Al hilo de la convocatoria literaria de 2016, repetimos la propuesta de darle un toque steam a los cuentos clásicos. Estos son los resultados:
La pequeña vendedora de engranajes
Basado en el relato "La cerillera" de Hans C. Andersen.
La pequeña vendedora de engranajes, era una busca vidas, sabia sacar los engranajes de las maquinarias, y con su menudo cuerpo menudo se colaba por el hueco de la verja del cementerio de autómatas, y con un juego de herramientas
ajado desmontaba a los difuntos, sacando tuercas, tornillos y sobretodo engranajes.
Mas tarde con su cesta llena de productos de dudosa procedencia, y que no estaban sujetos a ningún sistema de control, los ofrecía en las calles.
-Engranajes, tuercas y tornillos- vociferaba con su aguda vocecilla,- Rubis piezoelectricos, engranajes de diversas medidas.
- Tiene engranajes de dos pulgadas- pregunto una voz mecánica, su propietario era un cliente habitual. Era de hierro negro, hecho en la fundición de Baviera, sus focos luminosos se encendían individualmente y su aparato fonador estaba
compuesto por un anticuado sistema de válvulas, bocinas y peines que tocabas en cilindros musicales.- de los estrechos por favor.
-Claro,- t la pequeña vendedoras de engranajes miro hacia la cara del autómata, inexpresivo, mientras con su mano rebuscaba en el cesto que colgaba de su brazo- aquí tiene.
La venta del día fue exigua, y se negaba en volver al orfanato sin suficiente dinero para pagar la cuota a Miss Grany. Así que callejeo, aterida de frió,- compren sus engranajes, compren sus engranajes...- repetía con voz lacónica. Pero la nevada había alejado a Autómatas y relojeros ambulantes.
Finalmente desistió y se arrimo a una fachada, el calor radiante de la ventana, atreves de la cual se veía la luminosa decoración navideña recargada y barroca, y una mesa llena de viandas aun mas recargada. Y su estomago rugió ante tal visión.
Entonces se encaramo a la ventana, trepo a ella e intento abrir la ventana con fuertes patadas de sus botas con puntera de acero, una patada, dos patadas y a la tercera la ventana se abrió, su asidero en la ventana cedió, y sus pesadas botas
resbalaron, su cabeza se golpeo en el borde de la ventana, su sien se contusiono, y una brecha se abrió, mano un chorrito de sangre, la vendedora de engranajes quedo tendida en posición contorsionada, inconsciente y helada.
Y así llegó el fin.
Por Mikel Villafranca
La princesa y el guisante
La lluvia arreciaba como hacía décadas que no caía. El viento cortaba las hojas sin piedad y ilbaba entre las rendijas. Entonces, una tímida mano llamó al portón. El criado empolvado y nacarado abrió para encontrarse a una fémina de vestido andrajoso que dejaba ver sus pechos grises y sus cabellos sucios.
-¡Qué el Sagrado Engranaje le dé paz, amigo! -Dijo la recién llegada con la voz entrecortada y haciendo una ligera reverencia.- Tenga piedad de mí y déjeme pasar la noche a cobijo, se lo ruego.
El mayordomo, extrañado, llamó a la ama de llaves, quien con gesto maternal hizo pasar a la mujer a la sala de estar.
-Entra y caliéntate, hija. Ahora mismo preparo un caldo par que entonces ese cuerpo. Voy a avisar a la señora.
Alertados por la actividad, la reina dueña y ama del palacio bajó seguida de su hijo, el buen dotado príncipe Trasímaco.
-¿Qué ocurre aquí? -Gritó la reina.- ¿Por qué dejáis pasar -continuó haciendo un mohín de asco- a "esa" plebeya? ¡Esto no es un albergue para mujeres de la calle!
La joven, visiblemente dolida por el mal trato recibido, contestó con la fina voz de un filo de acero:
-No soy mujer cualquiera, querida amiga, sino la princesa Bjoullique, del reino de los Negros Hornos. -Hizo una gentil reverencia muy poco propia de las bajas clases y siguió.- Viajaba en dirección al reino de las Campanas de cristal cuando mi carruaje fue atacado por unos maleantes. Desvalijaron y asesinaron a mis guardas y damas y yo apenas pude salir con vida, huyendo de mala manera. -Su rostro se arrugó en una mueca de tristeza.- He caminado bajo la lluvia corriendo el riesgo de oxidar mi cuerpo y morir hasta encontrar vuestro castillo. Solo os pido una noche de descanso y calor. -Volvió a inclinarse con mucha elegancia.- Le prometo por Santa Écrue que su hospitalidad será recompensada.
La reina la revisó de arriba a abajo y dijo con cierta reticencia:
-Caludia, -Espetó dirigiéndose al ama de llaves- prepara una habitación y ropa limpia para la dama. -La anciana fue a disponer todo como la ama dijo y marchó lentamente. -¡Espera! -La interceptó- Voy contigo. -Dijo con maliciosa sonrisa.- Trasímaco, cuida de nuestra invitada.
El joven, algo nervioso y embaucado por la joven, acompañó a la princesa Bijoullique al comedor.
Mientras anto, la reina y la criada preparaban el cuarto.
-Si de verdad es una princesa, -explicó- será capaz de notar este guisante -Sacó la pequeña bola verde- ¡bajo veinte colchones! -Y miró hacia la cama o, mejor dicho, la altísima cama a cuyo lado había dispuesto una escalera.
La chica, sonriente, aceptó el gigantesco lecho como si de costumbre del lugar se tratase. Con sus cabellos peinados y con un blusón largo blanco era una bella visión espectral, pálidad como una amatista.
A la mañana siguiente la princesa Bijoullique despertó cansada. Bajó al comedor, donde el desayuno ya estaba servido, y la reina le preguntó:
-¿Qué tal has descansado, querida? -Cortada, ella repuso.
-No quiero ser descortés ni resultar poco agradecida, mas es cierto que apenas pude dormir molestada por una piedrecita o un canto oculto bajo algunos de los colchones. Pero no quiero...
-¡Increíble! -La interrumpió la reina.- ¡En verdad eres una princesa! -Sorprendida, la princesa contestó.
-¿Cómo? ¿Qué ha sido una prueba? -Poco a poco sus mejillas se encendieron- ¿No creyó mi palabra? ¡Se me podría haber saltado una tuerca! ¡O desajusado alguno de mis engranajes! ¿Cómo es eso posible? ¿Así tratan a un miembro de la realeza?
La reina, avergonzada, no sabía qué responder. En eso, Trasímaco se levantó y afirmó:
-¡Estimada princesa, tome como pago mi mano y perdone la ofensa de mi madre! ¡Evitemos que nuestros reinos se enemiguen! -Arrollidándose continuó.- Después de conversar con vuestra gentileza, -Dijo contemplando a la princesa- y sin que la mugre de la lluvia matase ni un ápice de su belleza, le pido su mano como alianza. No me importa que su cuerpo sea de frío metal o que su puro corazón sea una válvula a presión. Así no solo se unirán los reinos, ¡sino los autómatas y los humanos! ¿Qué me dice, Bijoullique?
La reina se santiguaba y, pese a que el hecho de que la princesa fuera autómata no era de su agrado, tenía que reconcoer que la respuesta de su hijo había sido de lo más ingeniosa; digna del príncipe que era. Bijoullique, por el contrario, viró irritada y completamente roja de ira.
-¡Esto es inaceptable! -Dijo con una voz fuerte y metálica- ¡No solo no se me respeta como princesa ni como persona de hierro y engranajes, ni tan siquiera como fémina racional! ¡Y tú! -Añadió refiriéndose al príncipe.- ¿Cómo te atreves a pedir mi mano como si de un mero trofeo me tratase? ¡A mí, a una mujer casada! -En efecto, un anillo esmeralda brillaba en su dedo.- ¡No pienso tolerar ninguna afrenta más! ¡Me marcho! ¡Pero sepan que mi reino y el de mi esposa tomarán represalias! ¡Y les aviso que los miembros de la raza lagarto no escatiman en defender el honor de los que aprecian!
Y, sin más, salió dando un portazo con el vapor del enfado saliendo de su yugular.
Por Ángela Ramos
La Cenicienta Steamer
Erase una vez, hace mucho tiempo, había una buena familia que tenía una hija preciosa llamada Berta. Ellos se querían mucho, y eran muy felices, pero un día la madre se puso muy enferma, y antes de morir, le pidió a su hija que fuera siempre una joven gentil y bondadosa, tal y como la recordaba a ella, para que cuidara bien de su padre y no se sintiera solo.
Berta utilizó el último deseo de su madre como lema de vida y fue una niña ovediente, cariñosa y encantadora incluso cuando su padre se casó con una señora que a ella no le gustaba, con dos hijas que, aunque hermosas, eran arrogantes y se metían con ella.
La pequeña guantaba todo lo que la madrastra y sus hijas le hacían con tal de no disgustar a su padre, pero cuando el hombre se fue de viaje de negocios, (un viaje largo y peligroso) ella quedó a la completa merced de su familia adoptiva.
Lo primero que hizo la madrastra después de despedirse del marido fue hecharla de su cuarto y mandarla a dormir al desbán, y a partir de entonces, la hizo trabajar como a una criada. A veces estaba tan cansada que se quedaba dormida junto a la chimenea, y sus hermanastras empezaron a llamarla Cenicienta.
Berta aguantó la humillación y el trabajo duro con la promesa de que su padre volvería un día, y aliviaría la carga, pero su padre no volvió.
Después de meses sin noticias suyas, cuando todas se habían acostumbrado a la nueva rutina, les llegó la triste noticia de que había habido un accidente, y él no había sobrevivido.
Ella salió corriendo y se fue a llorar en la tumba de su madre, y rezó pidiendo ayuda, porque ahora que su padre no estaba, ya no tenía a nadie, pero no hubo respuesta.
La próxima vez que fue al mercado, pasó por todos los puestos de herbolería y compró la planta mas triste que estuviera en venta: una semilla de sauce llorón, que plantó junto a la tumba de su madre, en recuerdo de su amado padre.
Los años pasaron. La madrastra y las hermanastras de Cenicienta gastaban mas de lo que tenían en vestidos y jollas, mientras Cenicienta se esforzaba en seguir adelante, y luego refugiarse en su rincón bajo el sauce de su padre, junto a la tumba de su madre.
Y entonces un buen día, el príncipe del castillo mas cercano cumplió la mayoría de edad, y se celebró en palacio un baile al que estaban invitadas todas las jóvenes casaderas de la comarca.
Cenicienta quería ir, pero su madrastra y hermanastras no quisieron dejarla.
-No puedes presentarte en palacio vestida de criada, ¿Qué dirían de la familia?-
Y por supuesto no le dejarían uno de sus muchos vestidos.
Cenicienta subió corriendo al desbán, donde había un vestido viejo y un poco anticuado, pero aún presentable, que había pertenecido a su madre. La madrastra entonces les dio un codazo a sus hijas, y dijo:
-Si terminas todas tus tareas a tiempo para ir a la fiesta, te dejaremos venir con nosotras-
En el tiempo en que terminaba esta frase, las hermanastras tiraron por el suelo todo lo que encontraron por la cocina, incluyendo el bote de las lentejas, que hecharon entero a las cenizas de la chimenea.
Pero las hermanastras y su madre no habían limpiado nunca. No sabían el tiempo que se tarda en limpiar, y empezaron a palidecer cuando vieron que Cenicienta recogía la cocina muy rápido, y que podría ponerse el vestido a tiempo.
Entonces la madrastra tuvo una idea mas.
Despues de barrer las lentejas, pasarlas por agua para limpiarlas y dejar el bote en su sitio, la madrastra dijo
-Aun no has terminado: tienes que arreglar este desastre- y señaló al vestido de su madre, que le había hechado al perro para que forcejeara con él, y estaba hecho jirones.
Cenicienta se quedó estática del asombro, entendiendo que, no importa cuanto esfuerzo pusiera, su familia jamás la habría dejado ir.
En un último intento, Cenicienta corrió al desbán, en busca de otro vestido que pudiera ponerse, pero mientras buscaba entre los polvorientos cajones escuchó partir el carro de la familia. Se habían ido sin ella.
Muy lentamente, Cenicienta bajó las escaleras y recogió el vestido destrozado de su madre. Se lo llevó su rincón especial, e intentó coserlo. Pero se hechó a llorar mientras lo hacía: ¿de que servía intentarlo? Aunque quedara bien ya no llegaría al baile. Y aun que llegara al baile, su vida era un desastre.
Su llanto fue interrumpido por un estruendo repentino. Cenicienta se dio la vuelta a tiempo para ver un cacharro del tamaño de dos coches juntos, redondo y ovalado, arrastrándose por la tierra levantando trozos de barro y cesped que bañaron a Cenicienta.
La joven tuvo tiempo de dar un brinco y subirse a la tumba de su madre, antes de que el mamotreto chocara contra el sauce de su padre. El arbol se estremeció por un momento, pero se mantuvo en pie.
Cenicienta se quedó donde estaba, intentado procesar lo que acababa de pasar. El cacharro no se movió.
La joven se bajó de la tumba de su madre, y caminó alrededor del extraño objeto: parecía estar hecho de cobre, y tenía ranuras y clavos por todas partes, como una oya con herraduras clavadas.
No había nada nadie alrededor, ni marcas en el suelo. ¿de dónde había salido?
Inspeccionándolo, Cenicienta descubrió lo que parecía ser una puerta con un ojo de buey. Con cuidado, se acercó lentamente y miró por el cristal, pero dentro estaba muy oscuro y no se veía nada. Llamó a la puerta. Apenas produjo ningún ruido contra el duro metal.
De repente se escuchó un golpe metálico, y gas de color blanco salió de las ranuras de la puerta con un ruido de descompresión.
Cenicienta retrocedió unas buenas tres zancadas mientras la puerta descendía como una trampilla, hasta formar una pasarela. Y entonces, escuchó unos pasos.
Un personaje con extraña armadura de tela marrón con tuberías de cobre articuladas y un casco reodondo de metal y cristal negro salió del aparato ovalado, con una extraña herramienta alargada en las manos, que empezó a pitar y emitir un parpadeo verde.
Cenicienta no necesitaba mas: salió corriendo de alli, perdiendo los zapatos en la cuesta de barro que llebaba hasta su casa, y solo al llegar a la puerta de atrás se detuvo para mirar sobre el hombro.
El desconocido con un extraño traje seguía donde lo había dejado, y estaba rondando la tumba de su madre y el arbol de su padre.
Cenicienta regresó sobre sus pasos, y con cierta duda, le llamó la atención al hombre del extraño traje.
El desconocido se giró hacia ella, y se quitó el casco.
Era un hombre de mediana edad con gafas y un vigote blanco.
-pardon, señorita, ¿la hemos asustado?
-…solo un poco… pero…
-¿si?
-…esa es la tumba de mi madre
El desconocido miró a la lápida que había estado registrando con su aparato
-…y ese el sauce de mi padre-
El sauce estaba en bastante peores condiciones.
-oh, ¡lo siento mucho señorita! No pretendía ninguna falta de respeto… podemos pagarle por los daños… ¿vive usted por aquí?
Cenicienta procuró concentrarse en la conversación, y no en la situación extraña en que se encontraba.
-si señor, en esa casa- Y señaló a la casa colina abajo, de donde había salido.
-¿le importa que hablemos un momento y responderme a unas preguntas?
-eh… de acuerdo…
-Muy bien. Un momento por favor…
El desconocido con bigote se volvió hacia el aparato y gritó algo en un idioma extraño, a caballo entre el latín y el inglés, y muchos hombres, vestidos con el mismo traje empezaron a salir del aparato. Algunos llebaban extrañas máquinas con ruedas, engranajes y palancas, que emitian humo o luces parpadeantes y se pusieron a insteccionar el entorno, los árboles y el suelo.
Otros, se quitaron los cascos e hicieron gestos para estirar las peirnas y los músculos de la espalda y el cuello.
-digame, señorita…
-Cenicienta…
-Ceni… cienta?
-¡disculpen!
Cenicienta hizo un ademán hacia algunos de los desconocidos, que habían ido a sentarse en la tumba de su madre para tomarse un bocadillo y fumar un cigarrillo, pero el hombre del bigote los espantó con unas palabras en el idioma raro y salieron despavoridos, disculpándose, antes de ir a sentarse al bordillo del patio de atrás de la casa de Cenicienta.
-lo siento mucho señorita, ha sido un viaje largo. Le aseguro que podemos compensarla por todo esto, por favor, dígame. ¿dónde estamos, exactamente?-
El shock le impidió a Cenicienta cuestionarse la pregunta.
-Cambridgeshire, señor, Inglaterra.
-¿…y que año es?
-¿El año en que estamos? Es…
El desconocido le hizo a Cenicienta muchas preguntas, algunas un poco raras, pero ella respondió. Poco sabía la joven, que este hombre era uno de negocios,con un grado en cabezología nada menos, y en una cuestión de minutos se hizo una idea rápida de la situacion precaria en que vivía Cenicienta.
-Bueno señorita, eh… Cenicienta. Save usted lo que es eso?- señaló al aparato.
-eh… no, señor.
-¿Cómo lo describiría?
-bueno, pues… parece…
-No se moleste, señorita. Yo se lo explico: se trata de una nave todo terreno.
-to… ¿todo que?
-Un aparato que se mueve sin ser arrastrado por caballos, y que puede ir lo mismo por la tierra que por el agua, que volar. Asi es como hemos llegado aquí.
-vo ¡volar! Pero eso es… imposible.
-Precisamente, señorita. La mayoría de la gente no cree que sea posible, y es importante que siga asi. Verá, este viaje que llebamos a cabo, es un secreto.
-oh
-Y debe seguir siéndolo. Y si se lo cuenta a alguien nadie la va a creer de todas formas, asi que yo de usted, no se lo contaría a nadie.
-pe… ¡pero mi… y si pregunta alguien?
-¡no se preocupe por eso, señorita! Nosotros vamos a hacer un par de experimentos por la zona y desapareceremos antes de medianoche. No dejaremos nada que pueda delatar nuestra estancia. Como un mal sueño. Y para compensarla por su árbol, y por su silencio, estamos dispuestos a pagarla.
-pa… ¿pagarme a mi?
-Si señorita.
-¿con que?
El caballero se encogió de hombros
-tenemos una nave que vuela. Pida usted lo que quiera. Si nos da una moneda podemos hacer mas, para pagarla en efectivo. O podemos llebarla con nosotros si quiere dejar esta casa y ver el mundo. ¿Qué es lo que mas desea?
Cenicienta era una joven humilde. No tenía a donde ir ni deseos de ver el mundo. Le pagaran lo que le pagaran, no tenía donde esconder el dinero o las cosas que comprara con él. Lo que mas deseaba, era…
-ir al baile de esta noche, o dejar esta casa para siempre…esos son mis deseos.
El desconocido sonrió.
-Bueno señorita, permitame decirle que ambas cosas no distan mucho la una de la otra. Si causa una buena impresión en el baile tal vez encuentre buenos contactos que le ayuden a salir de esta casa.
Cenicienta y el desconocido entraron en la nave, y una de las trabajadores le prestó a cenicienta un vestido de color crema con detalles verde claro, cubierto de detalles metálicos tales como cadenas, tuercas y engranajes cobre y dorado.
Una de las maquinistas vio que iba descalza y exclamó
-¡No puedes ir a ninguna parte sin zapatos, mucho menos a un baile! Cualquier cosa que pueda apañarte será mejor que eso…-
Y se puso a buscar un material que se enfriase deprisa: cogió todas las pipetas y tubos viejos que encontró por el laboratorio de la nave y los metió en una de las calderas, utilizando un extraño casco con un cristal brillante, para darles forma. Luego cogió los trozos y se puso manos a la obra en la mesa de mecanismos:
Mientras el hombre del bigote le explicaba los mecanismos escondidos entre los pliegues del vestido, ella confeccionó unos zapatos de cristal con piezas doradas que se ajustaban a la medida de la primera persona que se los pusiera, y que le permitirían caminar cómodamente.
Una vez arreglado el pelo (escondiendo el desastre bajo un sombrero de copa con plumas) el maquinista se puso a teclear en una pantalla con palancas y botones, y un pedazo de la nave se desprendió del resto, y empezó a cambiar de forma.
Tenía un cristal brillante dentro, y después de unos parpadeos, apareció delante de él el olograma de un caballo blanco.
-No te costará nada llamar la atención en el baile. Pero recuerda lo que te he explicado, y asegúrate de volver antes de medianoche, porque necesitamos el camuflable de la nave antes del despegue-
Cenicienta no entendía la mitad de lo que estaba pasando, pero aunque fuera un sueño, se moría de ganas por irse corriendo al baile. Asi que, agradecidísima por la ayuda repentina de los extraños que calleron del cielo, partió hacia el castillo sin perder de vista el reloj de bolsillo, para estar de vuelta antes de las doce.
Cuando llegó al baile, su extrabagante, pero elegante vestido llamó la atención de todo el mundo, especialmente de los interesados en artes, o en maquinaria moderna.
Cenicienta hizo buen uso de los curiosos artilugios que venían incluidos en el vestido, y no solo llamó la atención de muchos, sino que se quedó con sus contactos.
Bailando y riendo se le fue el santo al cielo, y tuvo que salir corriendo.
Su zapato de cristal mecanizado debería haber aguantado a la perfección, pero por alguna misteriosa razón, se aflojó al bajar las escaleras, y allí se quedó.
Los caballeros que venían detrás, a poco estuvieron de pelearse por él.
Cenicienta volvió a casa con unos minutos de retraso, pero el negociador que le había dado la hora se la había dado adelantada a sabiendas de que esto podría pasar, y no hubo problema. La dama del laboratorio se despidió de ella con una sonrisa y guiñando un ojo, al ver su pie descalzo.
La nave despegó sin problemas, dejando detrás de si una zanja un poco sospechosa, un sauce un poco torcido y una joven muy contenta con un zapato único en el mundo al que le podía sacar mucho partido.
Al día siguiente, sus conocidos de la fiesta se pusieron manos a la obra para buscarla, haciendo de ello una competición: llegaron a pasar casa por casa preguntando de quien era el misterioso zapato, que no encajaba en la version de la historia de ninguna otra joven, ni en nungun otro pie.
Esto es, hasta que regresó a cenicienta: la joven aún tenía el otro, y era la única que podía ponerselo. Pero siempre que le preguntaban, contaba una versión distinta.
-Fue mi hada madrina- decía, cuando no quería dar largas explicaciones.
Por Gloria Blanco
El lobo estepario
Lobo corre con desesperación. Una de esas carreras que no escatiman energía ni tienen en cuenta los rasguños que Bosque le produzca al que la lleve a cabo entre sus confines. Una de esas carreras en las que la vida depende de su velocidad. La carrera de aquel que se sabe presa.
En los costados de Lobo, las costillas marcadas. En su boca, espuma de extenuación. Y en sus grandes y depredadores ojos grises, la mirada asustada del que se ve obligado a la indignidad de cambiar terror por supervivencia.
A su espalda, una máquina bípode con un cañón gatling por brazo y un enorme machete por el otro se abre paso entre la maleza a una velocidad equiparable a la de Lobo. Los golpes de su sable cercenan pinos majestuosos, abetos centenarios así como cualquier otra especie vegetal que se cruce en su trayectoria. La combustión en sus motores produce una espesa humareda negra que se eleva por encima suyo, insultando al cielo y burlándose de las nubes. Todos los animales que se cruzan con Cazador corren para apartarse de su paso y alejarse de aquel antinatural engendro. Él los ignora a todos, interesado únicamente en una presa: Lobo.
Este hace un quiebro a la izquierda justo cuando una ráfaga de disparos iba a abatirle. Atraviesa un riachuelo empapando su precioso pelaje, salta una zanja, evita un montículo y atraviesa unas zarzas sin que la sangre que estas hacen que brote le detengan lo más mínimo. Gira a la derecha tras rodear una pequeña colina y corre como no lo ha hecho hasta ahora para esconderse en la maleza que hay un poco más allá. Sabe que aquello no engañará a Cazador mucho tiempo, pero al menos le dará unos segundos para tomar resuello.
El engendro mecánico aparece con gran estrépito poco después. A diferencia de Lobo, él no puede esconder su presencia con facilidad. Ha perdido la pista de su presa, y debe tomarse un momento para recuperarla. Lobo sabe por experiencia que lo hará. Se toma un momento en busca de opciones, y es cuando ve a una joven caminando con paso saltarín por la vereda norte de Bosque.
Se protege del viento con una capa corta de un color rojo intenso. Bajo su capucha, el viento hace bailar una preciosa melena castaña. Protege sus manos con unos guantes sin dedos, y en su cara luce una sonrisa de inocencia.
Cazador encuentra por fin un rastro y poco después acribilla la maleza tras la que Lobo se encontraba un segundo antes de retomar su carrera. Galopa una vez más con desesperación camino a la vereda norte. Sabe que si hay una salvación posible, esta se encuentra en aquella joven. Después de todo, son los jóvenes de dos patas como los de su especie los que construyen las máquinas. Seguro que ella sabrá qué hacer con Cazador.
Lobo y Caperucita se encuentran en la vereda con brusquedad, él más asustado que ella. Lobo pide ayuda a Caperucita, y está sugiere correr a la cabaña de Abuelita para que esta defienda a Lobo. Él da por buena cualquier idea, e invita a Caperucita a subir a su grupa para llegar cuanto antes a la cabaña mientras echa una nerviosa mirada a su espalda. La huída continúa segundos después, haciendo sentir a Caperucita como debió sentirse la princesa de Bosque, cuya leyenda cuenta que cabalgaba a lomos de lobos como Caperucita lo hace ahora.
Las sonoras zancadas de Cazador suenan amenazadoras a su espalda. Destroza Bosque a su paso, y le importa muy poco hacerlo. Sólo tiene un interés en mente, y las consecuencias de llevarlo a cabo le son indiferentes.
Caperucita y Lobo llegan a la cabaña poco después, y la joven, abandonando la grupa de su amigo, entra en la casa de madera para activar a Abuelita sin perder un instante. Para cuando Cazador llega, el segundo ingenio mecánico se encuentra totalmente operativo. Una autómata de tamaño parecido a Cazador permanece desafiante frente a él. Pintado en tonos color verde que varían de intensidad, hace que se camufle en Bosque de forma eficiente. Sus gigantescas ruedas son propulsadas por unas aparatosas turbinas alimentadas con vapor de agua situadas a su espalda. En su brazo derecho, una motosierra que lanza vapor blanco a la atmósfera cuando es accionada. En el izquierdo, un lazo que se dispara con pistones para atrapar a su oponente. Un mandil permanece bien atado a su cintura, y adornando su cabeza, unas filigranas en forma de rizos color plata. Supone un rival acorde a Cazador, y este lo sabe.
El perseguidor de Lobo acribilla a Abuelita con sus cañones giratorios sin perder un instante, y esta, ignorando los impactos de bala, dispara su lazo para atrapar a Cazador y lanzarlo por los aires. Este vuela por encima de Abuelita, golpeando en su vuelo a una bandada de golondrinas que creían encontrarse a salvo en el aire. Atraviesa el techo de la cabaña, y aterriza en el salón de Abuelita, destrozándolo con estrépito. Cazador se repone poco después, y usa una de las ventanas como punto de disparo para atacar a su rival. Abuelita, queriendo hacer salir a su oponente, lanza su lazo una vez más a la parte del techo que aún queda entera, y ataca con la motosierra los pilares de madera que mantienen en pié la cabaña. Sin soportes, y víctima de la tracción de la cuerda del robot, la cabaña se derrumba. Como grito de triunfo, Abuelita repite una y otra vez de forma autómata: “Lobo vivo Lobo vivo Lobo vivo...”. Por desgracia el derrumbe sorprende a Oveja que, habiendo buscado refugio bajo la cabaña durante la reyerta, es sepultada bajo ella.
Cazador surge de entre los escombros y se abalanza sobre Abuelita. Como respuesta a Abuelita, Cazador empieza a emitir su propio grito de guerra: “Lobo muerto Lobo muerto Lobo muerto...”. Los argumentos se cruzan de forma absurda. Se mezclan en el aire y crean una amalgama ruidosa e incomprensible.
Ambos autómatas ruedan por el suelo. Luchan con desesperación automatizada por prevalecer sobre el otro. Por supervivencia automatizada. Por orgullo automatizado.
Durante el combate hacen caer el nido de Lechuza, que momentos antes se situaba sobre la copa de un árbol cercano, sepultan a Conejo al derrumbar la entrada de su madriguera, y destrozan la progenie de Perdiz, cuyos huevos quedan aplastados en el violento encontronazo.
Caperucita, espantada con el destrozo intenta apagar a Abuelita. Empieza diciendo: “Abuelita: ¡desconexión!” pero no obtiene resultado. Lo repite varias veces, cada vez más alto. Luego grita con desesperación: “¡Basta basta basta!” pero nada consigue su objetivo. Es entonces cuando Lobo comprende que después de un determinado punto, aquellos artificiales pedazos de metal sólo se escuchan a sí mismos. Nada podrá pararles. Nada podrá detener el combate. Para ellos no existe nada más allá de su propia programación auto referencial. Nada más allá de la rígida consecución de su objetivo.
Lobo comprende que nunca comprenderá en qué han convertido a Bosque los jóvenes de dos piernas.
Se da media vuelta y huye una vez más. Quizás encuentre una estepa soleada donde tumbarse a descansar, lejos de la locura y el orgullo.
Por Antonio Torrico
Ilustración de Melisa Rosa
Los tres cerditos
Y ahí estaba Eddie, hambriento. Llevaba más de una semana sin probar bocado más que un par de ratoncitos que había conseguido pillar desprevenidos.
Todo el dinero que conseguía lo usaba en un proyecto secreto. Llevaba obsesionado con James , George y Marcus , tres hermanos dueños de grandes empresas que se habían enriquecido gracias a la revolución industrial. En la ciudad les conocían como “Los 3 Cerditos” por su apariencia pequeña y rechoncha pero nada más lejos de parecer simpáticos, ellos pisoteaban a toda persona que no estuviera a su nivel. Eddie había perdido su trabajo y estos tres indeseables le habían obligado a marcharse de su casa comprando los terrenos donde este vivía y se había tenido que alojar en un cobertizo en la zona más pobre de la ciudad. El hombre había jurado venganza y llevaba 2 años planeandola. Mientras tanto su obsesión le había llevado a seguirlos y observar todos sus pasos. “Los Tres Cerditos” se jactaban de que todo el mundo supieran lo ricos y poderosos que eran, pero igual que físicamente eran muy parecidos, a la hora de vivir, trabajar y despilfarrar el dinero eran muy diferentes. James era una persona que malgastaba su dinero en juego, mujeres y alcohol. Su negocio eran las granjas de grano. Vendia todo lo cultivado a los molinos de harina y luego toda la paja la almacenaba en fardos que luego vendía a las granjas de animales e incluso para la construcción. George aunque no tiraba el dinero de la misma forma si se había convertido en un coleccionista de bonsais en los cuales gastaba muchísimo dinero, pero también era amigo de las apuestas en las carreras de galgos. Su negocio trataba de varios aserraderos. Talaba árboles en los bosques que luego transformaba en madera para fabricar muebles o para construir casas y puentes. Marcus era más conservador, aunque gastaba mucho dinero era más moderado que sus hermanos. Él había invertido en un negocio nuevo y que parecía estar en auge, el ladrillo. De hecho toda la fábrica de procesado del ladrillo estaba construida con este material. Periodicos y radio formaban la mitad de sus noticiarios hablando de estos tres empresarios. Eran la envidia del país y a la vez eran repudiados por el trato que tenían con sus empleados. Pero Eddie los odiaba con toda su alma y a cada martillazo y cada giro de llave lo hacia pensando en su venganza. Después de varios meses rebuscando en chatarrerías y centros de locomotoras el hombre había conseguido todas la piezas y junto a sus conocimientos y con la ayuda de algunos libros el plan estaba en marcha. Esa noche fué la primera que durmió del tirón. Al amanecer salió a la calle y colgó carteles por toda la zona invitando al dia siguiente a una gran fiesta a todos los vecinos. Prometía música y comida para todo aquel que viniera.
Una vez acabado se marchó del barrio y con un par de monedas que tenía se acercó a una taberna bastante conocida en el centro. Al llegar se apoyó en la barra y pidió una pinta de cerveza tostada. Giró sobre si mismo pinta en mano y dirigió su mirada a la sala. Después de dar un repaso con la vista localizó a los tres hermanos sentado en una mesa con varias botellas de Whisky y unos cuantos vasos vacios. Fumaban unos grandes y humeantes puros mientras charlaban sobre sus cosas. Eddie dió un gran trago a la pinta y se dirigió hacia la mesa donde los hombres se hallaban. Cuando llegó al borde de la mesa los tres hermanos miraron con sorpresa.
James, George y Marcus Porkchop , no se si acordarán de mi. Soy Eddie Wolfpack. Ustedes compraron los terrenos donde vivía - dijo Eddie serenamente.
Los hermanos se miraron.
Tranquilos caballeros, no vengo a increparles nada. Solo queria felicitarlos por cómo ha proliferado la economía de la ciudad gracias a sus negocios - dijo Eddie,- y por ello brindo! Por los señores Porkchop! - gritó
Por ellos! - devolvió el brindis el resto de la sala.
Y por supuesto están invitados a la barbacoa que estoy preparando mañana por la noche - terminó
Muchas gracias, será un honor ir - dijo Marcus meneando la mano, - ahora si nos disculpa tenemos que hablar de unos asuntos.
Les estaré esperando, seguro que serán el centro de atención - dijo Eddie mientras inclinaba la cabeza.
Seguidamente se dirigió a la barra, apuró su pinta y pidió otra más.
Celebras algo Eddie? Hacía mucho que no pedias 2 pintas de cerveza - preguntó el tabernero.
Algo así - respondió con una sonrisa.
Una vez terminada su segunda cerveza se marchó y se dirigió al cobertizo. Allí estuvo encerrado todo el día dando los últimos retoques a su plan. Una vez llegada la noche Eddie salió del edificio amarrando un caballo por las riendas. Lo sujetó a un poste de madera y volvió entrar. Unos segundos después pareció empujando un artilugio con ruedas. Enganchó el caballo la máquina, lo montó y salió al galope. 20 minutos después de comenzar la marcha llegó a las puertas de una finca. Estaba frente al recinto donde se situaba la fábrica y los pastos de James Porkchop. Cogió una cizalla que llevaba en la máquina y rompió el candado. En silencio entró y comenzó a estirar una de las 4 mangueras que salían del artilugio y la soltó en una de las plantaciones. Volvió a la máquina y comenzó a subir la manivela que había en la parte de atrás y comenzó a bombear queroseno. Unos minutos después se dirigió a otra plantación y repitió la acción. Con el grano ya maduro y el viento a su favor un fósforo encendido fue suficiente para que un gran incendio comenzara a arrasar todo. Cuando las llamas habían llegado a las paredes de madera de la fábrica y almacén de paja los portones se abrieron de repente y un carro tirado por caballos salió estrepitosamente del edificio. En él iba James Porkchop con cara de espanto que se convirtió en horror la ver a Eddie observando el fuego.
La primera parte del plan estaba hecho, volvió a montar el corcel y se lanzó al galope camino arriba en la misma dirección que el carro. Minutos después llegaba a la fabrica de madera de de George Porkchop. Unas decenas de metros antes de llegar le dió para observar como James entraba en la fábrica en un intento de huir. Al llegar al recinto Eddie realizó la misma operación abriendo la puerta pero esta vez estiró varias mangueras y las introdujo por unos agujeros que previamente hizo en los cristales de las ventanas. Desde la oficina del piso de arriba James y George solo podian observar aterrados. Eddie bombeó queroseno al interior de la fábrica. Una vez acabado el líquido inflamable de verterse el hombre se encendió un cigarro. Eddie no fumaba pero el momento lo merecía. Echó un vistazo hacia la oficina pero nadie asomaba. Una vez apurado el cigarro prendió un papel y lo echó por la ventana. Una gran llamarada recorrió las paredes del edificio que pronto se convirtió en un infierno. Pero un ruido de motor llamó la atención de Eddie que se asomó por la esquina del edificio y logró ver como un vehículo a motor salía a toda velocidad por la parte de atrás con ambos hermanos en su interior. El plan seguía saliendo como lo habia planeado, aunque esta vez no siguió al vehículo sino que desató al caballo y marchó hacia el.cobertizo.
James y George llegaron muy alterados a la fábrica de su hermano mayor, bajaron del auto y aporrearon la puerta con insistencia. Segundos después un gran cerrojo sonó en el interior y la puerta se abrió dejando ver a Marcus tras ella.
Que demonios haceis aquí a estas horas? Sabeis que tengo mucho trabajo - dijo airado
Dejanos entrar y te lo explicaremos - respondió George mientras apartaba a su hermano con el brazo.
Una vez dentro subieron a la oficina de Marcus y le explicaron lo sucedido con Eddie en las dos fábricas.
Que lo intente si quiere, no conseguirá hacerle nada a mi edificio de ladrillos con esa máquina que decís - rió muy convencido.
El tiempo pasaba. Marcus seguía trabajando en sus papeles, mientras sus hermanos fumaban sus puros y bebían copas de brandy inquietos en sus asientos. Un silencio fúnebre envolvió la fábrica que hacía que los nervios afloraran más a cada minuto. Un pequeño crujido llamó la atención de los 3 que se miraron unos a otros. De pronto un estruendo sonó dentro del edificio. Corriendo se asomaron al ventanal y palidecieron de terror al ver un enorme agujero en la pared de ladrillo y el vehículo de George destrozado en el interior de la fábrica.
Ese loco ya está aquí! Y no parará hasta hacer carne picada con nosotros! - gritó James.
Un nuevo estruendo llegó desde el boquete y un gran brazo metalico surgió de la pared. Le siguió una gran pierna de hierro y segundos después un enorme torso. No creían lo que estaban viendo. Eddie se estaba manejando un enorme autómata y había comenzado a destruir toda la fabrica. Los hermanos estaban inmóviles por el terror al ver lo que sucedía. Solo pudieron esconderse bajo el escritorio y esperar, pero no lo tuvieron que hacer durante mucho tiempo ya que la gran máquina hizo que la pared donde se situaba la puerta de la oficina volara por los aires. Con la cabeza cubierta por sus brazos solo pudieron sentir como la mesa desaparecia en miles de astillas. El trío se desmayaron del miedo.
La mañana siguiente amaneció soleada y con una temperatura agradable. Las mesas estaban listas y la gente estaba llegando y situándose en las mesas que llevaban sus nombres. Cuando todas las mesas estaban llenas y todo el mundo degustaba su gran plato de carne el anfitrión, Eddie, se subió a su silla, se quitó su gorro de cocinero, se limpió las manos con un trapo y comenzó su discurso:
“Gracias a todos por venir y espero que esteis disfrutando de vuestra carne. He decidido invitaros por la gran acogida que me disteis a este barrio tan humilde pero tan familiar. Alguno de vosotros me habeis preguntado que tipo de carne es la que estamos saboreando. Pues bien, ayer decidí hacerme con 3 lechones. Pasé la noche masajeando la carne para que quedara más tierna y una vez blandita la he asado a fuego lento hasta que ha quedado bien dorada. Podéis comer todo lo que queráis. No os cortéis ya que habéis pasado hambre y hoy no hay cabida para eso. Por último, solo añadir que los hermanos James, George y Marcus Porkchop estaban invitados a este banquete y parece que no han podido venir…… pero seguro que estarán presentes entre nosotros….. “
Y la gente que había sido desterrada y humillada por Los Tres Cerditos dieron sin darse cuenta buena cuenta de ellos …. Y los huesos? Para los perros, por supuesto.
Por el capitán Hluot-wig The Wolf Dubhghaill
Dos hermanos
Hace no mucho tiempo y en un lugar no muy lejano vivía una humilde familia a las afueras de una ciudad emergente. Durante generaciones los hombres y mujeres de la familia habían sido leñadores, cuidando del bosque y proporcionando madera a sus vecinos.
Pero los tiempos cambiaban rápidamente y la ciudad crecía de manera descontrolada; lo que antes eran hermosos bosques ahora eran nuevas zonas residenciales, los ríos habían dejado paso a moderno sistema de alcantarillado que arrastraba los desechos y el bello silencio había sido sustituido por el eterno rugir de las fabricas industriales a vapor.
Y donde antes estaba la pequeña, acogedora y solitaria casa de nuestros protagonistas ahora enormes edificios la rodeaban, ocultando con sus sobras la belleza que otrora albergaba. Pero otro problema acechaba a la familia, con la desaparición de los bosques cada vez tenían que ir más lejos para poder hacer su trabajo y el equilibrio que había existido siempre entre sus antepasados y los arboles se había roto, obligando al padre a tomar la dura decisión de guardar el hacha y buscar trabajo en uno de los nuevos negocios.
Por desgracia el sueldo de aquel hombre no era lo suficientemente alto para cubrir los gastos que le había impuesto su nueva ciudad y la cosa empeoró cuando vinieron al mundo sus dos mellizos. Lo que antaño hubiera supuesto motivo de festejo y alegría, ahora era una pesadilla hecha realidad y más ante la impotencia de dar una vida digna y alimento a su prole.
La situación llego a su momento más critico cuando los niños cumplieron los ocho años, los prestamistas de la familia reclamaban deudas imposibles de pagar y ante tal situación el padre y la madre tomaron una decisión desesperada; venderían a sus dos hijos a una de las patronas más ricas y poderosas de la ciudad para poder pagar sus deudas. No había crueldad en sus palabras y actos, tan solo desesperación.
A los pocos días vistieron a su hijo con la mejor ropa de obrero que pudieron obtener, también le dieron una gorra y un trozo de pan duro. A su hija quisieron darla un vestido resistente pero parecía más un saco que otra cosa y una cinta de pelo para que se lo pudiera recoger.
Al ver las lagrimas de su madre los pequeños sabían que esa sería la ultima vez que estarían con ella, por ello mientras su padre les llevaba por las intrincadas calles de la ciudad, el pequeño iba tirando migas de pan con la esperanza de poder dejar un rastro que les devolviera a casa.
Atravesaron barrios enteros y ante los incrédulos ojos de los niños desfilaron todo tipo de nuevas maravillas: tranvías masificados de hombres grises que cruzaban grandes avenidas hasta perderse en túneles, zepelines surcando los cielo mostrando la bandera de color rojo sangre de “Esta Gran Nación” y muchos, muchísimos, vehículos de todo tipo con cuatro ruedas que echaban sus vapores al aire donde se fusionaban con los de las fábricas.
Y de esa forma llegaron a la Fábrica de Mama Chocolat, la empresa más grande de dulces y caramelos que solo abastecía a las familias pudientes y lo que sobraba eran exportados a otras grandes ciudades.
El edificio era glorioso, con formas redondeadas que desafiaban los conceptos lógicos de la arquitectura y mil colores iluminaban sus paredes dando forma al conjunto de una gran tarta hecha de caramelos. Mientras las fosas nasales de los pequeños cambiaban los malos olores de la ciudad de hollín y humo, por los deliciosos aromas que desprendían los caramelos, los niños creyeron por un momento que su suerte había cambiado y que iban a poder trabajar en un lugar mágico, donde podrían comer a su antojo cientos de deliciosos dulces cada día.
Pero al bordear la preciosa fachada de la tienda y andar unos pocos metros llegaron a la puerta de los empleados, donde sus sueños se rompieron en mil añicos al igual que lo haría una piruleta de fina capa al caerse. Los trabajadores se amontonaban alrededor de enormes hornos industriales donde manipulaban grandes marmitas que derretían el azúcar, la mayoría de ellos eran niños delgaduchos y medio desnudos. Unos pocos eran más mayores y gritaban ordenes al resto como si fueran generales en un campo de batalla, con un megáfono en una mano y un palo en la otra para castigar al que no cumpliera.
Y en lo alto de la fabrica, en una pasarela que conducía a las oficinas, un grupo de crápulas trajeados rodeaban a la famosa Mama Chocolat, la que se suponía que era la cara más amable de toda la ciudad y cuyo rostro envolvía los caramelos más ricos del mundo, era en verdad una vieja arrugada, ceño fruncido y con la verruga más fea que una nariz haya podido tener en la historia de la humanidad.
Ante esa perspectiva los niños inconscientemente retrocedieron un par de pasos hasta chocar con su padre y le bordearon hasta ponerse detrás de él. Mientras su padre trataba de calmarles, el niño busco fugazmente su rastro de migas para descubrir que un grupo de palomas les habían seguido comiéndose su última posibilidad de volver a casa.
Tras la transacción realizada por su padre con un capataz, este se despidió de sus hijos con más vergüenza que pena en los ojos y se fue. Sin esperanza y sin fuerzas los dos pequeños aceptaron su destino dándose un abrazo para prometerse entre susurros que pasara lo que pasara conseguirían salir de ahí con vida algún día y tras ello fueron separados.
Sus trabajos fueron muy diferentes, la pequeña fue llevada al cuarto de limpieza donde cada día tenía que meterse en enormes ollas donde raspaba y fregaba su interior hasta dejarlas como nuevas. Por otro lado su hermano había sido llevado al departamento de investigación y desarrollo donde cada día se veía obligado a comer todo tipo de nuevos caramelos; muchos pensarían que era un trabajo perfecto, pero era porque no tenían en cuenta los dolores estomacales que provocaban dicho oficio. Además corría la leyenda negra entre los demás compañeros, que eso lo hacían para engordar a los niños que más tarde se comía Mama Chocolat.
Pasaron los días, las semanas y los meses en la fabrica y todas las noches la niña encontraba la forma de escaparse de los guardas para hablar con su hermano. Ambos hablaban sobre como podrían escaparse y lo que harían una vez fuera, pero no encontraban la forma de idear un plan para su fuga, hasta que un día el destino les puso en su mano la situación.
Una vez al año Mama Chocolat invitaba a la flor y nata de la sociedad para degustar sus deliciosos bocados hechos por ella misma en un hermoso horno que había en la parte bonita del edificio que correspondía a la tienda y como también acudía la prensa todo debía de estar perfecto. Así que por un lado llamaron a nuestra protagonista por ser la más pequeña de las limpiadoras para que se metiera dentro del horno y lo dejara como los chorros del oro.
Por otro lado llevaron a su hermano para que estuviera junto a la anfitriona durante la sesión de fotos en daguerrotipos como representación de los niños trabajadores, porque querían que todos vieran lo rellenitos y bien cuidados que estaba sus empleados. Ambos hermanos estaban muy nerviosos porque se comentaba entre todos los trabajadores que ese era el día en que desaparecían los niños “gorditos” y todos suponían que eran utilizados como ingredientes en un macabro banquete para los ricos de la ciudad.
Fuera cierta o no la leyenda ambos hermanos compartieron una mirada nerviosa cuando la vieja anciana pidió a gritos a la más pequeña que entrara en el horno para empezar a limpiarlo. Ella haciendo un buen uso de su ingenio y aprovechando que se habían quedado a solas con la dueña la dijo que no alcanzaba a llegar al fondo del horno. Mama Chocolat frunció más el ceño de lo habitual al no estar acostumbrada a que la contradijeran, la aparto de un manotazo del horno y se asomo a la puerta del horno para enseñarla como debía de hacerlo, pero la niña la siguió diciendo que de esa forma no llegaría al fondo del horno, de tal forma que la mujer encorvo más su cuerpo para introducirse mejor en el horno y justo en ese momento los dos hermanos empujaron a la patrona dentro del horno y lo pusieron en funcionamiento mientras Mama Chocolat gritaba enérgicamente.
Debido a que nunca habían manejado el horno antiguo de la tienda, hicieron que se reventara una de las válvulas de presión que lo alimentaban y que dicha explosión provocara otras en cadena a lo largo y ancho de la fabrica, de tal forma que mientras empezaba a arder la vieja empresaria, también lo hacia todo su emporio.
Los hermanos con la carga moral que supondría la muerte de sus compañeros por sus actos corrieron hacia el interior de la fabrica con la intención de abrir todas las puertas y ayudar en la evacuación de los demás niños. Su determinación fue crucial para que se salvaran cientos de vidas ese día, pero tras asegurarse que no quedaba ya nadie dentro del edificio una enorme viga cayó del techo impidiendo la salida de ambos. Rodeados de llamas y sin salida volvieron a entender que su destino estaba sellado, volvieron a mirarse a los ojos, apartaron el miedo de sus corazones y se fundieron en un ultimo abrazo de amor fraternal.
El incendio conmociono a la ciudad y no tardo en saltar la información a todos los periódicos. Los ciudadanos exigían saber más sobre lo ocurrido con los dos hermanos, primero como culpables del desastre, pero al cabo de poco tiempo los investigadores empezaron a descubrir las duras condiciones en las que trabajaban los menores. Muchos supervivientes en agradecimiento a los dos pequeños hermanos también empezaron a hablar sobre como la cúpula de la empresa les explotaba y maltrataba dando lugar a la creación del primer sindicato obrero y a las primeras revueltas por la lucha de los derechos de los trabajadores y la ilegalización de la mano de obra infantil. Por todo ello las tornas cambiaron y los periódicos empezaron hablar de los dos hermanos como héroes y mártires de la causa.
Desde entonces, si paseas por la ciudad podrás encontrar un camino de bolitas de pan, hechas con el metal que se fundió en el incendio, desde la pequeña casa de un antiguo leñador hasta la avenida donde ocurrieron los hechos. Y donde antaño estaba la fabrica, ahora hay un parque infantil que tiene una bonita estatua de hierro con dos hermanos dándose un abrazo y un cartel que reza: “No olvidamos vuestro sacrificio Hansel y Gretel”.
Por Lord Alberot
Hola. Como administrador de este blog y participante en la mayor parte de los juegos, me encanta comunicaros que estoy gratamente satisfecho con las diversas colaboraciones, y mi mas sincera enhorabuena a los todos los autores, aunque hoy destacare relatos Dos hermanos y Los tres cerditos, espero seguir leyendo relatos de esta calidad y esta inspiración, aprovecho a recordar que hay convocatorias regulares abiertas al publico en general.
ResponderEliminarEncantado de tener entre los participantes a nuestro estimado presidente. Unos apuntes, Lord Alberot: Atento a los acentos. El corrector no los localiza todos.
ResponderEliminarUsas los punto y coma donde deberían ser puntos.
Usa más puntos y menos comas.
Gran relato. Espero que sea el primero de muchos otros.
Un abrazo steamers.