Armando Valdemar es, probablemente,
uno de los principales referentes de la cultura gótica en España. Este
asturiano debe su nombre al cuento de E. A. Poe “La verdad sobre el caso del
señor Valdemar”, el primero que leyó de este autor. Asimismo, tiene algo que
ver con su propia personalidad, que poco a poco irá desvelando en esta
conversación (cervezas de por medio).
Pero “Valdemar”
también se puede entender como apellido referido a algo que está muy cercano o
en contacto con el mar. Para este autor, “esas masas de agua son el mejor
ejemplo del concepto de inconsciente colectivo”, lo que deja entrever su
“jungianismo recalcitrante”; como afirma.
Sus referentes literarios se mueven entre Clive
Barker, Poe, Lovecraft, Hodgson, E.T.A. Hoffman, Goethe, Bécquer, Keats, Byron,
Robert E. Howard, Jung, Patrick Harpur, Nietzsche, Freud, Frank Miller, Alan
Moore, Peter J. Carrol, Phil Hine, etc. Muchos de estos nombres irán
apareciendo a lo largo de esta entrevista.
P. ¿Que tiene la cultura gótica que te llama tanto?
A. V. La subcultura gótica tiene algo que me ha llamado desde niño; incluso
antes de saber que toda esa forma de sentir y pensar, tan perversa y lúgubre,
poseía un nombre concreto. Representa la jovialidad de la oscuridad del
inconsciente, del alma, y lo hace no de una manera dañina. Noche y oscuridad no
son conceptos maléficos, sino iniciáticos. Nos ponen frente al espejo. Para mí,
este trasfondo e idiosincrasia son ejemplos claros de la cita de Nietzsche
sobre “el abismo que devuelve la mirada”; solo que aquí a ese abismo, además de
mirarle, le sonríes. Y siempre manda una sonrisa de vuelta.
Noche y oscuridad no son
conceptos maléficos, sino iniciáticos
P. Actualmente, el Steampunk está tomando nuevos destinos y está descubriendo
nuevas realidades. Como estudioso de la mitología comparada, ¿en qué medida
parecen estos rasgos en tus obras?
A. V. Ya desde un primer momento, cuando conceptualicé el mundo de Gaia (la
Tierra ucrónica en la que baso todas mis historias) tuve claro que, ante la
oportunidad de abordar el desarrollo de un planeta entero, iba a dejar de lado
todos los clichés y estereotipos sobre cómo narrar retrofuturismo. Amén, claro
está, de que soy un enemigo acérrimo de lo preestablecido, lo políticamente
correcto y los tópicos. Es decir, iba a huir del escenario clásico de un
Londres victoriano + chisteras por todos lados + Jack el Destripador +
engranajes hasta en la sopa. Se usa y abusa de estos términos para justificar una
estética por encima de cualquier otro contenido. La estética nunca puede
condicionar una historia y banalizar un género narrativo (ojo, esto mismo pasa
en las tribus urbanas, en la gótica mucho, por desgracia). Un ejemplo personal:
la primera historia puramente steampunk que publiqué estaba
ambientada en Libia y protagonizada por legionarios franceses (galos en mi
mundo). En mis historias retrofuturistas del Renacimiento, los escenarios más
comunes son Centroeuropa, Italia o España.
La estética nunca puede
condicionar una historia y banalizar un género narrativo
P. ¿Opinas
que la mitología tiene cabida en un género que parte de la ciencia ficción?
A. V. Con
respecto a la mitología (al igual que el sexo o la guerra), va escrito en
nuestro ADN el deseo y la necesidad de fabular; por lo que es perfectamente
asumible tener un trasfondo mitológico (el que sea, según cada uno y cada
historia) en entornos que no sean de índole fantástico (y aun así, el
retrofuturismo induce a considerársele fantástico aunque no tenga criaturas
mágicas, pero esto es reflexión mía).
Con este tema también se me
planteaba otro reto: ver cómo podía derivar y desarrollarse la religión en una
Tierra alternativa. Y cómo plasmarlo cuando se es un nihilista convencido. En
este caso, lo que hice fue aprovechar los resortes históricos que estaba
tocando para desarrollar estos países diversos y; concretamente, ver cómo se
iban relacionando esas sociedades ucrónicas con los credos. Para las deidades y
demás seres así, tiré por la tangente e hice una composición basada en los
complejos inconscientes de Jung, el mundo de las Ideas de Platón y los estudios
de mitología comparada de Patrick Harpur (otro jungiano de pura cepa).
Básicamente, la idea que planteo es que mitología y religión solo tienen
validez si se usan como métodos iniciáticos de mejora personal en nuestras
vidas; como un culto mistérico personalizable al extremo.
Fuera de todo eso, no les doy
más pábulo o validez que la que le daría a cualquier otra
arma de opresión y miedo. El libre albedrío es el único y
verdadero dios único para mí.
Es uno de los autores más
prolíficos en este género; desde relatos como "Misión cumplida",
"El acorazado Potemkin" o "La herencia de Dahut" a novelas
como Mascarada. Tomó la decisión de seguir una deriva “en la que pudiera
mostrar diferentes momentos, personajes y eventos de este mundo en concreto”.
Optó por este camino por puro amor a la Historia. Y la mejor forma de rendir
homenaje a esta rama del saber fue explorar las inmensas posibilidades que
ofrece el retrofuturismo en nuestro universo. “Las opciones a la hora de
personalizar tramas y personajes, debido a su concepción y poder estético son
innumerables”, sostiene.
P. Algunas de tus obras
identifican como clock punk, otras Steam Goth, etcétera. ¿Qué opinas de estas
etiquetas? ¿Crees que son necesarias?
A. V. Las etiquetas son
como los seguros, un mal necesario al que poco a poco
vas cogiéndole asco. Pueden ayudar (y a mí me ayudan) a la hora
de ordenar el tipo de historia que estoy haciendo. Sobretodo son útiles para
poder ver a qué sector del público le puede interesar cada cosa. No es lo mismo
una historia retrofuturista de capa y espada que un thriller tecnológico.
Al principio solía desvivirme por marcar a fuego estas etiquetas, luego te das
cuenta de que es tiempo perdido y en vez de clockpunk decir
renacimiento retrofuturista es más digerible, por ejemplo.
P. Eres un poco difícil de encontrar en redes oficiales, ya que no tienes ni
blog ni página como autor. ¿Se debe a algo en concreto?
A. V. Las redes sociales y yo tenemos una relación difícil, la verdad. Son
otro mal necesario para la escritura en estos tiempos en la Aldea Global.
Página de autor tengo en Facebook, Instagram y Twitter y hay un germen de blog
fermentando en la trastienda de mi ordenador. La verdad es que me lo paso mejor
ideando y creando historias que haciendo trabajo de campo por las RRSS, aunque
son mundos que tengo que aprender a congeniar sí o sí. ¡Mira, ya tengo
propósito de Año Nuevo!
P. En tu ucronía española, Mascarada, el protagonista es el arlequín.
¿Por qué el diablo que ríe?
A. V. El Arlequín es un personaje que empezó en Mascarada (2018)
siendo un espadachín muy peculiar y acabé queriéndolo como parte de mí. Lo
mismo me ha pasado con Ernesto Parca de Sin Banderas y otros relatos
extraños (2017), ambas de Ediciones Camelot.
El Arlequín es el ejemplo
de libre albedrío usado como arma, como elemento desestabilizador
La peculiaridad que tiene su
apodo, el Diablo que Ríe, alude a tres cosas: primero, es un homenaje a V de
Vendetta (Alan Moore, 1982-1988); segundo, por la sonrisa tan bizarra de su
máscara (un elemento ritual además de estético) y por el hecho de que es un
agente del caos, del desorden más puro (y por favor, no se entienda el
caos como entropía, si no como libertad incapaz de verse constreñida). El
Arlequín es el ejemplo de libre albedrío usado como arma, como elemento
desestabilizador en un mundo cuyo equilibrio es un orden autocrático muy bien
cimentado (y ese mundo no es más que el nuestro, aunque sea una versión alternativa).
Como decía el Joker en Batman (Tim Burton, 1989), "a mí estas cosas
me matan de risa". A mí, y por lo tanto al Arlequín, también.
P. Desde tu punto de vista, ¿por qué el concepto de “máscara” es tan relevante?
A. V. Toda la creación lleva
máscaras. Las deidades llevan máscaras (el dios del rayo es Thor aquí y Zeus
allí); los animales llevan máscaras (¿has visto que un gato o un águila siempre
están sonriendo y no implica que estén contentos?
Las máscaras no representan
falsedad. Al menos en mi concepción. Una máscara esconde el yo, la
versión de nosotros mismos que usamos el en día. Es parte del uniforme
socialmente aceptado. En cambio, la máscara expone el ello, nuestro
ser interno, ajeno al mundo y libre de ataduras. Con tiempo y aprendizaje, esa
máscara, esa representación concreta, se revela como la imagen verdadera
de nuestro yo más elevado, nuestro súperyo. La máscara
de látex blanco y negro de Rorschach en Watchmen (Alan Moore,
1986 - 1987) es un ejemplo grandioso de todo esto. En esa novela
gráfica, ese personaje lo expresa con mucha claridad cuando se ve sin su
máscara y grita "¡Devolvedme mi cara!". Es bastante normal que muchos
de mis personajes -sobre todo lo que representan el caos- lleven algún método
de enmascaramiento. Incluso un seudónimo o un nombre de guerra valen para
sintonizar con los aspectos más arcanos del inconsciente, de ese dios
personal e intransferible que todos tenemos.
P. ¿Crees que la sociedad
actual ha pervertido lo sublime? (Según la definición de Burke y Longino, como
lo contrario la belleza.)
A. V. Lo sublime
es un concepto indestructible. Es como la vida, la muerte, el tiempo, el orden
o el caos. Puede ignorarse, esconderse tras capas de banalidad; pero algo
sublime -o hecho sublime- refuerza y reinicia el concepto. En nuestros tiempos
creo que no se ha pervertido, se ha escondido como a la oveja negra de la
familia en favor de una estética mercantilizada. Para mí, el mejor ejemplo de
este concepto es el cuadro Caminante ante un mar de niebla (Caspar
Friedrich, 1818) Cualquier creación o ejemplo moderno que espolee esa nostalgia
y esa belleza tan privada y cautivadora, es sublime. De eso puede dar fe la
subcultura gótica o la nueva ola retrowave y su revival de los años 80.
Lo sublime es un concepto
indestructible
P. ¿Qué nuevos proyectos
literarios nos traerá el gran Valdemar?
A. V. Muchas gracias por
lo de "el gran Valdemar". Tengo entre manos una antología
retrofuturista con relatos relacionados con desmanes científicos, una novela
corta gótica con un Bécquer muy poco habitual de protagonista y otra, más larga
y mucho más oscura, ambientada en mi renacimiento retrofuturista. La trama de
esta última gira entorno a una ciudad condenada del sureste de Alemania, y está
inspirada en el cuadro El triunfo de la muerte (Brueghel el Viejo,
1562). El año que viene, seguro que me meteré en más tinglados literarios, eso
no lo dudes, pero por ahora, en esto me ando.
Siempre me gusta terminar las
entrevistas con un apartado de recomendaciones. ¿Podrías compartir…?
a.
Un libro (con el que adentrarnos en el mundo gótico)
Mago: La Ascensión. Libro de
tradición: Huecos (Angel Leigh McCoy y Tadd McDivitt. La Factoría de Ideas,
2002), un libro de rol que explica de manera soberbia los entresijos de esta
subcultura. Por otro lado, Cultura Gótica (Gavin Baddeley.
Editorial Ma Non Tropo, 2007) y Mundo Gótico (Cesar Fuentes Rodríguez.
Quarentena Ediciones, 2007), dos estudios históricos efectuados por periodistas
musicales muy reputados.
b.
Una película (que nos haga viajar a otros tiempos)
Te voy a sugerir otras tres obras
de géneros muy diferentes: Alien, el octavo pasajero (1979), Legend
(1985), ambas de Ridley Scott, y Drive (Nicolas Winding Refn,
2011).
c.
Una canción (que forme parte de ti)
Como canción, y para seguir con
los tríos, This corrosion (Sisters of Mercy ,1987), un verdadero
himno de rock and roll gótico con lo sublime rezumando por las esquinas;
Pacific Coast Highway (Kavinsky, 2010), un tema sobresaliente de synthpop
retrowave que pide a gritos conducir sin parar. Para terminar, You
belong to the city (Glenn Frey, 1985), de la mítica serie Miami Vice (Michael
Mann, 1984 – 1990), todo un retrato de aquellos que amamos la noche en la
ciudad.