jueves, 9 de febrero de 2017

Campos de Chatarra

Este relato esta relacionado con otro publicado anteriormente en el juego literario "Un bocata de tuercas"

El doctor Zinerman se encontraba revolviendo entre chatarra, las montañas y montañas de chatarra, que habían sido Hombres y Mujeres de metal. Sirius vigilaba desde lo alto de una colina.

Doctor, Doctor... -Sonó la voz apremiante del antiguo sindicalista y ahora revolucionario- veo las luces de un cuadrúpedo, son desguazadores.

El hombre de metal se dejó resbalar hasta el pie de la colina de chatarra, cargó su saco y ambos huyeron del lugar. El cuadrúpedo de los desguazadores arremetió una curva penetrando por entre las dunas de chatarra que se extendían por el yermo páramo. La barriada de la chapa ya no existía, y los blanditos habían dado carta blanca a esos carroñeros, de blanda carne y frágil hueso, cubiertos de desiguales armaduras de chapa.

El cuadrúpedo, un vehículo extravagante, se detuvo. Para Sirius la única comparación apta, es que era un bastardo entre un coche de carbón y un andador de minería, hecho de hojalata y cargado de armas hasta las portezuelas, no había dos iguales, pero todos eran aterradores.

El vehículo paró en un claro, rodeado por dunas de chatarra. Allí descargó su captura del día, mas hombres y mujeres de metal, la mayor parte de ellos estaban irremediablemente muertos, pero algunos simplemente agonizaban.

Los desguazadores se ensañaron con éstos, da igual que fueran piezas inútiles y muertas o aún vivas, usaban grandes tubos de metal, llaves inglesas, nudilleras metálicas y sus botas con punteras de acero y pies de gato.

Sirius entonó una silenciosa oración.- Santa Tuerca de la métrica cinco, protégenos contra la barbarie. Sólo por el sonido pudo percibir que el doctor se desplazaba, como un gato, escalaba y saltaba con silencio de tumba como único compañero, pudo ver cómo la cara de su blandito amigo se cuajaba de lágrimas y enrojecía, él no era experto en blanditos pero conocía ese rostro mejor que nadie y sabía lo que significaba.

El Doctor Zinerman saltó de entre las colinas de chatarra sobre uno de aquellos desguazadores, el golpe no fue muy rotundo, pero si totalmente sorpresivo. El saco que enarbolaba el doctor cargado de piezas metálicas golpeó en el costado del desguazador que había levantado una gruesa y plúmbea tubería con ambas manos, para chafar el armazón del cráneo de un hombre de metal que se retorcía sin brazos ni piernas.

El saco se escapó de las endurecidas manos del doctor, y acompañó al desguazador en su caída al suelo. Un grito de sorpresa salió de los labios macilentos y negros del obeso desguazador, las cabezas de los otros dos desguazadores se volvieron hacia el doctor, y con paso deliberadamente lento empezaron a acercarse. El doctor delgado y esquelético jadeaba por el esfuerzo, sacó de su cinturón un afilado destornillador dispuesto a dar una buena estocada al primero que se acercara. Se ralentizó el viento y Sirius observó desde la cobertura que le daba la chatarra desigual.

Vio claramente cómo el Doctor se desplazaba suavemente como poseído por un espíritu ajeno, dando pasos erráticos hacia el desguazador que se intentaba incorporar, mientras los dos restantes intentaban cercarle contra una de las cercanas colinas de chatarra. El docto esgrimidor de destornilladores se arrojó contra el que se incorporaba, éste intento forcejear en vano, el destornillador perforó su armadura de chapa y cuero, penetrando en su cuello, el borbotón de sangre mancho la cara del doctor, el cuerpo inerte del obeso blandito cayo con un golpe seco.

¡Menos Zinc y Mas hierro!- Gritó el doctor Zinerman.

Sirius no pudo reprimir que sus circuitos de memoria recordaran cómo el doctor había entrado en aquella batalla. Eso había ocurrido después de ser derrotados en su conato de rebelión pacífica. El doctor aún tenia su clínica encima de la cafetería ferretería, y los pacientes no habían parado de llegar. Se afanaba por intentar salvar a cada uno de sus pacientes, y el chorro de aceite de motor brotó del joven de la serie 7 que solía repartir los periódicos, los ojos del doctor habían cambiado en aquel momento, y Sirius veía ahora esos ojos en el doctor.

Impulsado por renovadas fuerzas Sirius abandonó su escondite y saltó a la refriega, su aparición desconcertó a los desguazadores que veían a su amigo muerto en el suelo. Aun así estaban decididos a acabar lo que habían empezado, el segundo desguazador enarbolaba una llave inglesa, con mas entusiasmo que práctica, y se acercó a Sirius quien con una única mano agarró al joven por el cuello y lo arrojó por las aires con toda la fuerza que le proveían sus mejorados brazos hidráulicos. El cuerpo voló contra la chatarra y se manchó de sangre.

El doctor se lanzó nuevamente contra el tercer hombre pero éste, incapaz de vencer se dirigió a la carrera hacia el cuadrúpedo. Intentó trepar por la escalinata, pero la puerta estaba cerrada. Buscó a tientas las llaves del vehículo, y se dio cuenta que él no las llevaba. Este pensamiento fue fatal, notó el tirón en su tobillo, y lo único que vio a continuación fue la bota del doctor al golpear contra su barriga una y otra vez. El barbudo y malnutrido doctor sonreía con una furia en el rostro, casi feliz.

Sirius recogió los sacos, los cargó sin esfuerzo, miró de arriba a abajo al doctor, en su decrépita furia Parecía ya mas calmado, estaba acuclillado junto con el agonizante hombre de metal sin extremidades. Hurgó con sus largos dedos en la base del cráneo del agonizante y éste cerro sus faros oculares y su metálico rostro se relajó. Ya no había dolor ni miedo ni furia, sólo un cuerpo inerte. El doctor recogió el cuerpo, lo cargó sobre sus hombros, usó cinta adhesiva para atar el cuerpo al suyo, pues sus manos crispadas y cansadas no encontraban correcto asidero, y así adosado al cuerpo del inconsciente hombre de metal, reemprendieron su marcha hacia terreno seguro.

Sabes Sirius- dijo con tono de académico que solía usar abecés- creo que es hora de rebautizarte.

Sirius que caminaba por delante de su blando colega, en la cuerda de la colina de chatarra. se encogió de hombros.

Necesitas un nombre totalmente Metálico, Que te parece Stalin- continuo el doctor.

Sirius se giró en redondo y miró al doctor, - Yo he pensado en algo derivado de mi número de serie...- M4RX.

El doctor Zinermar rió con una carcajada atronadora. Cuando ésta cesó dijo- Saludos Camarada Marx-hubo una breve pausa- ¿No sabes nada de historia Humana?- la voz del doctor no mostraba enfado sino mas bien alguna clase de diversión.- Ese un Nombre que los Blanditos no olvidaran Jamás.

Marx, marx, marx, Suena bien- sentencio el Hombre de metal antes conocido como Sirius.

3 comentarios:

  1. ¡Me encanta! Adoro el tinte que va cogiendo el relato, y me encantaque vaya creciendo.
    ¡MENOS ZINC Y MÁS HIERRO!

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  2. Buen relato. Me gusta la continuación.
    Si me permites un consejo, a lo mejor en algunas ocasiones vendría mejor el uso de puntos en vez de tantas comas.
    ¿Llegasteis a poner una reseña sobre la quedada en el Ithilien? La de cuento por descuento.

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    1. los consejos siempre son bien venidos.

      en cuanto al evento de descyuento por cuento, ya escribiremos una pequeña reseña.

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