Para la convocatoria usamos las siguientes reglas:
- Cualquier genero
- Finales abiertos o cerrados
- limite 750 palabras titulo no incluido
- Clichés:
- Mujer no en apuros
- Artefacto que nadie sabe para que sirve
- De tez morena y Lampiño
- Se golpeo el dedo meñique con el sinfonier
- un barco en mitad del mar
- una casa en la nieve
- no pudo reprimir la angustia.
Y estos son los resultados de cada jugador:
La pequeña historia de Irène Daaé (de Angela Ramos)
Los copos caían despacio sobre la colina. Irène se desperezó. Abrió las cortinas: una fantasía en verde pino y blanco. Desde que había comenzado a producir máquinas la habían echado de su pueblo, santiguándose y arrojando sobre ella agua bendita. Suspiró. Sin abrir los ojos salió de la cama… “¡Ouch!” gritó. Se acababa de golpear el dedo meñique del pie con el sinfonier. ¡Qué dolor y qué rabia!
Miró con malos humos al mueble, insultándole. En eso, el sinfonier hizo unos ruiditos tristes, arrepentido. Dos ojos lánguidos empezaron a moverse y las patas del sinfonier (patas de bestia) corretearon rápidamente hacia otro lugar.
-¡Espera, lo siento! ¡Vuelve aquí!
Con legañas se apoyó en el umbral de su casita en la nieve. Su refugio particular. Vino a saludarla un can mecánico que meneaba la cola rítmicamente. Sonrió.
Se calzó unas botas altas bajo la falda granate. Se ciñó su corpiño sin pestañear y cargó en su espalda una gigantesca caja de herramientas. Silbó a su amigo sin pelo y cerró la puerta con las ideas bullendo como una máquina de vapor en su cabeza.
Empezó a caminar sin mirar a su hogar. Necesitaba aventuras, y las necesitaba ya. Estaba cansada de vivir como una loca bruja que ardería en el Infierno. En poco tiempo vio el mar. Un mar frío, desde lo alto de un acantilado que anunciaba una muerte segura.
Abandonaba Bodo sin una lágrima. Tomó en brazos a Frankiewinnie, sintió su bomba de calor que subía y bajaba mientras este le propinaba lametones de aceite. Con un silbido, el gigantesco sinfonier, como un buey manso, se acercó y cerró tras de sí la puerta. Aquel mueble guardaba algunos de los instrumentos que Irène podría necesitar.
No le fue difícil alquilar una embarcación no demasiado grande que nunca devolvería. Una vez lejos del puerto, sacó de su mochila un autómata bajito y rechoncho. B-B le ayudó a colocar un motor y una pequeña caldera para mover el barco sin apenas esfuerzo.
Con el viento en su rostro claro y cabellos largos y almendrados zigzagueando sin control navegó algunos días. Aquel barco se había convertido en toda una isla que la proveía de todo lo necesario: una diminuta desaladora, un huerto trepador alimentado por placas solares (o almacenes de Sol, como las llamaba ella.), una suerte de espacio ahuevado que mantenía el calor gracias a Frankiewinnie y un remero fabuloso, Suzette, el sinfonier… Pero, un día, algo cambió en su tranquilo viaje.
Empezó a escuchar voces borrachas y acordes mal tocados a guitarra, y pronto supo de donde venía aquel horrible sonido: un enorme velero con cañones rotos se alzaba ante sus ojos azules. Entonces, un hombre de tez morena y lampiña comenzó a gritar:
-¡Caballeros! ¡Una dama! ¡Una dama! –Unos cinco hombres se asomaron a punto de caerse. -¡Venga, milady! ¡Le llevaremos a tierras seguras! ¡No tiene nada que temer!
Irène arrugó el ceño.
-¡No soy una “milady” ni necesito vuestra ayuda! –Respondió con marcado acento sueco. Los hombres se miraron sorprendidos.
-¡Así que una dama que no está en apuros! Y, dígame, preciosa, ¿adónde va?
-¡A usted no le importa! –Dijo enfadada.
-¡Nosotros vamos al Polo! –Vitoreos de fondo- ¿Se viene, milady? –Irène sacó una completa brújula compuesta por ella y miró al grupo variopinto suspirando.
-Vais en mala dirección. Terminaréis cogiendo las corrientes chillonas y vararéis.
El capitán Jack, Jack Nothing, de tez morena y lampiña, no pudo reprimir la angustia. Era el capitán de un barco en mitad del océano. Estuvo a punto de echarse a llorar. ¡Su empresa se hundía! Su rostro se curvó trágicamente, sus ojos se humedecieron, cayó al suelo con una expresión deprimida.
Pidieron ayuda la chica que no estaba en apuros los apurados marineros. Al final, Irène decidió subir al barco seducida por la idea de estudiar un artefacto del que ninguno sabía su uso.
Una noche, noche en la que ya veían la aurora boreal, en la que sus roces de desconocidos habían amainado, aquel aparato de sendas dimensiones cubierto por una sábana brilló. Todos quedaron en silencio, petrificados. Parecía una especie de portal.
Irène se adelantó con Frankiwinnie dispuesta a analizarlo. Suzette metió con timidez una pata, sintió arena. Se asustó y saltó hacia Irène.
-¿Qué será? ¿Adónde irá? –Abrió uno de los cajones de Suzette y sacó varias lentes de aumento para verlo mejor.
-Nunca lo sabremos si no lo atravesamos. –La tomó de la mano- Después de usted, Irène.
Y caminaron el capitán Jack, Irène, Suzette y Frankiwinnie con paso decidio, seguidos, después, por el resto de la tripulación que pasaron abrazados unos a otros.
Detrás de ellos se cerraba un mundo.
La casa en la nieve (de Eric Rohnen)
El gruñido ahogado la despertó en mitad de la noche, sacándola al instante de lo que fuera que estaba soñando. Cuando abrió al máximo la llave de la lámpara de gas junto a su cama para iluminar el camarote por completo, comprobó con un gesto de disgusto que su sospecha era cierta. Elevó los ojos al cielo y espetó con un siseo, no queriendo subir mucho la voz:
-¿Te parece apropiado? ¿Colarte en la habitación de una dama en mitad de la noche?
-¡No es lo que parece, Helga! - El muchacho se apresuró a responder, pero su principal preocupación era sujetarse el pie derecho desnudo con la mano izquierda mientras se apoyaba en el mueble contra el que lo había golpeado en la oscuridad. Su rostro afeitado y teñido por el sol de los últimos meses era una máscara de dolor. - Tenía que volver a verlo…
-¿Y no podías esperarte a mañana cuando lleguemos a puerto, Kass? - Resopló, colocando el camisón en su sitio antes de sacar los pies de la cama y buscar las zapatillas acolchadas. Echó a andar en dirección al sinfonier anclado al suelo y a la pared para que el movimiento del barco no le afectara.
-¡No! No he podido dejar de pensar en esa cosa desde que la encontramos…
-La encontré yo, no te olvides. - Le dedicó una mirada con la que le desafiaba a llevarle la contraria de nuevo. Señaló al pie magullado. - ¿Estás bien?
-Lo sé, lo sé, lo siento. Y perdona por colarme, ¿vale? - Volvió a apoyar la planta e intentó recuperar la compostura, pero era evidente que seguía doliéndole algo. - No te preocupes, sobreviviré.
-A menos que se te ocurra entrar en mi habitación de noche nuevamente. - Le lanzó un gesto de advertencia muy breve pero explícito con un puño cerrado ante sus narices. - ¿Qué es lo que buscabas, la llave?
-Sí, la tienes tú, ¿no? - Se volvió un momento hacia el mueble. - Pero no la veo.
-Je, normal. - Tiró de un cordel que llevaba al cuello, apenas visible bajo el nulo escote del camisón, hasta revelar la pequeña pieza de plata. - Esta no se aparta de mí ni de día ni de noche.
-Has venido a por ella, así que parece que fue buena decisión después de todo, ¿no? - Ella apretó la boca. - Bueno qué, ¿bajamos a la bodega? Total, ya que me has despertado y sigues vivo para contarlo, lo mismo da.
-Milady, detrás de usted. - Hizo una profunda reverencia servicial a la vez que le abría la puerta, pero incluso con el rostro hacia abajo su sonrisa era bien visible.
-Sí, claro, en camisón. Anda, sal y espera en el pasillo. - Y se apresuró a añadir, marcando cada palabra. - A puerta cerrada.
Kassius salió tirando de la puerta, comprobando con alivio que seguía sin haber nadie más rondando la zona de camarotes a esa hora de la noche. El dedo le dolía horrores, pero se obligó a no prestarle atención. Se calzó las botas que había dejado allí mismo antes de entrar para no hacer ruido contra el suelo de madera. Antes casi de darse cuenta, Helga salió como una bala de su habitación con la llave en la mano. Él reprimió un comentario mordaz acerca de lo poco que había tardado comparado con otras veces y la siguió en silencio por el pasillo y una estrecha escalera de caracol que llevaba a la cubierta más inferior. Al momento habían atravesado la escotilla con cierre mecánico de la bodega, y mientras ella buscaba con la mirada, él encendió una lámpara de aceite. Apenas hizo falta porque Helga ya había ubicado el pequeño arcón compartimentado donde había colocado algunas de las piezas recuperadas en la excavación, así que depositó el farol sobre una caja de madera bien claveteada. El corazón le latía rápidamente, en parte por la excitación de volver a ver aquello que le había cautivado al aparecer en unas ruinas de la selva de Brasil, pero también, y esto trataba de disimularlo más arduamente, por estar con ella.
-Aquí lo tienes. - Helga se incorporó con aquel objeto en la mano.
Él quedó cautivado de nuevo por el oopart, dudando si alguna vez alguien averiguaría qué hacía allí esa pequeña esfera de cristal, y por qué dentro había una casita sobre la que no cesaba de nevar.
Ahmed levantó uno de aquellos objetos que no servían para nada y los estudió brevemente. Su rostro moreno y lampiño se contrajo en un gesto de perplejidad cuando al agitar la esfera vio caer la nieve sobre una diminuta casa de cuento. Enseguida cogió otra bola y quedó embelesado con el barco que agitaban unas minúsculas olas de color azul. Entonces sintió los pasos silenciosos de ella a su espalda y, nervioso, tropezón con el sinfonier y soltó un quejido más alto de lo que hubiera deseado estando ella presente. Siempre conseguía parecer ridículo en su presencia. Pero ella le perdonó aguantando la risa.
Las irreflexivas aventuras de una dama aventurera. (De Mikel Villafranca)
Enrriequeta vazquez Santjames, no era una chica normal, era una científico y aventurera, en ese sentido se parecía a su lampiño y moreno padre, Raúl, un hombre que había perfeccionado el arte de la aventura, para el la aventura era una corista americana, llamada Lula, que tenia el honor de ser la madre de Enrriqueta, aunque no se habían visto en mas de diez años, pues estaba muy ocupada lapidando su fortuna, adquirida por casamiento, en los casinos de medio mundo y los restaurantes mas selectos del mundo.
Enrriqueta quedo al cuidado de su Tío Mauricio que vivía en un caserón, en mitad de los pirineos, una casa aislada por la nieve la mitad del año, Gracias a Mauricio se intereso por la ciencia de un modo genérico, convirtiéndose en una muchacha excéntrica, Su tío había viajado al polo sur en una expedición y había traído “El cubo” que estaba enterrado en la nieve, una historia que contaba a menudo y que despertaba la curiosidad femenina de Enrriqueta y de cualquier persona presente, gustaba de relatarla sentado junto al fuego fumando su larga y fina pipa de cerámica.
Ahora daba la vuelta al extraño artefacto, lo denominaban “El cubo” y su objetivo era una misterio, era vagamente cubico, de un metal indefinido y con teclas, parecidas a las de un piano, era tal el misterio del objeto que ejercía una extraña fascinación, y por ello ahora navegaba en el “Imprudente” hacia el polo sur, hacia días que no se veía ni tierra ni barco alguno.
El barco se zarandeo por culpa de las olas y ella perdió el equilibrio, golpeándose el meñique de su pie contra el sinfonier de su habitación, sin el cual no viajaba a lugar alguno, el dolor era tremendo y de hecho se rompió una uña por el golpe, algo que abría sido trágico para cualquier damisela, pero para ella estaba claro que estar en apuros no era una opción, aunque no pudo reprimir la angustia, pues le dolía mucho, pero se mordió el labio y se centro en el extraño artefacto.
Según se acercaban hacia el polo, “El cubo” sufría considerables cambios, algunos puramente estéticos, como el color de sus teclas que muto del metal negro a al blanco y negro del marfil y el ébano, y al pulsar las teclas se hacia el mas absoluto y armónico silencio, un silencio casi musical, que acallaba los crujidos del barco en la tormenta, y el rugido de los olas al descargar su furia contra el navío.
El “Imprudente” estaba comandado por un curtido capitán, y por marineros muy veteranos, tan veteranos que la muerte en una travesía hacia el polo les parecía hasta atractiva, hacían chanzas sobre sus respectivos achaques, pero según navegaban hacia el sur y con el comienzo de los hielos parecieron serenar su jovialidad y mutarla en una seriedad afectuosa.
Llegar a tierra no fue un problema, pues el hielo rodeo el barco y caminar desde allí hasta hasta lo mas profundo del continente fue tan solo una patética caminata entre la ventisca y el deslizante hielo.
Ella sabia que aunque los demás miembros de la expedición estaban rilando se cual mirlos, ella no tenia esa opción, camino hasta lo profundo de una caverna para refugiarse y pulso el aparato que hace rato que funcionaba de manera autónoma, al pulsar sus teclas un estallido de armónico silencio invadió el lugar y la mas maravillas se produjo según tocaba sus teclas que deformaban con sus emisiones de silencio el rugir de la tormenta, en una maravilla de canción.
Empujada solo por sus fuerzas viajo hasta el barco, con los marinero desaparecidos y sin molestarse en pedir ayuda, pues nadie podía ayudarla, y desde luego prefería morir a convertirse en una dama en apuros, puso el velero en rumbo a mar abierto, no sin algún traspiés, fijo la ruta con la ayuda de su ingenio y desde el puente y atando sogas y maromas acá y allá consiguió salir a mar abierto, donde el barco empezó a deshacerse en pedazos, la tormenta había arrancado cachos entero y hacia aguas, el “imprudente” se hundía irremediable.
Con su fiel sinfonier de Nogal, un palo de fregona de origen incierto y unas floridas enaguas consiguió llegar en el mas curioso navío visto nunca en los puertos de la Patagonia.
Lo que ocurrió despumes y como llego a su casa, y cual fue el fin de nuestra geriátrica tripulación es otra maravillosa historia que ya contare, o quizás no...
Oceano infinito. (de juan Carlos)
Las irreflexivas aventuras de una dama aventurera. (De Mikel Villafranca)
Enrriequeta vazquez Santjames, no era una chica normal, era una científico y aventurera, en ese sentido se parecía a su lampiño y moreno padre, Raúl, un hombre que había perfeccionado el arte de la aventura, para el la aventura era una corista americana, llamada Lula, que tenia el honor de ser la madre de Enrriqueta, aunque no se habían visto en mas de diez años, pues estaba muy ocupada lapidando su fortuna, adquirida por casamiento, en los casinos de medio mundo y los restaurantes mas selectos del mundo.
Enrriqueta quedo al cuidado de su Tío Mauricio que vivía en un caserón, en mitad de los pirineos, una casa aislada por la nieve la mitad del año, Gracias a Mauricio se intereso por la ciencia de un modo genérico, convirtiéndose en una muchacha excéntrica, Su tío había viajado al polo sur en una expedición y había traído “El cubo” que estaba enterrado en la nieve, una historia que contaba a menudo y que despertaba la curiosidad femenina de Enrriqueta y de cualquier persona presente, gustaba de relatarla sentado junto al fuego fumando su larga y fina pipa de cerámica.
Ahora daba la vuelta al extraño artefacto, lo denominaban “El cubo” y su objetivo era una misterio, era vagamente cubico, de un metal indefinido y con teclas, parecidas a las de un piano, era tal el misterio del objeto que ejercía una extraña fascinación, y por ello ahora navegaba en el “Imprudente” hacia el polo sur, hacia días que no se veía ni tierra ni barco alguno.
El barco se zarandeo por culpa de las olas y ella perdió el equilibrio, golpeándose el meñique de su pie contra el sinfonier de su habitación, sin el cual no viajaba a lugar alguno, el dolor era tremendo y de hecho se rompió una uña por el golpe, algo que abría sido trágico para cualquier damisela, pero para ella estaba claro que estar en apuros no era una opción, aunque no pudo reprimir la angustia, pues le dolía mucho, pero se mordió el labio y se centro en el extraño artefacto.
Según se acercaban hacia el polo, “El cubo” sufría considerables cambios, algunos puramente estéticos, como el color de sus teclas que muto del metal negro a al blanco y negro del marfil y el ébano, y al pulsar las teclas se hacia el mas absoluto y armónico silencio, un silencio casi musical, que acallaba los crujidos del barco en la tormenta, y el rugido de los olas al descargar su furia contra el navío.
El “Imprudente” estaba comandado por un curtido capitán, y por marineros muy veteranos, tan veteranos que la muerte en una travesía hacia el polo les parecía hasta atractiva, hacían chanzas sobre sus respectivos achaques, pero según navegaban hacia el sur y con el comienzo de los hielos parecieron serenar su jovialidad y mutarla en una seriedad afectuosa.
Llegar a tierra no fue un problema, pues el hielo rodeo el barco y caminar desde allí hasta hasta lo mas profundo del continente fue tan solo una patética caminata entre la ventisca y el deslizante hielo.
Ella sabia que aunque los demás miembros de la expedición estaban rilando se cual mirlos, ella no tenia esa opción, camino hasta lo profundo de una caverna para refugiarse y pulso el aparato que hace rato que funcionaba de manera autónoma, al pulsar sus teclas un estallido de armónico silencio invadió el lugar y la mas maravillas se produjo según tocaba sus teclas que deformaban con sus emisiones de silencio el rugir de la tormenta, en una maravilla de canción.
Empujada solo por sus fuerzas viajo hasta el barco, con los marinero desaparecidos y sin molestarse en pedir ayuda, pues nadie podía ayudarla, y desde luego prefería morir a convertirse en una dama en apuros, puso el velero en rumbo a mar abierto, no sin algún traspiés, fijo la ruta con la ayuda de su ingenio y desde el puente y atando sogas y maromas acá y allá consiguió salir a mar abierto, donde el barco empezó a deshacerse en pedazos, la tormenta había arrancado cachos entero y hacia aguas, el “imprudente” se hundía irremediable.
Con su fiel sinfonier de Nogal, un palo de fregona de origen incierto y unas floridas enaguas consiguió llegar en el mas curioso navío visto nunca en los puertos de la Patagonia.
Lo que ocurrió despumes y como llego a su casa, y cual fue el fin de nuestra geriátrica tripulación es otra maravillosa historia que ya contare, o quizás no...
Oceano infinito. (de juan Carlos)
El monótono y perezoso gran océano
acaricia con su oleaje el casco de mi nave, el olor del combustible
quemado con el agua del mar alegra mis pulmones con su mezcla de olor
óxido con el salitre, evocando grandes recuerdos con sus alegrías y
tristezas. Llevamos semanas cruzando este gran gris azulado, de las
cuales muchos días lleva la radio muda, sólo recibe ruidos caóticos
sin ningún mensaje. No sabemos nada ni de nuestro origen ni del
destino, salimos en tiempos de tensa paz, antesala de crueles y
fieras conjuraciones y confabulaciones en las sombras. Nuestra misión
supuestamente es de reconocimiento científico y recogida de muestras
en zonas aún no exploradas del gigantesco anfitrión donde hemos
entrado. Como capitán recibí un sobre lacrado con claras
instrucciones, no abrir hasta por lo menos las quince semanas de
navegación y el contenido debe de ser secreto incluso entre mi
tripulación.
Con kilómetros de tuberías
mensajeras de millones de bares de vapor bajo mis pies, circulando en
intrincados y emocionantes laberintos de válvulas, codos y cruces
cuyos secretos pocos conocemos consulto el calendario. El día donde
debo de romper el sobre lacrado es hoy. La experiencia y la lógica
me lanzan un mensaje poco prometedor, cuando las órdenes visten de
velos y capas hiladas de secretos no suelen ser ni buenas ni
agradables. Mi sentido del deber me empuja a abrir el lacre, leer su
contenido, y cumplir las órdenes.
Siguiendo los planes de los
Magníficos y Excelentísimos Administradores, entraremos en guerra
antes de su llegada al destino, el Puerto de las Olas Grises de
nuestro forzado aliado. Cuando llegue ya no será un aliado sino el
terrible enemigo nuestro, siempre ha sido así y nos hemos cansado de
tratar con esos piratas sin escrúpulos.
Su Leviatán no es un navío de
guerra, a pesar de tener cierta potencia de fuego, además su nave
llegará sola, no tendrá ningún tipo de apoyo ni refuerzo. Parece
una misión suicida sin ningún tipo de posibilidad ante el
fuertemente defendido Puerto de las Olas Grises, de ahí la
naturaleza de su auténtica misión. Su misión es encontrar un arma
muy poderosa, capaz de dictar el resultado de una guerra, no estará
muy lejos de su localización cuando abra esta carta.
Suerte Capitán.
Atentamente: Ministerio de Defensas
Terrestres, Marinas y Aéreas”.
Fantástico, ninguna descripción,
ni pista, ni naturaleza, ni forma, ni tamaño. A buscar algo sin
saber qué es en este infinito de agua, el cielo con unas pocas nubes
grises no me dice nada, el mar sólo canta una balada de amistad con
el casco del Leviatán y el fondo es un misterio infinito, no se
conoce nada de él ni siquiera su profundidad, además nunca habíamos
navegado tan adentro del Océano Infinito y tanto yo como mi fiel
tripulación estamos muy nerviosos.
Ordené activar el nuevo sónar
cuántico, capaz de localizar cualquier objeto sea cual sea su tamaño
a miles de millas marinas.
Lo encontramos, al cuarto día, el
primer contacto fue una rotura en la línea de horizonte del océano,
empezó a subir hasta taparnos el cielo, imposible saber su altura
pero sería inconmensurable. Venía una ola gigantesca a gran
velocidad, apenas dio tiempo poner la embarcación en modo submarino,
tanto yo como mi tripulación juraríamos sobre nuestras vidas y
nombres familiares la veracidad. La ola tragó la embarcación como
si fuera una minúscula nuez, la nave se desestabilizó y empezó a
girar y rebotar caóticamente, apenas pudimos sujetarnos para no
rebotar hasta la muerte con el suelo, paredes y techos. Finalmente
los sistemas estabilizaron la nave, activamos la cubierta holográfica
para ver la causa de semejante ola. Empezamos a ver las torres y
almenas de una enorme ciudad submarina, pero la ciudad se movía
hacia a la superficie. Nosotros también salimos arrastrados por las
toneladas cúbicas de agua en ordenado movimiento. La ciudad era
enorme, tendría capacidad para millones de personas, y estaba
fuertemente armada. La ciudad empezó a inclinarse en un ángulo
imposible, el inmenso oleaje nos alejó dándonos un ángulo de
visión mayor. La ciudad estaba anclada a una especie de leviatán
marino parecido a una ballena con decenas de aletas laterales y
varias colas. Salió con una potencia de millones de bombas
nucleares, el sonido de las olas y del canto del titán atravesó
nuestro grueso fuselaje y casi nos dejó sordos. Saltó sobre
nosotros entrando al agua decenas de millas detrás de nosotros. Nos
sentimos ridículamente pequeños y en el acto lo supe, encontré el
objetivo. Al cabo de los minutos la ciudad flotó sobre el agua sin
dejar de ver la superficie del animal que la sostiene, aterrados ante
lo desconocido hicimos señas para poder acercarnos sin peligro, unas
puertas enormes se acaban de abrir dándonos la bienvenida o
invitándonos a caer en una trampa, entraremos, otra cosa no podemos
hacer.
El Cumpeaños (de Cecily Cogsworth)
Nota del Archivero para la familia
Schwannschwert-Teck: esta carta fue encontrado entre los papeles de
la Baronesa Alexandra Schwannschwert-Teck. La escritora es la joven
sobrina de la baronesa, Cecily Teck, más conocida a la historia como
la Profesora Cecily Cogsworth.
Simla, 23 Septiembre,
1892
Mi querida tía Alexandra,
No te puedo dar suficiente gracias
por los magníficos rifles Tesla que me mandaste para cazar krakenes
del air! Aparte de ser elegantes y fáciles a usar, son de una
potencia extraordinaria. Los usé por la primera vez en una
expedición que organizó Major Lionel Fitzburton, al recibir las
noticias de un nido de krakenes que amenazaba el puerto del Khyber.
Mi querida tía, ¡los krakenes ya habían devorado a más de
cincuenta nativos!
Major Fitzburton pidió a papá
nuestra colaboración para remediar la situación y por supuesto él
puso todos nuestros recursos a su disposición; los zepelines, los
guías y portadores y nosotros mismos eran listos para la salida en
menos de una hora. ¡Estuve muy orgullosa de la resolución de papá
de terminar con este peligro!
Claro, tuve problemas a convencer mi
gobernanta, miss Riddleman, dejarme ir con los demás. No pudo
reprimir su angustia, pero papá insistió que era importante para
mí saber cómo son nuestros responsabilidades- nuestras vidas no
pueden girar alrededor del estudio, la investigación y las
conferencias académicas. Así me encontré, a los 17 años, en un
zepelín en camino a las alturas del Khyber, bien envuelto en
abrigos de piel, y bebiendo numerosas tacitas de té al estilo de las
Himalayas. Major Fitzburton me invitó a estar a su lado durante el
viaje para mostrarme las maravillosas vistas. Era casi como estar en
un barco en medio del mar-todo tan silencioso, tan blanco, cómo una
cuenta de hadas. Ni vimos ni una casa en la nieve, solamente las
rocas y la luz cambiante del sol en las cumbres nevadas.
Cuando llegamos a la zona del nido,
aterrizábamos para seguir de pie porque los air kraken se aniden al
ras del suelo. Se podía oír perfectamente el llanto de los crías,
mientras esperaban la llegado de sus padres con alimentos. Sentí
lástima por ellos, hasta Major Fitzburton me explicó que los
alimentos que esperaban eran seres humanos capturados por krakenes
adultos. El Major entonces mandó a los portadores a matar las crías
y nos dispusimos a esperar la llegada de los adultos. Escuché a los
otros contar historias de otras expediciones contra los kraken del
aire y sentí orgullosa por las hazañas de papá. ¡No puedo
imaginar cómo era, cazar los kraken sin rifles Tesla!
Y llegaron. Eran cinco. Tú, mi
querida tía Alexandra, sabes bien cómo es este momento. ¡Ni el
horrendo sonido de su vuelo, ni el terrible espectáculo de sus
tentáculos ávidos tienen secretos para ti! Pero para mí era la
primera vez en una batida de kraken y estuve contenta tener tus
rifles Tesla conmigo y estar al lado del esplendido Major Fitzburton,
quien dirigió el combate con resolución y compasión, exigiendo
rematar los kraken sin demora.
Llevamos cuatro kraken (el quinto
era destrozado por completo) para mostrar a los pueblos en el camino
de regreso que habíamos liberado la zona de estos monstruos.
Tuvimos que aterrizar en cado población y cada monasterio y estar
sometidos a la ceremonia de la caza del Kraken, con sus loas, festín
y danzas. Mi papá sentió bastante impaciente con tanta pompa, hasta
que Major Fitzburton nos explicó que la ceremonia tenía un sentido
religioso para los nativos de la zona, quienes creen que estaos
festejos aplacan la envidia de los fantasmas de los cazadores muertos
en las batidas del pasado.
En uno de los pueblos me dieron el
apodo Chica No en Apuros, que el Major me explicó era todo un
tributo a mi coraje al abatir uno de los kraken yo sola. Normalmente
tantas alabanzas públicas me molestarían, pero cuando miré a las
caras sonrientes de tez morana y lampiña, no pude quitar a estas
gentes su alegría. Debo confesar que me da cierta satisfacción
saber que mi nombre vivirá para siempre en estas montañas, formando
parte de sus sagas ancestrales
Papá entonces decidió grabar y
estudiar estos ritos para su obra y dará una conferencia sobre ellos
en el Royal Geographic Society cuando vuelve a casa. Un chaman le
regaló a papá un artefacto que nadie sabe para qué sirve, además
de una capa hecha de un piel bastante curioso.
¿Y porque escribo vuelve y
no volvemos, mi querida tía?
Al llegar a Simla, después de tomar
un té y cambiar de ropas, el Major vino a la casa y pidió una
entrevista con mi padre en su estudio. Naturalmente, una dama no
escucha a las puertas cerradas.
Pero…
Escuché como el Major se golpeo el
dedo meñique del pie con el sinfonier en camino a la mesa de papá y
escuché lo él pidió a papá. A penas tuve tiempo a volver al
comedor y ocuparme con un bordado, cuando entró papá al comedor y
me dijo solemnemente que el Major, con su permiso paternal, quería
el honor de una entrevista conmigo en privado.
Oh, querida tía Alexandra. ¿Cómo
puedo describir la felicidad exquisita de comprometer mi mano y me
corazón a un hombre tan admirable?
Nos casaremos aquí, en Simla y
¡espero que tu y el tío Ernst pueden venir!
Escribe pronto a tu feliz sobrina,
Cecily
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