El evento literario/gráfico para el blog de este mes es un juego del tipo "Binomio fantástico". Participar es muy sencillo: sólo hay que aportar un texto o una imagen inspirados por la expresión "Viaje de papel".
Ángela Ramos
“Las cortinas se abren y saluda un nuevo día. Hoy me visten con el traje de exploradora, salakot incluido. Será un día divertido.
Mamá ya ha hecho el desayuno y papá pone los platos de papel. Me hacen tomar leche machada de los vasitos coloreados. ¿A dónde me llevarán hoy? Las gigantescas manos que controlan todos mis movimientos me sacan de casa. El salakot se cae, el folio es un material inestable. Nuestra diosa me deposita en su regazo y coge un libro enorme. Cierro los ojos y comienza el viaje.
Me sube a un entre con una sola ventanilla. El cielo es azul con motas blancas. Suena la locomotora y se pone en marcha. Ya he estado en la ciudad de la torre roja. Oigo varias voces alrededor. ¡Ah, viejo amigo Fog! “Buenos días”, “¡Buenos días””, me inclinan la cabeza a modo de saludo. Nos montan en el tren de nuevo. Oigo sin escuchar la conversación dictada por la diosa. Miro a William y me encojo.
Llegamos a un barco que cruza un mar en 2D. Me quitan mi traje y me ponen una escafandra un poco grande.
El mar no hace ruido, los peces ni se inmutan. Tenemos que entrar en un submarino. Dicen a lo lejos “¡Será un viaje de 20000 leguas!” Suspiro. Una travesía tranquila… ¡Oh, espera! ¿Qué es aquello? ¡Un gigantesco monstruo con tentáculos! La diosa lo mueve a través de una pestaña. Un caballito de mar pegado a un palo de polo nos rescata. El submarino sube y baja con parsimonia. Del capitán solo vemos su cabeza por el buey de mar.
Salimos a superficie, despedimos a la tripulación y, aún con escafandra, subimos a u globo aerostático que eleva la mano de nuestra dictadora. Sustituye la aparatosa ropa de buzo por un lindo vestido amarillo con lunares y un sombrero con un lazo, mi favorito. Pero el viento inexistente, vil y cruel, lleva mi sombrero lejos. Me pintan lágrimas y, de repente, un señor identificable ataviado como un aviador e una bicicleta extraña lo recupera. Lo impulsa una pajita, lenta cual oruga. ¡Qué amable caballero”
Bajamos del globo a tierra firme, a una pradera con flores y, bajo un árbol, tomamos el té. Las tazas son muy planas, pero nunca les falta infusión. Los bizcochos y las tartas están mejor.
Nos coge en sus delicadas manos y, flotando, llega la noche. Es hora de volver a casa. Fog recalca que el recorrido ha durado menos de 80 días y todos nos alegramos.
Por fin vuelvo a mi casa grande y cómoda. Doy un besito a mamá y papá y me depositan en la cama. ¡Qué día tan cansado! Apagan la luz y duermo”.
“-¡Cariño, la cena ya está lista! –Se oye a lo lejos.
-¡Ya bajo! –Una chiquilla pálida y de cabello escarola tostada apaga la lámpara del cuarto y despide a su casa de muñecas de papel”
Una voz femenina lee en voz alta. Un hombre de barba espesa blanca sonríe satisfecho. La mujer cierra y el libro y los dos se van a dormir. En la portada puede leerse: Viaje de papel.
Marina González
Viaje de papel a través del tiempo y del espacio
¿Qué es la invención humana sino el invento mejor guardado de la humanidad?
Eso pensó el decimoquinto acompañante del Décimo Doctor Who, el cual, desde que tuvo que dejar a su amor verdadero en la Tierra por problemas espacio-temporales con un doble suyo con un solo corazón que podría vivir con ella una vida humana, tenía la mala suerte de que los siguientes acompañantes murieran todos en extrañas circunstancias (y ya eran tres salvando a la primera que era su amor).
Por lo que el decimoquinto decidió tomar cartas en el asunto.
¿Cuál es la mejor solución para evitar su muerte? Crear su propia Tardis.
Y creó la más perfecta maquina de viajar a través de tiempo y del espacio que jamás un terrestre creó.
Pero no funcionaba. El truco de la Tardis era que funcionaba estando el Doctor consciente.
Pero en este caso la maquina del tiempo-espacio del decimoquinto acompañante era todo de metal: sus engranajes, su perfecta caldera a vapor, su asiento reclinable para los visitantes, su caldera de aceite de repuesto… todo en unos colores magníficos dorados y cobres.
Tras mucho divagar, estuvo a punto de preguntarle al Doctor cómo mejorar la maquina, pero supondría que se enfadaría. El Doctor siempre le tenía dicho que viajar en el tiempo y el espacio era una cuestión de seres superiores como los de su raza. Que los humanos estarían preparados para viajar en el tiempo por su cuenta cuando fueran más responsables. Y si viajaban a través de él era gracias al Doctor, ultimo espécimen de los suyos (en ese momento le gustaba autodenominarse espécimen).
Por lo que buscó por su cuenta diversos métodos, más materiales, aleaciones nuevas de cobre, hierro, metal, nuevos diseños de la maquina… Pero sin resultado.
Y de la forma más tonta, consiguió que funcionara. Solo le hacía falta un mapa de papel impreso con todos los lugares de la galaxia y con parte de la Tierra e incrustarlo en el salón de mandos de su máquina del tiempo.
Y consiguió poner en marcha la maquina del tiempo. Lo malo de la misma es que el mapa no era totalmente preciso, porque el pobre acompañante no se había interesado lo más mínimo de la geografía del espacio exterior. Podía viajar perfectamente a lo largo del tiempo, pero no en el espacio. Visto desde la distancia viajar en el tiempo de primeras es un logro, peor para el acompañante no, se convirtió en una obsesión.
Y no lo consiguió. El Doctor tenía razón.
¿Qué paso? Que el mapa se incendió al encender la máquina y saltar una chispa al papel.
El pobre hombre acabó perdido en un planeta de los confines del universo. Lo gracioso es que no podía volver porque la maquina estaba estropeada y ese planeta estaba vacío, en ruinas y no había nadie. Se notaba que una de dos: o los habitantes del planeta se habían muerto todos por una guerra o se habían largado a otro por una guerra. Y NO TENIAN PAPEL. No lo habían inventado. Por lo que el acompañante se quedó en ese planeta solo sin poderle pedir ayuda al Doctor.
Pero es aun más gracioso el hecho de que este acompañante rompiera la maldición de las muertes de todos los acompañantes del Doctor. Aun hay más, el Doctor conocía los planes del menda porque tonto no era y conocía al dedillo a todos sus acompañantes tras pasar muchas aventuras con ellos.
El Doctor le dejó expresamente en el planeta para que aprendiera la lección. Realmente no fue dejar, sino no ayudarle.
Si tan listo era como para inventar una máquina similar a la Tardis, sería capaz de arreglarla.
Aún así no le quitaría ojo por si acaso.
Madame Eloise
Aristoensueño
Mapa, libro, diario, billete... Con un dedo trazo sobre el mapa el recorrido de mi viaje de papel, aquel que nunca haré y sólo sueño, enclaustrada en mi casa de campo, reconfortada por el sol de primavera y la suave brisa perfumada que se cuela desde el jardín por la ventana. El mundo es demasiado peligroso y complicado para un ser tan frágil como yo, pálida como el mismo soporte sobre el que escribo mis desvaríos, esos que tan bien se pagan.
Ensueño que voy en tren desde el apeadero, al que he llegado en mi plateado caballo eléctrico, hasta la Estación Central de Terápolis. Por la ventanilla contemplo el ir y venir de los obreros especializados y los diseñadores de deseos, algunos adustos y elegantes, otros fornidos, destaca también alguno diferente y estrafalario, de los que modifican su cuerpo y se recrean a sí mismos. Ellos me compran el fruto de mis elucubraciones, y las de muchos otros, para construir el mundo que llegará a ser algún día. Todo acabará siendo justo como queremos, si el Futuro lo permite, esa es la esperanza.
Sin salir de la estación, subo a la plataforma que me lleva directa al drombús y, en él, de camino a los exóticos lugares que siempre quise visitar. Cualquier lado se me antoja tan distante... Empero, flotando en este suave vuelo y en mi clara imaginación, no sufre mi delicada anatomía.
Llego pronto a Nueva Persia, donde las maravillas cristalinas y geométricas florecen bajo la implacable radiación aprovechada por ellas, surtiendo al mundo de energía. Como setas gigantes, las torres fotoeléctricas son el orgullo de la nación, faliformes contra el cielo casi blanco por el excesivo brillo. El esplendor de antiguas civilizaciones renace entre sus arenas insoportables, candentes y resecas, de manos de sus universidades-convento. Allí está prohibido todo misticismo y distracción: sus entregados estudiantes y maestros depuran el conocimiento venga de donde venga, hasta llegar a la dureza de la Matemática pura, su única religión, si puede considerarse así. Su entrega y dedicación no tiene parangón en ningún rincón del Universo.
Desde allí vuelo a Indoasia, el gran vergel, semivacío tras la Gran Emigración al Planeta Lejano. La gente más pobre que se hacinaba, y es extraño imaginar tan gran extensión de tierra superpoblada, en esa porción del continente, vio su oportunidad cuando se descubrió un nuevo planeta habitable y el modo de llegar hasta él, y partieron todos a repoblar otras tierras e intentar prosperar... Ahora, abandonada a la Naturaleza, las selvas y sus criaturas vagan a su placer, estudiadas por algunos científicos aventureros que se atreven a internarse en su mundo de verdor sin límites, calor y agua, mosquitos y fieras. Perderse sería un hecho cierto de no ser por los localizadores subcutáneos, que nos controlan a todos y delatan nuestra posición en cada segundo de nuestras vidas. Sobrevolar esta extensión es una imagen de lo que fue y lo que podría ser la Tierra si no estuviésemos aquí... Pero estamos, y lo modificamos todo a nuestro antojo, así sea. Se cuentan historias de gentes que vagan desnudas por esas nuevas selvas, hombres que fueron como nosotros, pero que no se pusieron el localizador ni emigraron, y lograron prosperar como animales... No sé qué veracidad tendrá eso, no los han encontrado nuestros científicos y, si se escondiesen bien, ni los encontrarán...
Paso a gran altura sobre Japonisia, arrasada por el rigor nuclear, bellísimo museo inerte que no dudamos los viajeros en contemplar con nuestros instrumentos ópticos. Lo de allí es mutación, viscosa vida que se retuerce sin llegar a forma concreta, más caos que orden, más quietud que movimiento. Líquenes naranjas y de otros extraños tonos intentan existir bajo los antiguos templos y monumentos preservados por siempre, no sólo petrificados, solidificados al fuego invisible para los milenios, sin viento que los erosione ni lluvia que los desgaste ni seres que los dañen. Sobrecogedor recordatorio de los peligros de nuestra tecnología si no sabemos controlarla.
Después cruzo las escarpadas montañas Emergidas, nuevas tierras que el vulcanismo hizo subir cuando los mares se desbordaron y con su peso volcaron las placas tectónicas... Los seres de allí, neosaurios, nos miran sin maldad ni temor. Parecen ser como los antiquísimos dinosaurios, pues sus condiciones ambientales son similares y evolucionaron del mismo modo; la vida vuelve hacia atrás cuando un camino se le cierra, para recorrer, tenaz, el laberinto de lo posible por otro similar.
El Nuevo Océano ocupa lo que antes llamaban América, tierra mitológica que, se dice, se hundió en tres días. Ahora, de un purísimo azul, se muestra calmado, aunque es famoso por sus tormentas eléctricas, tan pavorosas que los viajes en barco fueron prohibidos por aquellas aguas, y extraños fenómenos ocurren en sus dominios.
Y, ya, de vuelta en Beoria y sus terrazas flotantes, que nos preservan del cambio climático y la inversión de los polos. El hogar de la calma y la civilización. Mi lugar. El mundo es muy hosco y complicado. Aquí todo está tecnificado y la vida es sencilla y placentera. Tengo mis libros, mis diarios, mi jardín y mi imaginación... Casi toda la población del planeta habitamos en Beoria, con su magnífica y abrumadora capital, Terápolis, y los castillos donde vivimos los aristos, clase a la que pertenezco sin yo desearlo... Me decidiría a modificar mi cuerpo y lanzarme a la aventura científica, en Indoasia... No es verdad. Me gusta demasiado estar sola, y mis vestidos negros, mi pálida piel y que me paguen por pensar. Mi caballo plateado eléctrico, mis cosas y mi tranquilidad. Ya es la hora de tomar el té... Luego elegiré un hermoso vestido nuevo para el encuentro lunar con los de mi categoría.
En otro momento, viajaré por Elefantia, la isla enorme que quedó del centro del continente negro al subir los mares, llena de elefantes gigantes y algunos mineros subacuáticos en sus plataformas costeras, con sus rituales, sus danzas y sus enormes máquinas...
Mikel Villafranca
Compre su viaje de papel- gritó el vendedor en el atestado mercado, mientras tiraba del pequeño carrito de chapa, en él decenas de pequeños libritos de papel se apiñaban en un revoltijo.- Cambio, Vendo, -bajo la voz- compro -Subió la voz a casi un grito- descubra la verdedara historia del Urrucula, el peligroso Vampyro en sus aventuras amorosas alrededor del mundo, Viaje en zepelín en las aventuras de Mr. Moor un pirata del aire, pasee por la India…
Brona se acercó al carrito, con tono dubitativo- Tiene alguna de Miss Fear- señalando el carrito.
El buhonero miró de arriba abajo a Brona, estaba sucia y harapienta, tendió la mano exigiendo el pago, Brona rebusco en su delantal y sacó un librito y una moneda de cobre, la entregó, el buhonero guardó la moneda en su bolsillo y rebusco en el carrito, tendió la mano con el librito y guardó el que Brona le había entregado.
Brona no tardó en empezar a leer el librito, tan pronto llegó a su hogareña caja de madera en la cual vivía, encendió un candil de sebo y empezó a leer.
-La valerosa Miss fear contra los Clérigos ortográficos.
-Miss fear despertó....
Aquello era una de las cosas que más le gustaba a Brona, Miss Fear se despertaba siempre en una cama blanda no importaba si había tenido un tórrido romance con un caballero matemático de Pi o habia`peleado con con correctores teatrales demenciales.
…. Miss Fear, Ha sido denunciada por errores de su pronunciación dijo el Clérigo que vestía una chaqueta negra con un botón por cada letra del abecedario.
-Arrepientete -grito la clerigo que acompañaba al alto sacerdote- o pasarás la eternidad de la otra vida corrigiendo la acentuación de exámenes de grado elemental.
Miss fear miró a su alrededor, se encontraba en la cantina de la universidad, abochornada por la pareja de ropas de sempiterno negro con la H con diéresis de la orden religiosa cosidas en sus ropas.
La mujer agitó con violencia un fajo de cartas, Miss Fear se levantó de sopetón, sus abundantes senos botaron bajo la holgada camisa, había reconocida su correspondencia con Anna Serman.
La mea pilas de Anna la habia denunciado...
Brona paro la lectura, el caldil titilaba. Penso para si, espero que no sean de la orden de la H muda, alargo la mano para apagar el candil, y cayo dormida…
:.. Miss fear se encontraba en atribulada con sus deberes literarios como alumna de la universidad flotante, aun estaba azorada por la encerrona de los eclesiasticos, pero tenia que seguir con sus labores como bibliotecaria, cogio el libro de la parte superior de la pila, en su portada salía un simio de pequeño fumando mientras presumiblemente escribía a máquina, Miss Fear abrió el libro y comenzó a leerlo.
-Mr Timons era el mejor escritor de la redacción, poco importaba que fuera un chimpancé, y eso era bien sabido, cogió el cigarro lo llevó a sus labios y lo encendió con un fósforo.
Uuuuk- Dijo Mr Timons entre caladas, el editor levanto la vista, cojie los papeles que Timons le entregaba y comenzó a revisarlos.
¿Que clase de nombre es Brona?- Preguntó el Editor- Compre su viaje de papel - leyó el editor, balbuceo en voz baja durante media página y devolvió el texto a Mr. Timons que fumaba sin parar, -Llevaselo a Miriam, dijo refunfuñando
-¿Uuuuuuuuuk?
-Si para imprimir, dijo el editor, mientras devolvía su atención a una pila interminable de documentos.
A Miss Fear le encantaban las historias sobre aquel chimpancé escritor y su personaje principal la pobre huerfanita Brona...
Hluot-wig The Wolf Dubhghaill
El avión salió desde su origen a gran velocidad. Después de unos metros de recorrido alzó su morro y realizó un "looping" en el aire que dejó a ambos boquiabiertos. Samuel ardía en deseos de contemplar que otras sorpresas les guardaba el vuelo del avión y Jeremy disfrutaba de cómo el niño moría ilusionado por cada quiebro y giro que este realizaba. Después de infinitos y asombrosos movimientos una pequeña brisa de aire hizo que el avión subiera varios metros de altura y acabar su travesia allá donde la vista no llegaba.
- Guau! Esta vez ha sido genial, eh Samuel?
- Siii papá, este ha debido de llegar hasta el cielo por lo menos.
El sol comenzaba a ponerse y Jeremy decidió que ya era hora de volver a casa. Una vez allí, Jeremy bañó a Samuel y preparó la cena. El hombre intentaba que a Samuel no le faltara de nada aunque su posición económica y familiar no era la mejor. Jeremy se ganaba la vida arreglando zapatos, trabajo que no hacia llegar mucho dinero a casa.
Pero en 1835 era muy dificil conseguir dinero sin recurrir a la mendicidad. Pero ellos eran felices y todo el tiempo que pasaban juntos lo utilizaban en jugar juntos con aviones de papel, la mayor pasión de Samuel. Iban juntos hasta un barranco que tenian a un par de kilómetros de casa y desde allí los lanzaban. Pero no eran aviones cualquiera. Siempre usaban algún papel en el que antes habiam escrito algún recuerdo.
Samuel siempre escribia sobre cualquier cosa que le hubiera pasado con algún amigo o con Katty, la amiga de la familia que se hacia cargo de cuidarle. Pero Jeremy era diferente. Siempre le escribia cartas a su difunta esposa Margaret contándola su dia a dia con Samuel.
- Por qué le escribes a mamá y luego lo lanzas como un avión?- le preguntó un día.
- Para que cuando el avión llegue al cielo mamá tengo noticias de nosotros y sepa que no la olvidamos.
Y así al menos 3 veces por semana iban a ese barranco a lanzar sus aviones.
Pero un dia Jeremy enfermó. Samuel ya contaba con 22 años, una esposa y un hijo, Tommas.
Durante los últimos 14 años padre e hijo habian ido a lanzar sus aviones, pero el 31 de Octubre de 1849 todó cambió. Sumuel había llegado a casa de su taller de calzado y se encontró con la dura noticia, Jeremy, su padre, había fallecido por culpa de su enfermedad. El muchacho se limpió una lágrima y fué directo a un pequeño mueble, sacó una llave y abrió el cajón. De allí sacó varios papeles ya escritos, llamó a su hijo y de la mano salieron en busca de aquel barranco que tantas veces les habia visto a su padre y a él.
Al llegar Samuel hizo varios aviones con los escritos y con la ayuda de Tommas los lanzaron disfrutando de los vuelos de cada uno de ellos.
- Papá, que había en esos papeles? - preguntó Tommas
- Nada hijo mío, solo son cartas para el abuelo, para que cuando lleguen al cielo sepa que le queremos y le echamos de menos.
Laura López Alfranca
Grullas de papel
El viento meció sus ropas raídas y mojadas. Se preguntó si estaría encerrado en un espejo y cuántas veces había razonado y olvidado aquella frase fugaz. Allí en su pequeña isla perdida en la inmensidad azul y gris formada por el cielo y el mar, no había mucho que hacer, tan solo mirar la vida pasar hasta la muerte. Por entre las olas, llegó la bandeja de madera con su comida, la tomó como cada día y comió con apatía. Miró las servilletas de papel de colores y, como cada día, las cogió y escribió en todas ellas la misma frase:
«Estoy solo.»
Las volvió a dejar en la bandeja y el mar se las llevó al acabar. A todas horas y siempre lo mismo. Solo escribía la misma frase una y otra vez, sin sentido, sin sentirlo, tan solo para poder decir que había cumplido con lo que correspondía aquel día.
Siguió mirando la inmensidad, hasta que se tumbó encima de la tierra húmeda, echándose a dormir. Ya no sabía distinguir el día de la noche o si alguna vez existió algo así.
Despertar, aguardar a que la bandeja de madera llegara flotando a su isla, escribir con barro en los papeles su mensaje y ver cómo se alejaban sin recibir respuesta. Nada que pudiera variar su aislamiento en aquel pequeño trozo de tierra.
Alzó su mirada al cielo y, para su sorpresa, vio puntos negros volando muy por encima de su cabeza. No sabía qué especie podrían ser, tampoco podía escuchar su canto… pero esas pequeñas motas lejanas le resultaron maravillosas. Alzó las manos, las unió y comenzó a moverlas intentando convertirlas en unas alas. Sorprendido, se fijó en que sus manos estaban manchadas, arrugadas y las uñas rotas y blandas. No sabía si antes eran mejores, pero era extraño redescubrirlas, las acarició, se tocó los dedos, se agarró las manos con fuerza. Le gustó, las notó temblorosas y con ganas de hacer algo útil, ese cosquilleo escalaba por sus nervios abotargados hasta llegar a su corazón. Aquello le hizo sentir vivo.
Llegó la comida y la tomó, la removió. Percibía que debía hacer algo o el cosquilleo desaparecería. Cogió las servilletas de papel, escribió en ellas… y sus dedos, aleteando, las movieron, doblaron y rompieron hasta crear un pequeño pájaro. Tiró de su cola y este aleteó en sus manos sin alejar. Sonrió, el dolor por los labios cortados y los músculos desacostumbrados fue intenso, pero valió la pena. Alzó la mirada y vio que la bandeja se volvía a marchar, asustado por no haber dejado sus mensajes, se lanzó al agua para evitar que desapareciera. Se caló, se le escapó y vio cómo su isla desapareció a gran velocidad… Podría haber nadado para alcanzarla, pero no estaba convencido de tener tantas fuerzas. Además, le daba miedo enfrentarse al mar profundo, quién sabe que podía esconderse allí abajo.
Volvió a su isla, asustado por no haber hecho lo que debía. Enfadado, miró de reojo la pequeña ave de papel. Quiso destruirla, la tomó dispuesto a hacerlo, pero volvió a tirar de su cola y, al verla volar, se sintió mucho más tranquilo. Pensando que se sentiría sola, por lo que le construyó más amigos.
Poco a poco, el suelo de la islita se vio cubierto con papel manchado con mensajes cada vez más elaborados que aleteaban nerviosos. Amontonaba los pájaros formando grandes cordilleras que le protegían de la inmensidad verde, azul y gris que siempre le había rodeado. Se veía feliz por verse con compañía, tanto que el tiempo parecía ir más rápido.
Pero un golpe de viento arrastró a las pequeñas aves y trató de recuperarlas. Saltando, gritando y rogando porque las palabras regresaran, pero se perdieron en la eternidad.
Triste, retomó sus costumbres: sentarse en la isla y esperar a que la muerte llegase, lenta y pesadamente, dejando mensajes en las bandejas de madera y sufriendo indolente los caprichos de tiempo y su prisión.
No supo cuánto pasó. Tan solo sintió un golpe en la nuca. Al girarse, se encontró como sus pequeñas obras regresaban al hogar llevadas por el viento. Estaban muy dobladas y sucias, la curiosidad pudo más y las deshizo para echarse a llorar: cientos de mensajes similares al suyo, personas que hablaban de su vida y buscaban su compañía.
Cogió los papeles de cada una de las comidas y creó más grullas, como las llamó alguien de sus cartas. Y se dedicaba a mirar en cualquier dirección para verlas llegar y ver como aquellas personas le pedían que las buscase.
Tras mucho meditar, y aun a pesar del miedo, comenzó a separar comida de las bandejas y, con todas sus fuerzas, las retenía en la islita. Rompió sus desgastadas ropas y unió las bandejas para formar una precaria embarcación. Dispuesto a arriesgarse en la aterradora inmensidad para acabar con su soledad. Antes de zarpar, lanzó las últimas grullas al cielo, esperando que anunciaran una llegada feliz. Se tumbó en la inestable superficie que había creado y se durmió, soñando con un futuro mejor.
Cecilia Cuesta
-Activando secuencia 726/3. Proceso completado al 27%. Actualizando 37 nuevos archivos.
Adoro mi trabajo. Reconozco que no gano mucho dinero con él, pero al menos me da para pagar el alquiler y dar de comer al gato. ¡Y a mí, por supuesto!
Veréis, yo trabajo en un taller de actualización de autómatas. No de piezas, sino de información. Me dedico a actualizar los programas de información y reconocimiento de aquellos autómatas que se quedan obsoletos. La mayoría de mis clientes son abogados, funcionarios del estado, dueños de una empresa de taxis, etc., y vienen cada cierto tiempo a que actualice la memoria de sus empleados: leyes recién aprobadas, nuevos formularios de solicitudes burocráticas, actualización de recorridos, callejeros y cambios de sentido…
Claro, dicho así podéis pensar que os estoy mintiendo: ¿Regodeándose con gente de clase alta y no le llega más que para sobrevivir? Bueno, teniendo en cuenta que como pronto vienen cada seis meses y que no es que paguen bien precisamente… pero ese es otro debate al que no quiero entrar.
Y por supuesto, tampoco es que este haya sido desde siempre el trabajo de mi vida. Yo empecé a trabajar a regañadientes en este taller cuando tenía dieciséis años. Me negué a ser como mis hermanas, sumisa y predispuesta a ser madre, así que mis padres decidieron meterme a trabajar a ver si cambiaba de opinión. No lo lograron, por supuesto.
A lo que yo iba: sí, casi todos los autómatas de mis clientes son de servicio y/o asistencia y lo único que tengo que hacer es conectarle un nuevo cilindro pregrabado. Pero de vez en cuando trato con un autómata distinto. Es el caso de Vincent.
Vincent es el autómata que un obrero compró para su hija. Ella es especial: con 8 años que tiene ahora apenas habla, no presta atención cuando se la llama ni tiene capacidad de socializar; sin embargo, ha creado un fuerte vínculo con el autómata, por lo que se pasa mucho tiempo con él, limpiándolo, engrasándolo y abrillantándolo. A pesar de todo esa niña es muy inteligente para su edad, hasta el punto de hacerle pequeñas reparaciones ella sola.
Lo que más le gusta a la niña es que Vincent le cuente historias, pero el sueldo de obrero de su padre no da para mucho, así que tuvo que conformarse con comprar uno sencillo con órdenes básicas al que por desgracia no incluyeron compartimento ni anclajes para añadir cilindros de memoria nuevos; durante el tiempo que trabajo en él no puedo aceptar otros trabajos, pero he de reconocer que me sienta casi como si estuviera de vacaciones.
Y es que le tengo que leer los cuentos uno a uno. Durante tres semanas lo único que tengo que hacer es conectar la grabadora al cilindro interno del autómata y leerle en voz alta. Ya le había leído Frankenstein, las novelas completas de Dumas y algunas de Edgar Allan Poe. Ahora mismo le estoy leyendo las novelas de un nuevo escritor que he descubierto recientemente: Arthur Conan Doyle, creo que se llama.
Como ya he dicho, la pequeña tiene mucho apego al autómata. La primera vez que acepté uno de sus encargos no pasaron ni 24 horas antes de que el padre regresara a pedirme que dejara a la niña acompañarme en el taller, ya que había sufrido una crisis por la separación. Por supuesto al principio me opuse, pero cuando me explicó la situación y vi que durante el tiempo de nuestra discusión la niña lo único que había hecho había sido sentarse en silencio junto a Vincent, cedí un poco y llegamos a un acuerdo en el que me pagaría un extra por vigilar a la niña y se haría cargo de todos los desperfectos que pudiera ocasionar.
Así que me siento delante del autómata y leo en voz alta la pila de libros que el propio padre me ha cedido, más otra pila de los que tengo en mi pequeña biblioteca. Al principio lo hacía de manera monótona, pero cuando ví que la niña reaccionaba a las historias, comencé a darles entonaciones y cadencias, como si más que leerlos, los viviera. Hoy en día, casi 4 años después de su primer encargo, lo hago de manera automática.
Si es cierto que comencé haciéndolo por ella, he de reconocer -y esto no se lo he contado nunca a nadie- que si lo sigo haciendo es por el autómata. La segunda vez que me trajeron a Vincent para ‘enseñarle’ nuevas historias, me pareció percibir por el rabillo de ojo un ligero movimiento. Le miré, pero seguía inmóvil, con la cabeza ligeramente ladeada y mirándome a la espera. No le dí mayor importancia, así que proseguí. Dos días después me ocurrió lo mismo. Me daba la sensación de que no me miraba a mi, sino que miraba por encima de mi, como si tuviera la mirada perdida. Sé que es difícil de entender: es un autómata, ¿cómo va a tener la ‘mirada perdida’? No dejan de ser unos receptores de imágen…. Pensé que quizá el cansancio me estaba jugando una mala pasada, así que lo dejé y me fui a dormir. Terminé el trabajo sin más sucesos extraños una semana más tarde.
Apenas pasaron 5 meses cuando volvieron al taller. El autómata le había contado las historias docenas de veces y querían algo nuevo, así que me puse manos a la obra y le dediqué todo mi tiempo. Y esta vez volvió a ocurrir: durante algunas lecturas, el autómata movía ligeramente la cabeza y los receptores de imagen. Parecía estar… ¿imaginando? Llamadme loca si queréis, pero juro que desde entonces, siempre que le leo las novelas que me piden se mueve ligeramente. Ladea la cabeza en los momentos de mayor tensión, echa hacia atrás la parte superior del torso -apenas unos grados- en escenas de sobresalto, se queda con los receptores de movimiento fijos en algún punto en momentos de melancolía… Incluso lo comprobé una vez. Durante uno de los últimos encargos, en un momento en que parecía estar mirando más allá de mí, me moví ligeramente hacia mi izquierda. Vincent se quedó fijo durante unos segundos, y como si se hubiera percatado del silencio en ese momento, giró su cabeza hacia mí en espera de más.
Quizá sólo sea que el pobre Vincent empieza a estar tan saturado de información que le cuesta reaccionar durante la grabación y yo sólo quiero creer que empieza a reaccionar de manera autónoma a las historias. Y en realidad prefiero creer que Vincent imagina las historias que le leo. Quizá así la gente empezaría a pensar en ellos más como iguales y menos como simples máquinas de servicio.
-Activando secuencia 726/3. Proceso completado al 27%. Actualizando 37 nuevos archivos.
Adoro mi trabajo. Reconozco que no gano mucho dinero con él, pero al menos me da para pagar el alquiler y dar de comer al gato. ¡Y a mí, por supuesto!
Veréis, yo trabajo en un taller de actualización de autómatas. No de piezas, sino de información. Me dedico a actualizar los programas de información y reconocimiento de aquellos autómatas que se quedan obsoletos. La mayoría de mis clientes son abogados, funcionarios del estado, dueños de una empresa de taxis, etc., y vienen cada cierto tiempo a que actualice la memoria de sus empleados: leyes recién aprobadas, nuevos formularios de solicitudes burocráticas, actualización de recorridos, callejeros y cambios de sentido…
Claro, dicho así podéis pensar que os estoy mintiendo: ¿Regodeándose con gente de clase alta y no le llega más que para sobrevivir? Bueno, teniendo en cuenta que como pronto vienen cada seis meses y que no es que paguen bien precisamente… pero ese es otro debate al que no quiero entrar.
Y por supuesto, tampoco es que este haya sido desde siempre el trabajo de mi vida. Yo empecé a trabajar a regañadientes en este taller cuando tenía dieciséis años. Me negué a ser como mis hermanas, sumisa y predispuesta a ser madre, así que mis padres decidieron meterme a trabajar a ver si cambiaba de opinión. No lo lograron, por supuesto.
A lo que yo iba: sí, casi todos los autómatas de mis clientes son de servicio y/o asistencia y lo único que tengo que hacer es conectarle un nuevo cilindro pregrabado. Pero de vez en cuando trato con un autómata distinto. Es el caso de Vincent.
Vincent es el autómata que un obrero compró para su hija. Ella es especial: con 8 años que tiene ahora apenas habla, no presta atención cuando se la llama ni tiene capacidad de socializar; sin embargo, ha creado un fuerte vínculo con el autómata, por lo que se pasa mucho tiempo con él, limpiándolo, engrasándolo y abrillantándolo. A pesar de todo esa niña es muy inteligente para su edad, hasta el punto de hacerle pequeñas reparaciones ella sola.
Lo que más le gusta a la niña es que Vincent le cuente historias, pero el sueldo de obrero de su padre no da para mucho, así que tuvo que conformarse con comprar uno sencillo con órdenes básicas al que por desgracia no incluyeron compartimento ni anclajes para añadir cilindros de memoria nuevos; durante el tiempo que trabajo en él no puedo aceptar otros trabajos, pero he de reconocer que me sienta casi como si estuviera de vacaciones.
Y es que le tengo que leer los cuentos uno a uno. Durante tres semanas lo único que tengo que hacer es conectar la grabadora al cilindro interno del autómata y leerle en voz alta. Ya le había leído Frankenstein, las novelas completas de Dumas y algunas de Edgar Allan Poe. Ahora mismo le estoy leyendo las novelas de un nuevo escritor que he descubierto recientemente: Arthur Conan Doyle, creo que se llama.
Como ya he dicho, la pequeña tiene mucho apego al autómata. La primera vez que acepté uno de sus encargos no pasaron ni 24 horas antes de que el padre regresara a pedirme que dejara a la niña acompañarme en el taller, ya que había sufrido una crisis por la separación. Por supuesto al principio me opuse, pero cuando me explicó la situación y vi que durante el tiempo de nuestra discusión la niña lo único que había hecho había sido sentarse en silencio junto a Vincent, cedí un poco y llegamos a un acuerdo en el que me pagaría un extra por vigilar a la niña y se haría cargo de todos los desperfectos que pudiera ocasionar.
Así que me siento delante del autómata y leo en voz alta la pila de libros que el propio padre me ha cedido, más otra pila de los que tengo en mi pequeña biblioteca. Al principio lo hacía de manera monótona, pero cuando ví que la niña reaccionaba a las historias, comencé a darles entonaciones y cadencias, como si más que leerlos, los viviera. Hoy en día, casi 4 años después de su primer encargo, lo hago de manera automática.
Si es cierto que comencé haciéndolo por ella, he de reconocer -y esto no se lo he contado nunca a nadie- que si lo sigo haciendo es por el autómata. La segunda vez que me trajeron a Vincent para ‘enseñarle’ nuevas historias, me pareció percibir por el rabillo de ojo un ligero movimiento. Le miré, pero seguía inmóvil, con la cabeza ligeramente ladeada y mirándome a la espera. No le dí mayor importancia, así que proseguí. Dos días después me ocurrió lo mismo. Me daba la sensación de que no me miraba a mi, sino que miraba por encima de mi, como si tuviera la mirada perdida. Sé que es difícil de entender: es un autómata, ¿cómo va a tener la ‘mirada perdida’? No dejan de ser unos receptores de imágen…. Pensé que quizá el cansancio me estaba jugando una mala pasada, así que lo dejé y me fui a dormir. Terminé el trabajo sin más sucesos extraños una semana más tarde.
Apenas pasaron 5 meses cuando volvieron al taller. El autómata le había contado las historias docenas de veces y querían algo nuevo, así que me puse manos a la obra y le dediqué todo mi tiempo. Y esta vez volvió a ocurrir: durante algunas lecturas, el autómata movía ligeramente la cabeza y los receptores de imagen. Parecía estar… ¿imaginando? Llamadme loca si queréis, pero juro que desde entonces, siempre que le leo las novelas que me piden se mueve ligeramente. Ladea la cabeza en los momentos de mayor tensión, echa hacia atrás la parte superior del torso -apenas unos grados- en escenas de sobresalto, se queda con los receptores de movimiento fijos en algún punto en momentos de melancolía… Incluso lo comprobé una vez. Durante uno de los últimos encargos, en un momento en que parecía estar mirando más allá de mí, me moví ligeramente hacia mi izquierda. Vincent se quedó fijo durante unos segundos, y como si se hubiera percatado del silencio en ese momento, giró su cabeza hacia mí en espera de más.
Quizá sólo sea que el pobre Vincent empieza a estar tan saturado de información que le cuesta reaccionar durante la grabación y yo sólo quiero creer que empieza a reaccionar de manera autónoma a las historias. Y en realidad prefiero creer que Vincent imagina las historias que le leo. Quizá así la gente empezaría a pensar en ellos más como iguales y menos como simples máquinas de servicio.
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