Para Úrsula Paxton la vida era simple en su complejidad. Se proponía casarse por tercera vez, pero un pequeño impedimento enturbiaba el enlace, que se celebraría el próximo domingo. El problema era que en su anterior matrimonio tuvo una criatura, aunque se había deshecho de ella con toda la elegancia que una dama podía lograr y la ayuda de un cheque, cada año pagaba una considerable suma de dinero y se olvidaba del problema. El problema se llamaba Tabatha Anne Paxton, y cada pocas semanas llegaban cartas remitiendo sus progresos, y de unos años a esta parte llegaban quejas y más quejas por el comportamiento de la joven señorita Paxton, así que con la elegancia de una dama experimentada escondía las cartas en su escritorio, con la vaga auto promesa de leerlas más tarde, y así es como las ultimas catorce cartas se agolpaban en un cajón, aun intactas.
Si hubiera leído las cartas habría sido consciente de que su hija había protagonizado el robo de las biblias de la rectoría, había colado a felinos callejeros en el confesionario y alimentado a una bandada de cuervos dentro de los aposentos privados de la Hermana Pía, había metido una pastilla de jabón en el puchero de sopa y finalmente se había negado a usar corsé y había quemado su cesta de labores y la de varias compañeras más al grito de ¡Liberad las tetitas!
Esta hazaña en particular era la culpable de la ultima carta, y si Úrsula hubiese tenido a bien leerla habría estado preparada. Pero ahora se encontraba con el problema en su puerta, y el problema de pelo moreno cortado a lo chico, vestía un uniforme de internado, se cubría del sol con un parasol y llevaba sus escasas posesiones en una maleta de cuero. Sus ojos avellana destellaban y una ligera sonrisa pícara estaba cincelada en su pecoso rostro.
La sorpresa del reencuentro trastocó a la madre, que tras reconocer a su nada añorada hija, no sabía o no tenía nada que decirle, pues eran prácticamente desconocidas, y de no ser por la engañosa lozanía de Úrsula, y el desparpajo de la joven Tabatha, podría haberla despachado sin problemas. Pero dado el revuelo de su llegada, y la fecha de ésta a la casa, llena de familiares que se encontraban presentes para celebrar la boda, podría haber empaquetado a la niña con algún familiar.
Posibilidad que quedó reducida a la nada en cuanto la niña empezó a relacionarse con los invitados y familiares, de los que no sabía nada. Sus nuevas fechorías incluían la manipulación de un autómata mayordomo, que como resultado edulcoró todas las bebidas servidas en el cocktail, el acto de transformar el traje de boda, usando unas tijeras y pintura al óleo de color rosa, pintura que además fue usada para la policromía improvisada de un busto de Mozart que estaba sobre la chimenea, entre otros actos. Así que Úrsula siendo tan amorosa como acostumbraba y sin mostrar emoción alguna le dijo a su hija. - Querida, ha sido un placer verte, pero mi boda es dentro de dos días. Mañana empezarán a llegar los familiares del Coronel Wallace, mi prometido, y no puedo permitir que nada salga mal,-bajó el tono de voz- Así que pecosa rata infecta- volvió a poner un tono normal de conversación y viendo como su prometido se acercaba- vas a irte a vivir con tu tío Pancrace.
-No, con Pancrace no.- contestó la pecosa adolescente.
No es que ella conociera a Pancrace, solo sabia que era el único hermano de su madre, y gracias a la guía de genealogías y la página marcada de la publicación con tapas rojas y tipos dorados, impreso en papel fino como las biblias y en gran formato, Úrsula Paxton: antes Allister. antes Merryweder y de soltera Úrsula Gilbert. Hija de James Gilbert y Mary Anne Gilbert y hermana del Dr. Pancrace Gilbert.
Haciendo uso de la misma guía encontró los siguientes datos. Dr. Pancrace Gilbert Soltero de 39 años, afincado en Wolf Creek, un pequeño pueblo en la montaña al Norte de Alburquerque. Doctor en medicina, sargento retirado del tercero de artillería ligera de Tennessee, del ejército Confederado entre 1863 y 1865, licenciado con honores.
La información era escueta y sus intentos de extraer información sobre el al servicio o familiares solo revelaron dos cosas, Pancrace y Úrsula no se hablaban desde 1863, y el Doctor era un hombre parco, poco amigo de las visitas y las fiestas, heredero de la familia y en general un hombre desagradable y excéntrico en grado sumo.
Estas eran las ideas que Tabatha maduraba y daba vuelta en su cabeza cuando tomó el zepelín nocturno hasta Alburquerque. Una vez allí el criado mecánico, una versión anticuada de relojería, que se alimentaba mediante un mecanismo de llave que él mismo giraba para recargarse, vagamente humanoide, de acero, fabricado en una fundición de Nevada por "Tie & clock" hacía cerca de tres décadas, compró los billetes de tren y agarrando a la niña por la muñeca con fuerza y con la otra mano sujetando la maleta, la obligó a subir con el al tren.
El camino ascendente del ferrocarril, con máquina Mikado, que ascendía por la vía estrecha, empujada por su descomunal caldera, sólo tiraba de un Tender lleno de carbón, dos vagones de segunda clase y tres de mercancías, en un sinuoso camino que discurría sin paradas desde Alburquerque hasta Wolf creek. El paisaje era monótono, colina, colina, montaña, río, colina, todo ello repleto de bosque.
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La vida de Pancrace era de una enorme sencillez, tenia una casa de dos pisos, ligeramente alejada de la ciudad, construida en madera de abeto rojo, sin pintar. Ya era vieja y polvorienta cuando se había mudado a ella al acabar la guerra. Su idea original había sido montar un pequeño hospital, pero la entonces incipiente ciudad no necesitaba ni estaba dispuesta a pagar un costoso centro médico dado que disponía de un dispensario. No obstante se había afanado en arreglar las goteras, y poner mobiliario en todas las salas, que había quedado cubierto por sabanas, y cerrado por años. Pero lo que más le gustaba de aquel lugar era su patio, que se extendía colina abajo, hasta donde alcanzaba la vista, donde entre un pequeño conjunto de graneros abandonados, desde lo alto de la colina podían verse los boquetes negros. Dos cañones de acero apuntaban a los edificios abandonados. Un cañón de acero corto, sobre un soporte con ruedas descansaba en la plataforma de tiro, dos cuñas frenaban cada rueda, y junto a el conjunto de escobones y artilugios variados para limpiar el cañón estaban a la espera de ser usados.
Jones Pluma Ligera, vestido con pantalones de raya marrones, y su camisa blanca arremangada se afanaba en cargar el cañón de cuatro libras, mientras el Doctor observaba la bandera, con ayuda de un catalejo, -Señor Pluma Ligera,- Gritó con tono marcial el Dr. Gilbert- Cargue el arma,- el Cheroqui coloco la pólvora del barril en el cañón, colocó la mecha y la bala de cuatro onzas, la esfera de plomo destelló, con la luz de la mañana que se filtraba de entre las nubes.- Corrija el ángulo, dos grados norte,- el indio escuchó y giró ligeramente el cañón- Fuego- Gritó desde el mirador el doctor, y el indio encendió la mecha con una cerilla que usó para encender también su larga y delgada pipa, con cazoleta de madera.
La bala salió en una leve parábola, alejándose del cañón a velocidad constante, desplazamiento que paró en seco al chocar contra una barrica de madera repleta con un lecho de piedras y agua. Si alguien hubiera estado más cerca para verlo, habría visto cómo la bala entraba con violencia en el agua y golpeaba la pared posterior de la barrica haciendo un agujero por el impacto y cayendo después al suelo. Jones Pluma Ligera levantó el banderín, indicando que el disparo se había hecho con éxito, se quitó el Kepi, y secó el sudor de la frente.
El doctor descendió por la escalera de mano, y estrecho la mano del indio, intercambiaron palabras de elogios y vaguedades varias...
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La campana de la entrada sonó con violencia y estrépito. Jones Pluma Ligera, guardés de la casa y los terrenos, acabó de secarse las manos, descolgó la levita y se la puso mientras avanzaba a la puerta principal. Abrió ésta con diligencia y la estampa que encontró le sorprendió. Estaba el autómata de servicio, viejo, vestido con una levita ajada, haciendo una leve reverencia y tras él una joven muchacha, pecosa, con el sudor perlado en su frente y con un recargado uniforme escolar de lana gris, con lazo rojo al cuello.
De la boca del autómata salio una tira de papel, con un texto en letras de imprenta minúsculas, el guardés lo tomó con cuidado y tiró de el para cortar el fragmento de la bobina. Lo leyó y con voz neutra y casi profesional anunció a un embudo de latón, "Su sobrina, la Señorita Tabatha Paxton, hija de su hermana Úrsula y su segundo marido, Richard Paxton, esta aquí"
El silencio se hizo, y no llegó respuesta por el tubo de comunicación. Para el guardés quedarse allí parado era de lo más normal, para el autómata seguir en la imitación de una genuflexión era parte de su programación, pero para la joven era algo de lo más violento.
El Doctor apareció en el recibidor, miro por encima del hombro del indio y guardando su pistola en la funda con lentitud y cierta preocupación pregunto- ¿Viajas sola? ¿Ha venido Úrsula?
La niña negó con la cabeza, entonces el guardés se hizo a un lado y permitió el paso de la joven dama seguida por el autómata de servicio.
-Eh, tú, ¿Eres Royce?- la voz del doctor parecía francamente sorprendida.
El autómata se paró en seco, con una pierna levantada en mitad de un paso, pivotó sobre la cadera, haciendo chirriar su mecanismo de relojería e hizo una nueva reverencia aun más profunda que la primera, después de modo cómico se incorporo y ejecutó una imitación de saludo militar, mientras de su boca salía un fragmento largo de la tira de papel.
El guardés arranco la tira de papel y leyó en alto, - "Sí, soy la unidad 1425F denominación popular Royce, pertenenciente a Úrsula Gilbert y Pancrace Gilbert, como dicta el párrafo 4 del testamento de James Gilbert".
-Después de tanto tiempo tu madre me devuelve a Royce- dijo con cierta alegría entremezclada de pesar en la voz del Doctor- El señor Pluma Ligera os asignará habitaciones, y os informará del funcionamiento de la casa- se quitó la pistolera del cinto y se la entregó a Pluma Ligera que la cogió con mano firme- Guarda esto- le dijo al criado, dirigiéndose en general, mientras consultaba su reloj, añadió.- Ahora tengo que ir al pueblo a hacer mis visitas, pero os veré para la comida.
Y con paso marcial, como desfilando al compás de un tambor que sólo el doctor podía oír, se quito el kepi, se puso la chaqueta y el bombín, tomó el maletín de médico y salió por puerta flanqueada por dos cañones de seis libras que apuntaban al camino.
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