicalidad que los hacen entrañables divertidos, a la vez hace volar la imaginación y que el lector de rienda suelta a su mente e imagine una pequeña historia propia.

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  4. Esta muy entretenido ver el resultado de lo que fue un juego casual promovido por Mikel.
    Os quedo de lujo chavales!

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