Con motivo de el Día Internacional de los pueblos indígenas hemos preparado una convocatoria algo distinta, y esperamos que les guste.
La idea era escribir narraciones retrofuturistas en las que los pueblos indígenas o sus miembros tengan un papel protagónico.
Sin mas preámbulos les dejamos con los relatos participantes.
Tu sangre sabe a Xeringa
Seguramente uno de los mayores placeres de esta vida sea poder disfrutar de un buen whisky escocés en un lugar tan incómodo y apestoso como el río Amazonas. Cada tarde era mi placer diario en cubierta. Sentado en una cómoda silla reclinable de madera de caoba, protegido por la tela antimosquitos, y deleitándome con una buena pieza de música de mi gramófono, el mundo discurría alrededor pero yo me sentía flotando sobre él.
Nuestro navío, tenía más de cuarenta metros de eslora y era, seguramente, el más avanzado de su tiempo. Un Barco capaz de sumergirse en las oscuras aguas del río Amazonas y recorrer cientos de kilómetros sin ser descubierto. Impulsado por unas gigantes calderas de vapor que abastecían de energía a las potentes turbinas impulsoras.
Cualquiera que pudiera estar contemplando el avance de tan singular invento desde la orilla pensaría irremediablemente en una enorme bestia marina de la que huiría sin demora por miedo a ser devorado.
Desde la orilla Anohue contemplaba el gran río. El estruendo habitual de los pájaros en las dos orillas componían una maravillosa música que a él le encantaba escuchar . Ahora apenas había sonidos en el río. Sólo ese desconocido ruido monótono cada vez más audible, que denotaba el algo o alguien se acercaba hacia su territorio.
En su mente aparecían todavía recientes las imágenes de la noche anterior. Si hubiese conocido la fotografía o el cine, diría que estaban impresas como daguerrotipos en su retina. Pero no conocía estos avances de la técnica.
Como cada luna nueva, todos los habitantes de la aldea se reunían en torno al fuego. Toda la aldea, sentada en el suelo con las caras decoradas según la tradición esperaban expectantes su turno para beber el Xacta , la bebida de otro mundo. Esta bebida de sabor amargo, que le habría recordado al sabor del whisky de haberlo conocido, sólo podía ser preparada por el chamán y favorecía el entendimiento y la comunicación con sus ancestros.
Anohue miró con una mezcla de temor y emoción a los ojos enrojecidos del chamán. Era su turno. Cogió ceremoniosamente el cuenco con las dos manos y bebió un sorbo del brebaje. El sabor no era agradable. El chamán con los ojos fijos en él le conminó a beber más. Anohue obedeció, era un adulto. Cuando terminó pasó el cuenco al joven a su lado.
Siguió contemplando el fuego, oyendo la voz del chamán y los cantos del grupo. Pero todo comenzó a transformarse. Durante las siguientes horas se introdujo en el mundo mágico de sus ancestros y habló con ellos.
A la mañana siguiente el fuerte dolor de cabeza y la sensación de vacío y náuseas en su estómago, se mezclaban con la claridad de las imágenes en su memoria. Sabía lo que debía hacer. Como jefe de expedición, yo tenía muchas responsabilidades que atender a lo largo del día. Desde que comenzó la loca idea de Mr. Arthur los últimos meses de preparativos habían sido demasiado intensos para un hombre como yo amante de los placeres sosegados de la vida.
Mr. Arthur, un rico comerciante de la capital había conocido los trabajos de un loco científico americano llamado Goodyear. Este hombre había conseguido un método para transformar una sustancia extraída de los frutos de unos árboles de la selva, en un extraño fluido azul. La azulita contenía mil veces más energía que el carbón y con un proceso inventado por él denominado bluecanización , había conseguido que un motor como el que movía nuestro barco funcionase durante cinco meses con un sólo kilo de esa sustancia.
Realmente era un invento revolucionario que transformaría la locomoción para siempre y llevaría el
progreso a toda la humanidad. Y sí, porque negarlo, haría inmensamente rico al Mr. Arthur que le había comprado la patente por una cantidad irrisoria al pobre Goodyear.
Yo sólo esperaba obtener mi parte y retirarme el resto de mis días a una isla en el pacífico con una buena cantidad de dinero. El trabajo no era sencillo pero merecería la pena: Localizar en la selva estos árboles, asegurar la zona despejandola de los peligrosos salvajes y establecer una colonia para iniciar su explotación comercial.
Anohue se subió sin dificultad a uno de los gigantes árboles cercanos a la orilla. Desde su frondosa copa podría observar el gran río sin ser visto. Preparó su arco y extrajo una flecha de la funda que portaba en su espalda.
Saboree otro trago de aquel excelente whisky cuyo color, curiosamente, me recordaba a sus ojos. Realmente ella era la razón por la que me había convertido en aventurero de fortuna. Más bien, su ausencia. Tras su muerte por la tuberculosis algo en mi interior había cambiado. ¿Cómo era posible que hubiese muerto por una enfermedad como aquella? Meses después había sido casi erradicada con el descubrimiento de una planta encontrada en aquella misma selva. Aquel terrible lugar albergaba grandes tesoros para la ciencia y la técnica.
Cuando el zumbido llegó a su máximo volumen, apareció en mitad del río algo muy extraño. Era como un inmenso tronco tallado con extraña forma que expulsaba humo blanco por uno de sus extremos. La superficie de aquella cosa brillaba de forma mágica.
Anohue contuvo el miedo tal como le había enseñado en las largas jornadas de caza. Respiró hondo y observó detenidamente a su presa. Sobre la superficie del monstruo, había un hombre sentado con una enorme barba que se llevaba a la boca un pequeño cuenco transparente.
Era exactamente el rostro que había visto durante la conversación con los ancestros. Ellos le enseñaron las terribles desgracias que esperaban a su pueblo por culpa de ese hombre. Sabía lo que tenía que hacer. Tensó su arco al máximo y apuntó con la flecha envenenada exactamente al cuello de su presa. Estaba muy lejos pero no podía fallar. Soltó lentamente el aire de su pecho y la flecha salió silbando directamente al cuello de su presa que quedó silenciosa e inmóvil con un reguero de sangre que tiñó de rojo su blanca camisa de lino.
Anohúe sonrió. Lo había conseguido. Sus ancestros estarían orgullosos de él. Quizá algún día sería elegido jefe de la tribu. A su lado, en la rama un racimo de frutos azules llamó su atención. Cogió uno y lo saboreó despacio.
Mr. M. Lancho
SteamTikiPunk
Lady Sylvia siempre se había salido con la suya, ya fuera por ser más intrigante que una alcahueta o por ser más astuta que un zorro. Gracias a sus intrigas había conocido a muchos de los más importantes hijos del imperio, y gracias a ese falso sentimiento patriótico se había colocado a sus lado con sus demenciales sombreros, y estos la habían favorecido, en parte para quitársela de encima, en parte por gratitud inmerecida, pero fuera como fuese Lady Sylvia, siempre se salía con la suya.
Había conseguido embarcarse en el Dirigible, La Imprudencia de Sofí, a base de reclamar favores, hacer favores, mentir y engañar, vestía ropajes claros, útiles para para visitar las islas del Pacífico, aunque con corte señorial, bastante inapropiado para los trabajos de campo en los que teórica estaba especializada, en la pechera de su chaqueta colgaban una veintena de medallas, de las cuales pocas de ellas eran reconocibles y ninguna era de su propiedad legítima, aunque ella podía inventar historias plausibles para todas ellas.
Llevaba dos semanas la expedición en marcha y tenía por objeto analizar unas islas del pacífico central de las que los Nativos guardaban celosamente sus secretos, nunca habían dejado a los barcos desembarcar y cuando los hombres de James Cook lo había hecho habían repelido a los exploradores con inusitada violencia. Aquellas islas respondian al nombre de Hawai. La tormenta se formó sobre el dirigible con inusitada violencia y descargó lluvia, envolvió con negra niebla y finalmente la explosión eléctrica de innumerables descargas de las furios nueves derribó el dirigible cerca de la costa septentrional de una de las más grandes islas del archipiélago.
Cuando Lady Sylvia despertó se encontraba desacostumbradamente cómoda y seca, y para su asombro no era el deslumbrante sol de la mañana sobre la arena de una playa la que lo despertó sino un agradable olor a sopa de pescado recién hecha, a su alrededor se extendía una estructura de madera, que cuando consiguió enfocar sus ojos y encontró a tientas sus, tan solo algo maltrechas, gafas, pudo reconocer como una cabaña de madera, fresca y seca, su baúl abierto y volcado se encontraba cerca de ella, y no parecía haber sufrido gran estropicio, un hombre de enorme envergadura y perímetro, cuya barriga colosal se encontraba desnuda sobre un faldón de fibras vegetales examinaba algo del baúl con curiosidad, y con enorme cuidado.
Tomó una hoja de papel y grafito y anotó el contenido del baúl objeto por objeto, Aukai aguzo el oído, por fin su involuntaria inquilina había despertado, con rapidez tremenda para su enorme cuerpo, saltó hasta ponerse de pie junto a su lanza y demás objetos personales, viendo que la frágil y aparentementemente anciana mujer no hacía ademán de reaccionar se puso su máscara de madera, la máscara cubría todo el rostro, y subía por encima de su cabeza, por la enorme boca de la máscara se podía contemplar buena parte del rostro y los ojos de Aukai.
Un segundo hombre, más pequeño, encorvado y anciano, ataviado con una máscara semejante pero indudablemente diferente llegó con un cuenco de Sopa en la mano, paso entre el brazo de Aukai y el quicio de la puerta, un hueco realmente miserable, con tremenda soltura y entregó a la recién despertada Dama el cuenco, mientras con manos delgadas, largas y huesudas examinaba el rostro, los dientes los brazos y la parte del cuerpo que quedaban visibles, mientras la dama se debatía en un equilibrio difícil entre mantener la dignidad y taparse todo lo posible de su cuerpo con ese lienzo que cubría su desnudez y mantener el cuenco de sopa en las manos sin derramar su líquido.
Soy una hija del imperio- grito de manera colérica- mientras propinaba un puntapié al hombrecillo que examinaba sus pies, y sus uñas como si estuviera examinando su fisonomía, el pie golpeó contra la máscara de madera y empujó al anciano, que pivotando sobre su pierna derecha sujeto la rodilla y la inmovilizó con un gesto rápido la arrebató la sopa y airado y con paso rápido abandonó la estancia y arrojó el cuenco de sopa contra la vegetación exterior.
Ukai se acercó con paso seguro, mientras hacía crujir sus puños, llegado hasta el pie de la cama sacó a la desnuda arrastras de la casa, tan solo necesitaba una mano y su enorme fuerza para agarrarla del tobillo y tirar de ella como si de un fardo de ropa sucia se tratara.
Lady Sylvia se sentia vejada, en el centro de un pueblo rodeado de incultos Nativos con terroríficas máscaras y cuerpos semidesnudos e impúdicos, vio a niños y niñas desnudos, tan solo con las máscaras correteando y jugando a lanzarse barro, uno de ellos se coló entre circulo humano que ahora la rodeaba y la pinchó con un palo largo y afilado, que imitaba las lanzas de los adultos, una gota escarlata emano de su muslo, blando, delgado, pálido y cargado de varices.
Los Nativos se hicieron en silencio, El anciano de los dedos largos fue el primero en hablar, Lady Sylvia apenas entendía el dialecto de estos nativos, aunque entendió varias de las palabras que estos pronunciaban, muchas veces decían “Mujer bandera” Lo que ella entendió que significaba hija del imperio, otras veces decían, “Enviar con Pele” lo que ella entendió rápidamente, más por los gestos y las manos que se santiguaban y señalaban el volcán, como vamos a sacrificarla en el volcán, La discusión acabó, y la permitieron entrar en la tienda y vestirse, estaba segura de poder razonar con el anciano de la máscara horrenda, y los dedos largos, o con su carcelero.
Se dio cuenta con el paso de los dias que no era exactamente una presa tenía libertad para moverse, y la mayor parte de sus objetos estaban en su baúl, así que no tardó en vestirse y empezar a investigar la isla, documentar el comportamiento de los nativos y hacer descubrimientos, aunque no sin miedo, pues se sabía vigilada, por ello cargó su derringer con sigo, aunque si lo hubiera examinado detenidamente se habría dado cuenta de que este había sido inutilizado.
No tardó en descubrir que buena parte de los isleños se dedicaban a apaciguar a la diosa Pele y recoger sus dádivas, la sorprendió ver conductos de piedra por los que la lava del volcán corria rapidamente para llegar a recipientes de barro donde eran solidificados con agua para hacer ladrillos. Más allá había unos baños de agua calientes iluminados por luz de gas, y con aguas de diferentes temperaturas y la sorprendió ver como los nativos la regulan con extraños mecanismos, accionados con gruesos bastones, enormes que surcaban la pared con el regulaba el caudal de agua y lava, y que ha decir verdad hacían de aquel lugar un maravilloso Spa, y esta solo era una pequeña parte de lo que vio, pues cuando se acercó lo que la pareció ver como el segundo de los Dirigibles de la expedición, el encargado de los suministros, que tenía que encontrarse con el principal cada cuatro semanas, los Nativos corrieron a reunirse, con sistemas inimaginados por Lady Sylvia determinaron el peligro, mediante catalejos y análisis mediante una enorme máquina que usaba la lava del volcán como energía, el escuálido anciano de los dedos largos parecía ser el operario de dicha máquina y tras girar ruedas, pulsar botones y hacer cabriolas para mover las palancas, de el interior del volcán brotó un enorme humo, que fue rápidamente seguido de nubes de lluvia que envolvieron a la nao voladora, y la tormenta se cebó con ella haciéndola caer.
Los Nativos se hicieron a la mar, en parte a Saquear, y en parte a asegurar la muerte de los tripulantes y en ese momento Lady Sylvia tuvo una clara epifanía, su nave no habia naufragado, había sido atacada por aquellos nativos.
Su visión sobre los nativos cambio, por un lado admirab su tecnología, en apariencia rudimentaria, pero tremenda y maravillosa, ahora les tenía envidia y miedo, así que cuando el Anciano, Apela, con sus dedos largos, apoyado en aquel bastón que era una herramienta y no signo de debilidad y el inmenso Aukai llegaron hasta ella intentó convencerlos.
Soy importante para los mios, muchos vendrán a buscarme, y si podeis hundir sus barcos y derribar sus naves pero no podéis hacerlo por siempre...
Aukay y Apela se miraron a través de las máscaras, Apela, el anciano, se plantó delante de la desesperada Lady Sylvia y señaló con un brazo hacia el mar y con otro hacia al volcán, mientras vomitaba palabras de enorme sonoridad amplificadas por la máscara.
Tan solo dejadme volved a casa, Soy una hija del imperio, decía entre sollozos y llantos, El viajo Apela bajo el brazo que señalaba al volcán y con gesto de resignación se marchó con zancada ágil.
Aukay la miró con gesto de resignación, la lluvia empezó a caer con violencia, y ante su sorpresa no pudo evitar el puño que el enorme Nativo arrojó contra sus costillas dejándola sin aire.
Despertó, estaba en un barco o más bien en una balsa, vio junto a ella su baúl y delante de ella la bandera británica, y un puerto desconocido, Aukay estaba en un catamarán junto a ella, viro el catamaran, y empezó a alejarse, antes de alejarse del todo grito aloha, y con un arma semejante a una pistola la disparó.
Lady silvia callo de rodillas se aferró al baul y se asombró de no estar muerta, unos minutos después se incorporo y sin saber por que estaba alegre, sin preocupaciones, sabía mucho sobre los Nativos y lo contaría todo y con ello se ganaría el favor de las autoridades, pero segun su balsa se acercaba al puerto estaba todo más borroso, un barco salió a su encuentro, y la subieron, el capitán la miró de arriba abajo.
Quien es usted? Preguntó con tono inquisitivo, ¿De donde viene? Continuo el capitan.
Vera Joven soy Lady Shhh… La verdad es que ahora no me acuerdo de quien soy, pero vengo de… Habia un Dirigible y una Isla y gente…, solo se que me muero por una tazita de Té.
Mikel V. Gómez
Tzioma
Pitochachi se consideraba una persona que había nacido desprovisto de “tzioma”, palabra que usaba el pueblo amazón para referirse a la suerte.
No solo había nacido hombre en una cultura violentamente matriarcal, sino que además había venido al mundo provisto de un miembro masculino excepcionalmente grande. Eso era algo imposible de ocultar en un pueblo que debido a su cálido clima nunca usaba ropa.
Desde niño las mujeres le señalaban la entrepierna, haciendo burlas sobre su agresiva masculinidad, su enorme ariete y su báculo de tormento a la amazona. Él no paraba de repetir a las mujeres de la tribu que se acercaban a él que sus ojos estaban más arriba, pero ellas nunca tuvieron la deferencia de elevar la vista más allá de su ombligo.
El pueblo amazón tenía la costumbre de sacrificar en un altar a los hombres jóvenes. Un rito en honor a la diosa Mantis que se celebraba cada 28 soles, a la luz de la luna llena. El ritual consistía en arrancar los testículos del indigno hombre después de que este experimentara su primera erección. Esto era algo que se consideraba un insulto a las mujeres de la tribu por parte del sexo débil. Ser señaladas por ese miembro que conspiraba para apuñalarlas era algo que debía castigarse de forma inmediata antes de que aquella txaca, palabra que se puede traducir como “serpiente elevándose hacia el cielo de forma impertinente” perpetrara su crimen. Un ritual de castidad forzada y castración institucionalizada que había pasado de madres a hijas durante una generación tras otra.
Cuando a Pitochachi empezó a salirle vello en la cara y comenzó a cometer el pecado capital de observar los pechos de las mujeres, sabía que pronto llegaría su hora. Intentó postergar el momento dándose baños en la helada catarata del encogimiento, pero no hubo manera de contener aquella enorme cosa. Algo que acabó haciéndose público durante una cena en la que, como le correspondía por su condición de hombre, servía a las mujeres su alimento mientras ellas se entretenían contemplando una sinuosa danza de dos mujeres a la luz del fuego. Ellas ejercían su derecho a danzar desnudas. Lo que no era legítimo fue la irrupción en el acto de aquella enorme cosa volcando de un golpetazo la bandeja con viandas que portaba el desdichado Pitochachi. La presencia de aquella palpitante masculinidad en un acto que excluía a todo hombre que no estuviera ejerciendo la servidumbre sobrepasaba el concepto tribal de tabú.
Las mujeres gritaban, espantadas e indignadas por aquel abyecto crimen seminal. Señalaban horrorizadas aquellos enormes bajos y corrían en busca de sus machetes. Pitochachi huyó despavorido a esconderse en su modesta cabaña con la esperanza de que nadie fuera a buscarle. Después de todo, ninguna de ellas le había mirado la cara. Sin embargo la falta de tzioma del reo volvió a hacerse patente y pronto fue apresado. Ninguna de ellas necesitó la descripción de los rasgos de su cara para saber quien había cometido aquel crimen.
Su sacrificio se puso el primero de la lista para el siguiente ritual en honor a la diosa Mantis. La propia Pentesilea sería quien lo llevaría a cabo. La reina de las amazonas era especialmente cruel a la hora de llevar a cabo el sacrificio si el miembro del ejecutado reaccionaba cuando las suaves manos de la voluptuosa y atractiva reina lo sujetaban con delicadeza. Algo que sucedía habitualmente y que las amazonas consideraban un flagrante, abyecto y desesperado acto de desobediencia civil y rebelión machista.
Pitochachi se encogió en una esquina de su celda hecha con cañas de bambú. Contemplando angustiado las fases cada vez más crecientes de la luna en el cielo nocturno. Deprimido ante la imposibilidad de romper aquellos barrotes de bambú que le privaban de su libertad debido a su condición de sexo débil.
La noche del sacrificio llegó más pronto que tarde. El reo fue conducido hacia el altar apresuradamente, deseando que se hiciera justicia cuanto antes. Pitochachi subió acongojado los peldaños de la enorme pirámide de piedra empujado por unas afiladas lanzas que le pinchaban la espalda. Elevó la mirada hacia lo que le esperaba, y pudo ver a la reina Pentesilea esperándole ante el altar, cuchillo en mano dispuesta a castrarle. Pero no fue eso lo que llamó su atención. A espaldas de la reina, y levitando en el cielo nocturno se encontraba una gigantesca maravilla que ninguna de las amazonas había visto jamás. Una enorme barcaza, parecida a las que usaban los pescadores para hacerse al mar se recortaba contra la luna llena. Sobre ella, una enorme barriga blanca hecha de un tejido blanco mantenía al ingenio flotando en el aire.
Aquella maravilla maniobró en el cielo con soltura, yendo a tomar tierra en la cancha del juego de pelota situada al lado de la pirámide. Todas las amazonas corrieron allí para rendir pleitesía, pues no les cabía duda de que se trataba del vehículo de la diosa Mantis, que había bajado de los cielos para honrarlas. Pitochachi y el resto de los hombres que iban a ser sacrificados las siguieron.
De aquella maravillosa barcaza voladora bajaron mujeres ataviadas con ropajes nunca vistos por la tribu, más teniendo en cuenta que la tribu no se vestía nunca. Piezas de cuero endurecido cubrían su torso, y telas amplias y ornamentadas con esmero tapaban sus piernas. Sus pies los cubrían con unas extrañas piezas de cueroacabados en unos aguijones que perforaban el suelo de la cancha.
Todos se postraron ante ellas, adorándolas como diosas. Aquellas extrañas mujeres tomaron la palabra y ordenaron a los presentes que se levantaran. Los saludos y los obsequios iniciales fueron intercambiados en un acto de acercamiento entre diosas y mujeres en aras de un mayor entendimiento entre ambas partes.
Todo iba bien hasta que Pitochachi se acercó a las deidades para pedir clemencia por sus testículos. Estas se espantaron ante la desnudez del hombre, y empezaron a soliviantarse acusándole de violar su espacio vital, de agredir su vista haciendo ostentación gonadal y tachándole de claro ejemplo de opresor falocrático. Pitochachi no entendió ninguna de aquellas palabras, pero no le sonaron nada bien.
Pronto todas aquellas mujeres se dirigieron al pueblo con el fin de organizar una fiesta que conmemorara ese excepcional encuentro, y se olvidaron de Pitochachi. Este aprovechó la ocasión para huir en dirección opuesta. Se adentró en el bosque y no paró de correr hasta que sus piernas dejaron de poder sostenerle. Puede que no fuera capaz de encontrar un lugar que le trajera mejor tzioma, pero sí sabía que la distancia recorrida le permitiría conservar los huevos.
Antonio Torrico
El pueblo de hielo
El trineo acarreado por perros, más conocido como qamutik, se deslizaba a gran velocidad por la superficie blanca. Los canes corrían con la lengua fuera y la nieve apenas caía en forma de pequeños pompones. Mientras el auriga se relajaba sabiendo que estaba ya en territorio conocido, su acompañante se arrebujó en su abrigo y se caló el sombrero hasta la nariz. Hizo amago de sacar los binoculares, pero tenía las manos entumecidas.
Entonces, el otro hombre le señaló un punto en el horizonte. A lo lejos, semiocultas por la niebla, se alzaban níveas torres terminadas en punta. Casi habían llegado. Los animales aceleraron su carrera con ganas de llegar a casa. Poco a poco, la neblina se fue disipando y dejó a plena vista un poblado de iglúes bajos y redondos.
Habían llegado al campamento de los inuit. El conductor saludó a su paso a varios vecinos que le devolvieron con unos gestos que Robert Guile no había visto nunca. Asombrado por la belleza y magnificencia del entorno, se dejó llevar al interior de una de las dos torres. Dentro bullía la actividad. Hombres y mujeres se afanaban con tablillas estampadas escaleras arriba y abajo, entrando y saliendo de los balcones como esperando algo. El conductor le explicó al periodista que desde aquellos lugares se vigilaban y controlaban a las máquinas. Guile asentía en silencio. El guía le condujo a una sala contigua donde le mostró orgulloso a los mejores ayudantes y servidores de los que disponían los inuit: autómatas.
El joven había conocido seres de metal de muchas formas y equipados con diversos objetos, mas aquellos diferían absolutamente del resto: eran entes bajos, no superaban el metro cincuenta (algo más pequeños que los habitantes, que apenas les sacaban una cabeza); rechonchos y con un cuerpo ovalado; sus brazos, extensibles, se recogían pegados al metal gris claro en una bola y se desplazaban sobre una única cuchilla a modo de patín. Lo que más llamaba la atención era su cabeza que, en sintonía con el cuerpo, recordaba a un muñeco de nieve. Sus dos ojos eran azules y brillantes como el agua y, apagados, quedaban como dos piedras huecas. Por último, sobre su semblante se perfilaban distintos diseños en tonos suaves. Cuando pregunté a qué aludían aquellos tatuajes, el inuit respondió que definían la función y el nombre del ser. Este, en concreto, se llamaba Siku-Qasertoq Innaq (hielo-gris –común a todos los autómatas- y escalador). A ellos se refería, en general, como “ironuit” (seres de metal). El hombre le explicó que, para los inuit; los ironuit, los animales y todo organismo viviente tenían un alma que, al morir o sacrificar, moraría en su propio mundo no terrenal. Guile pensó que eran tratados de manera muy distinta a otros autómatas.
Desde lo alto del edificio de hielo se divisaban las máquinas que, gracias a la fuerza de ventiscas y del viento, excavaban oquedades en el suelo para poder pescar. De esta ingeniosa manera los inuits se abastecían. Poco después se acercó al periodista una anciana a lomos de un manso y gigantesco caribú. Este, boquiabierto por los increíbles avances del pueblo nómada, atendía ojiplático a las palabras de la mujer. Esta le enseñó cómo los inuits y los ironuits trabajaban juntos esculpiendo figuras en estealita. Los primeros eran los mentores de los segundos, quienes hacían parpadear sus luces azules como asintiendo.
Desplazándose con mucha lentitud, una procesión de chamanes escoltada por dos autómatas a modo de monaguillos presentaba ofrendas y sus respetos a Kaila, el dios del cielo. Intrigado, Guile inquirió a la señora, que se cubrió con su amauti (anorak con capucha) si de verdad seguían creyendo en aquellos dioses. Ella, sonriente, alegó que; sin la fuerza celeste era imposible que los ironuit se movieran, aunque su combustible se basaba en rocas de hielo, suficientemente abundantes.
Con una sensación de tranquilidad en el cuerpo, Robert Guile decidió que ya era hora de volver a sus menos frías tierras. No sin antes guardar el secreto de aquella sociedad tranquila para que los occidentales no la mancillaran. Era probable que en pocos años llegaran tropas ansiosas de conquista, aunque al menos había tenido tiempo para avisarlos con el fin de que se internaran aún más en el Ártico.
Subió al qamutik alegre, y la última imagen que tendría del lugar sería la estampa de unos cazadores despedazando una foca. Con náuseas, dirigió su mirada a la chiquitita escultura que guardaba en su mochila y que tenía la forma de un detallado caribú.
Angela Ramos
Diario de Larkin Lärsøn.
Malaysia. 1865
15 de Febrero, 10:00h (hora de Malaysia):
Después de semanas de viaje hemos llegado a Malaysia. Unos caballos no esperan en puerto para dirigirnos hacia Sarawak en busca de la tribu autóctona de los Penan. El capitán Dubhghaill y la señorita Bissette vendrán en mi busca en un mes. Una hora más tarde, cuando los caballos hayan sido cargados con el equipaje partiremos. Mientras dedicaré el tiempo en conocer a los habitantes de tan extraño lugar.
16 de Febrero. 09:00h (hora de Malaysia):
El camino ha sido agotador en el día de ayer. Anduvimos 8 horas por selvas con tanta vegetación que llegaban a dar la sensación de que en ese lugar no hubiera ni siquiera aire. Paramos al atardecer, los guías dicen que es peligroso andar a oscuras por la selva ya que cualquiera podríamos desaparecer y no volver nunca más. Acampamos en un pequeño claro junto a un río. La noche fue tranquila, ninguna bestia se acercó a la tienda, eso sí, el ruido de la selva podía llegar a desquiciar en algunos momentos. Hoy recorreremos unos 12 kilómetros , esta vez sin la ayuda de los caballos ya que el camino les resultará imposible pues habrá arenas movedizas, extremada vegetación y podríamos perderlos por el camino así que hemos acordado dejarlos al cuidado de uno de los guías que los llevará de vuelta y que volverá en 29 días a por nosotros a este mismo lugar.
17 de febrero. 20:00h (hora de Malaysia):
Ayer por fin dimos con el poblado a última hora del día. Fuimos recibidos casi como héroes. El jefe “Mailako” nos presentó a su familia. Gracias a los guías que nos acompañan en toda la expedición podemos entendernos con esta gente ya que ninguno conocemos la lengua del otro. Fuimos invitados a una gran cena compuesta principalmente de fruta aunque había algún pescado para saborear y después todos nos sentamos en una hoguera a disfrutar de unas danzas realizadas por las mujeres más jóvenes de la tribu mientras intercambiamos historias de nuestros respectivos mundos.
18 de Febrero. 20:57h.
Hoy ha sido un día muy instructivo. Mailako y Tinkhu, el que parece ser el guía espiritual o chamán de los Penan marcharon en un pequeño viaje hacia un lugar donde veneran a una especie de deidad, Tying-Bak. En este viaje fueron a pedir por sus muertos y llegaron con gran alegría, Tying-Bak les había concedido llevarnos ante su presencia. Mientras nosotros disfrutamos de un día de costumbres Penan. Fuimos con Shin-kai, el hijo del jefe, a cazar jabalí para el banquete de la noche. Es increíble como caza esta gente. Utilizan unas cerbatanas hechas con hueso y madera y lanzan unas púas de látex envenenadas con una increíble precisión.
19 de Febrero. 19:38h ( hora de Malaysia):
Creo que hoy hemos conseguido que los Penan nos respeten más si cabe. Hemos pasado el día ayudándoles en las cosas más cotidianas como sería llevar agua desde el río hasta el poblado o recolectar fruta para la comida.
Mailako nos ha dicho que se siente muy feliz de tenernos con ellos y de que aceptemos su cultura y como premio nos van a convertir simbólicamente en parte de la tribu.
20 de Febrero. 23:15 ( hora de Malaysia):
Hoy ha sido un día muy importante tanto para la tribu como para nosotros mismos. Después de una larga mañana de preparativos todos estábamos listos para el acontecimiento. Hoy pasaremos a ser parte de los Penan, al menos simbólicamente. A eso de las 16:00h de la tarde algunos de los guerreros fueron a buscarnos a nuestra choza. Cabe decir que el rito al que nos enfrentamos era para convertirnos en parte de los guerreros de la aldea. Nos hicieron quitarnos toda la ropa y no dieron unos calzones hechos con hojas de algunos árboles tropicales y forrados por dentro con algún tipo de piel. Una vez ataviados apareció Tinkhu con una vestimentas muy estrafalaria formadas por pieles y muchos huesos de diferentes tipos de animales. Portaba un cuenco con una pasta de color negra y que pronto comenzó a frotar por nuestro rostro dibujando formas con algún tipo de significado para los Penan. Al acabar salimos de la choza escoltados por los guerreros y las mujeres nos esperaban para colocarnos unos tocados hechos con plumas y flores. Seguimos andando dirección al río. Una vez allí Mailako nos esperaba con otro cueco. Pasó delante de cada uno metió los dedos en el cuenco y los llevó a nuestra boca para que tragáramos la pasta. En cuestión de segundos todo se volvió una pesadilla en mi cabeza. Solo era capaz de ver engranajes que volaban de un lado otro y que parecían intentar matarme. De pronto desperté al sentir el frío y húmedo tacto del agua. Al abrir los ojos unos brazos me sacaron del agua. Estaba confundido pero Mailako parecía muy feliz. Una vez acabado nos dirigimos a una parte de la selva que no conocíamos. Nuestro guía me explicó que nos llevaban al lugar donde habitaba Tinkhu para la parte final del ritual. Cual fue mi asombro al llegar que estuve a punto de desmayarme. La choza del guía espiritual estaba construida a base de planchas de metal y adornada con todo tipo de engranajes, tuercas y tornillos que colgaban de hilos por cualquier lado al que mirabas.
Todos fuimos colocados en fila rodeando la hoguera que había en el centro y Tinkhu nos marcó la piel con un hierro en forma de engranaje al rojo vivo. Todos comenzaron a cantar y bailar. Ya éramos parte de los Penan. No sabe Hluot-wig lo que me acuerdo de él esta noche y de las historias que compartimos sobre los rituales nórdicos de antaño. Esto le hubiera encantado.
21 de Febrero. 19:54 ( Hora de Malaysia)
Hoy hemos conocido por fin al Tying-bak. De hecho no se como explicarlo. Acompaño un pequeño dibujo que lo explica, aún quedan restos de la guerra de los gigantes de metal. Solo espero recopilar toda la información posible en los días que me quedan aquí.
Sito Ramos
STEAMPUNK EN LA VIDA DE LOS MASAIS
¿QUE SERÍA DE LOS MASAIS SIN EL STEAMPUNK? Nada.
Se habrían ido a zonas más verdes.
...
El steampunk se originó en África, concretamente en lo que es ahora Kenia, donde viven los masais. pero, para nuestra desgracia, desapareció. Y sus historias quedaron olvidadas o tergiversadas en mitos por los desconocidos.
Nada más lejos de la verdad.
Los autómatas masais estaban hechos de piedra y alabastro, de ceniza y barro. Eran los primeros robots en la historia. Y duraban. Algunos duraron 4 siglos. Pero la mayoría se deshicieron con el paso del tiempo y la perdida del uso en las labores que traían los extranjeros blancos.
Los masais crearon autenticas obras de arte. No solo robots que les ayudaron a sobrevivir en el desierto, sino bellísimos barcos voladores que les llevaban por zonas lejanas y de las que traían obras de arte en forma de telas, pipas de fumar y sillas adornadas lujosamente.
Las actuales ropas que llevan los masais, con ese rojo tan colorido, es un recordatorio de los tonos ocres, marrones y bronces de la época dorada de su pueblo, pero lo toman como una oportunidad para mejorar y como un recuerdo feliz de una buena época.
Los adornos que lucían antaño enloquecerían hasta al más pintado. Sus pendientes, collares y piercings lucían de un modo bronce. Pulían el bronce y lo manejaban como si fuese plastilina. Los adornos actuales tienden más al colorido.
No hablemos de sus platos y tazas que se autoservían comida en cuanto veían que se vaciaba el plato, o de las persianas giratorias que subían o bajaban según la intensidad del sol o las ventanas que se abrían o cerraban según el calor o las ordenes de los habitantes de las casas.
La época steampunk en los masais existió, muestra de ello es la perseverancia de un pueblo en una tierra hostil. ¿Cómo habrían podido sobrevivir si no es con un autómata detector de agua y que te la lleve a casa?
Marina González
LA DAMA DEL NEGRO AUGURIO
Los “piel blanca” me llaman Dama Cuervo cuando los tengo de frente y la Dama del Negro Augurio a mis espaldas. Incluso me dedicaron una canción infantil, tal vez una plegaria… No es de extrañar que me teman y me invoquen: pues soy de las pocas personas que luchan contra los oscuros temores que asolan la noche.
Mi origen se desconoce: mi madre se ausentó un largo tiempo sin explicación y volvió a su unaiyate (tribu) en avanzado estado de gestación. En un silencio absoluto, pasó el último mes entre los suyos intentando seguir a duras penas el ritmo del grupo. Falleció durante mi alumbramiento y la identidad de mi padre quedó para siempre oculta. Nunca la reveló mi madre en vida ni en espíritu. Sin embargo algo se hizo patente de inmediato: mi progenitor no era indio.
Sin madre, de padre wasicu (perro ladrón, denominación lakota para los blancos), mi destino podría haber sido incierto pero se me acogió en la unaiyate como alguien de valía. Pronto se pronunciaron en mí muchos aspectos duales y complejos: ni masculina ni totalmente femenina, ni lakota ni blanca, ni espiritual ni terrena… No obstante el “Hombre medicina” intuyó que iba a ser un individuo señalado frente a los cambios que estarían por llegar. Y en honor a ese cambio y a mi naturaleza entre lo femenino y lo masculino, recibí mi apodo singular “Ala de Cuervo”: no apto para un guerreo y tampoco apto para una india corriente.
El cuervo como animal totémico es la criatura de las metamorfosis, los cambios y la transformación. Portador de la magia y mensajero del “Gran espíriu Wakan Tanka”, guardián de los secretos y puerta abierta a los pensamientos ocultos…
Y así me dejaron aprender todas las tradiciones, rituales, trabajos y conocimientos de todos los miembros de la tribu; del Chaman, de las mujeres jóvenes y ancianas, de los cazadores y de los guerreros… Hablé el idioma de los ancestros de mi madre y el de los de mi padre, convirtiéndome en iyeska (aquel que habla blanco/mestizo). Aprendí las leyendas de la tribu de mi madre y los mitos bíblicos de los blancos.
A partir de 1850 los colonos wasicu empezaron a cercar y constreñir más y más a mi clan de adopción. Para 1880 la mayor parte de las tierras de las tribus lakotas eran un hervidero de cazadores, buscadores de oro, diligencias, el ferrocarril de Colinas Negras… Fue en este momento cuando empezaron los acontecimientos más oscuros, las matanzas y los enfrentamientos y los problemas sobrenaturales, al principio a pequeña escala y después a niveles nunca vistos.
Para cuando comenzaron a sucederse yo ya me hallaba afincada entre los blancos. Los Lakotas que me criaron tuvieron que volverse sedentarios por la falta de caza, debido al exterminio de búfalos por los cazadores blancos. Esa vida tan atada a las tradiciones, sin la vida nómada, me hacía sentir enclaustrada y marcaba aún más el mestizaje de mi origen. Así que monté mi caballo hasta un poblado dónde se asentaba un “Hombre medicina blanco” respetado por todos, indios y wasicus. Sorprendentemente convencí al buen doctor de que podría ser una buena ayudante y me propuse aprender los avances técnicos médicos de los “piel blanca” para complementarlos con mis conocimientos en herboristería sagrada lakota.
Los blancos tienen una riqueza científica y tecnológica que mezcla la destrucción y la regeneración. Y a pesar de arrasar la naturaleza sin ninguna consideración, tal vez porque no la sienten suya, también trajeron consigo algunos grandes ingenios y a nuestros fieles compañeros los caballos.
Las Grandes Naciones Sioux defendieron como versión oficial de lo acontecido que la destrucción por los blancos de algunos de los enclaves sagrados había despertado a los oscuros espíritus de la guerra y había convertido en vengativos a los entes que representaban a los animales totémicos de las tribus nativas. Pero lo cierto es que en el advenimiento de los seres oscuros no fueron ajenos los hijos del Gran Espíritu.
Poco antes de las grandes matanzas se convocó a todos los “Hombres medicina” de las unaiyates dakotas, nakotas y lakotas para hacer un ritual de protección, así como a los que teníamos menos poder pero cierta relevancia en el conocimiento de los ceremoniales espirituales. Los chamanes “amigos” debían ir acompañados por sus “cristales del alma”: unas cristalizaciones minerales que emitían la luz del Gran Espíritu durante ciertos rituales y que casi todos los nativos empleaban como talismanes. Yo no acudí a la cita, pero los cristales que poseía y los de otros indígenas empezaron a irradiar con mayor frecuencia a partir de ese momento.
Esta luminosidad llamó la atención del hombre blanco que enseguida se dispuso a examinar las posibilidades del uso de dicha radiación para sus máquinas. Y pronto la búsqueda del oro dejó de tener importancia. A partir de entonces lo que se buscaba en las vetas y los ríos eran los “cristales del alma”. Estos se llevaron allende los mares y su energía se expandió dando a conocer que en los otros continentes también existían. La fiebre por las cristalizaciones luminosas y sus aplicaciones tecnológicas como energía, sin combustión ni residuos, se dispararon en todas las partes del globo.
Si me preguntáis mi versión de cómo y porqué se les abrió la puerta a los ángeles caídos y demonios o espíritus oscuros y totémicos vengativos… pues creo que tiene mucho que ver con la activación de los cristales por los chamanes. Pero también por el aporte extra de sufrimiento y el derramamiento de sangre provocado en las grandes matanzas que fueron efecto de la ruptura de tratados entre los blancos y las Naciones Sioux… Por eso las fuerzas oscuras son como yo: mestizas. Y por eso castigan a ambos bandos por igual. En realidad esto nadie lo sabe a ciencia cierta, pero yo lo intuyo. Porque sólo los que empleamos ambas tradiciones, como mi compañero y yo, somos efectivos en la lucha.
¿Cómo conocí a mi compañero?… ¡esa ya es otra historia!
Ariadna Hernández Pablos
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