La mejor compra de mi vida
por Prof. Cecily Cogsworth
30 Octubre
Querido diario-
De todas las máquinas de tiempo en el mercado actual, creo que el Pathfinder Chronos VII se ajusta más a mi idea del regalo perfecto para Jack.
¡Y llegó esta mañana! Justo para nuestro aniversario, que es mañana.
1 Noviembre
Querido diario-
Todo salió exactamente como yo había calculado. - ¡Ni un contratiempo, ni uno!
No me costó esfuerzo alguno convencer a mi esposo a celebrar este día tan especial con un viaje en el tiempo para ver el estreno de La Tempestad, su obra favorita de Shakespeare, en Hallowe’en de 1611.
Tuvimos que vestirnos de alta alcurnia para mezclar con el ambiente cortesano del palacio de Whitehall. Luego, como era costumbre en aquella época, nos pusimos máscaras para tomar algo en el ambiente tosco de Fleet Street. Durante el paseo de poco más de una milla hasta Fleet Street, paramos bastante veces- Jack quería probar la cerveza en cada taberna en el camino.
Y claro, eso calzaba perfectamente con mis planes.
Por fin estaba tan borracho que pidió parar un momento para orinar en un callejón sin salida, maloliente y llena de mugre. Era el trabajo de un momento darle un golpe en la nuca con un calcetín lleno de arena que llevaba bajo del verdugo, arrastrarle hasta el fondo del callejón y dejarlo como un festín futurista para las manadas de cerdos que vagaban las calles londinenses en busca de alimentos.
Los puercos ávidos tardaban poco tiempo en encontrarle y poco tiempo duraban las súplicas y aullidos agónicos de mi esposo.
A la vuelta, arreglé unos trámites y ahora me dispongo a disfrutar las posibilidades que me brinda la mejor compra de mi vida, el Pathfinder Chronos VII.
Por salvar al mundo
Por Déborah F. Muñoz
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Ajusto los últimos engranajes y enciendo el carbón: estoy convencida de que, esta vez, mi máquina del tiempo funcionará. Según empieza a sisear el vapor, nivelo las palancas y las bujías, hasta que la presión es suficiente y noto cómo se activa. No obstante, cuando estoy a punto de insertar la fecha a la que quiero viajar, una mano me detiene.
Me giro para encontrarme a una copia exacta de mí misma, incluso lleva mi traje de trabajo y mis gafas especiales. Sería como mirarme a un espejo de no ser por esas pequeñas arrugas que yo todavía no tengo. Ni siquiera le hace falta hablar, mueve la cabeza en un gesto de negativa y su mirada triste me dice lo que yo más temía: las consecuencias de mi gran invento no han sido buenas para la humanidad.
Suspiro y echo un último vistazo antes de hacer algunos desajustes y poner la caldera a máxima potencia. Luego, salgo a toda prisa del sótano y escucho cómo toda mi gran obra y cuanto hay en mi laboratorio vuelan por los aires. Me giro hacia mi otro yo, pero ya ha desaparecido: el peligro ha pasado, aunque después de convertir mi éxito en fracaso no puedo augurar más que problemas para mí. Era mi última oportunidad para que me dejaran entrar en el gremio de inventores y la he tirado por la borda por salvar un mundo que nunca sabrá lo mucho que me debe.
La libertad de pensamiento
Por Marina Marivela Vaquero
Instagram: Mido_chan_desu_hada_del_amor
Hoy voy a hacer algo que desde el principio supe que estaba mal, pero en mi interior se escondía una forma extraña de pensar que nunca nadie llego a comprender; ni si quiera mi creadora. Desde que abrí los ojos por primera vez en este mundo, supe que no era humana. Comencé a mover los dedos de mis manos, recubiertos de un contrachapado de bronce que era sujetado con varios engranajes y tornillos. Mis movimientos en general eran algo torpes y mecánicos, pero claro, era un robot. Con el tiempo comprendí que no era la única creada mecánicamente, ni si quiera era la mejor creada; los demás robots ayudaban a la creadora a hacer cálculos, a sujetar y mover objetos pesados; en cambio yo solo me quedaba en el laboratorio observando y aprendiendo, así que nunca comprendí cual era mi propósito. Aun así, ella pensaba que yo era la mejor de sus creaciones, decía que yo tenía lo más importante, la libertad de pensamiento. Ahora me encuentro en el laboratorio, pensando en aquellas palabras que dijo mi creadora. Lo siento, creo que estoy utilizando mal mi libertad de pensamiento, utilizándolo únicamente con fines egoístas.
Enciendo la máquina del tiempo; un destello que podría haber cegado a cualquier humano, pasa a través de mi figura. Ya había programado la fecha, tal y como había aprendido el día que la vi hacerlo a ella. Sé que me dijo que no debía acercarme a la máquina, y mucho menos usarla. Me dijo que si la usaba mal podría destruir el universo; pero aun así, iba a realizar mi primer viaje a aquel día. Si podía evitar su muerte, creo que aquel riesgo valdría la pena.
Cruzo a través del portal y repito “Lo siento creo que estoy siendo muy egoísta”.
El cálculo
Por Ariadna Hernández
Con las manos apoyadas en la tierra apisonada, de rodillas y la espalda arqueada como un gato por culpa de las arcadas no era como tenía previsto “aterrizar”. El brazalete manipulador del vórtice aún vibraba en su muñeca. Se oían muy cerca las campanadas un reloj, al menos sabía que estaba en una zona civilizada. Una voz atronadora y cazallosa irrumpió a su derecha: ”¡Rubio! ¡Aunque la bruja pelirroja sea una de tus artimañas hoy no te libras del duelo!”. ¡Estupendo! Se había materializado en mitad de un duelo y la tildaban de bruja, como las coordenadas fueran de la Edad Media se iba a encontrar en apuros. Un golpe sordo, como sonaría un fardo de tramoya teatral al dejarlo caer desde una gran altura y un quejido retumbó en la dirección que la voz. La sorprendida y aliviada exclamación de una multitud inundó el espacio que la circundaba. ¡Genial! Y encima tenía público, crítico en don de la oportunidad. Dirigió la mirada a su hombro conteniendo las ganas de vomitar y no vió el tirante de su petate ¡Maldita sea! Debía de habérsele soltado en el último momento y tenía la desagradable sospecha de haber noqueado a alguien con él.
Unas pisadas acompañadas de un sonido métalico se acercaron a ella desde su izquierda, se pararon a su lado, eran unas botas de cowboy: “Has llegado en el momento justo, esposa mía”. Mientras cogía la mano que le tendía sintió la gran satisfacción de la plenitud del éxito, había acertado en todo: localización espacio-temporal y planeta. Y había salvado de un duelo, seguramente a muerte, al gran amor de su vida. Por el que se había pasado una noche en vela haciendo cálculos inverosímiles. Pero contestó: “No tientes tu suerte, Rory.” Y le sonrió.
***
Si tuviera la suerte de alcanzar alguno de mis ideales, sería en nombre de toda la humanidad.
Nicola Tesla
Luz azul
Por Ster Vallender
Siguiendo las órdenes de Ivette, Yuudai marcó su destino en el dial de la máquina: 1881. Tras el viaje, salió sigilosamente de los sótanos del cuartel militar del 141 Boulevard Portier. Debía llegar a tiempo a la Exposición Internacional de Electricidad de Paris y conseguir una entrevista con Gustave Trouvé, para entregarle los planos que le permitirían el desarrollo de su coche eléctrico, de manera que no tuviera oposición posible en el mercado. El objetivo era dotarlo de mayor autonomía, velocidad y un precio más competitivo, con ello impediría que Ford tuviese éxito comercial. Sabía que se había embarcado en una misión muy complicada, pero de altísimo valor para el futuro. La DGSE le había elegido y él arriesgaría su alma por sus ideales. Miró su reloj de bolsillo, cogió su sombrero y su bastón y se puso en marcha.
Aquella mañana evidenciaba que la realidad había sufrido profundas transformaciones. Extraños vehículos circulaban por las calles y surcaban los cielos. Se trataba de una tecnología diferente, una alternativa al caos medioambiental reinante en los últimos tiempos. El desarrollo ilimitado de una tecnología basada en los combustibles fósiles, había puesto en jaque a la propia viabilidad del desarrollo tecnológico y el de muchos ecosistemas terrestres.
Ivette desde su despacho de la DGSE en el 141 Boulevard Portier, observaba las calles de la ciudad recorridas por tranvías de vistosos colores, coches a vapor y eléctricos y algún otro ingenio no reconocible sobre ruedas. La sorprendió ver a lo lejos, tras la Torre Eiffel, un dirigible surcando el cielo. Desde niña había soñado ver el cielo sin contaminación y suponía que con esta nueva situación, podría verlo pronto. No podía dejar de contemplar por aquella ventana la belleza de esta otra realidad, fruto de una misión que, presumía, había culminado con éxito.
La máquina de Wells
Por Eugenia Belin-Sarmiento Bravo
Los gritos de júbilo inundaron todo el laboratorio. La Doctora Wells corría frenética por todo el lugar. Ajustaba válvulas, comprobaba los indicadores de presión, llenaba contenedores de carbón programados para alimentar la caldera automáticamente, repasaba una y otra vez sus cálculos en las pizarras colgadas a modo de paredes. Todo era correcto. Se detuvo un instante para admirar su obra; una gran esfera toroidal, en pie frente a ella, brillante por el cobre y el aluminio y del cual los cables emergian y entrecruzan.
La doctora sonrió y tomó distraída entre sus dedos un mechón de su larga cabellera azabache, aclarado por níveos mechones que comenzaban a despuntar. Lo había conseguido. Había transcurrido más de 30 años, gastado toda la fortuna familiar y la expulsión de la Comunidad Científica Nacional. Había perdido mucho, pero finalmente, el mundo entero reconocería su gran logro. La Doctora Wells comprobó una vez más la presión, tecleó los últimos parámetros en la consola lateral y estaba todo listo. Retrocedió unos pasos cuando una neblina violácea emergió de lo más profundo de la máquina arremolinándose en su centro. La electricidad estática flotaba en el aire erizando cada vello de su piel. La niebla se estabilizó y formó un bloque sólido donde los colores comenzaron a dibujarse hasta formar una imagen.
Un prado apareció en el medio de la máquina. Ya no había regios caserones ni caminos que se bifurcan y convergen una y mil veces, ni gente ajetreada recorriendo el lugar; los zepelines ya no surcaban el cielo ni se escuchaba el traqueteo de los engranajes del gran reloj de la torre. Sólo quedaba campo; colinas pobladas de césped y el cielo más azul que nadie hubiera podido imaginar.
Una sonrisa cruzó el rostro de la Doctora Wells. Lo había conseguido.
PARADA SIN TIEMPO
Por Juan Carlos Martínez Alvarez
- ¿Desea el señor un té?
- ¿Qué es este lugar?
- Una parada en el tiempo sería una buena definición.
- Este lugar es una amalgama de épocas, ¿en qué año estamos?
- Sinceramente, señor, en ninguno. No quiero aburrirle con conceptos de física cuántica, esta es una dimensión espacio-atemporal intermedia. Usted debe esperar a la alineación correcta con la época deseada del túnel al final de ese pasillo. Mientras puede tomar algo.
- Esto es extraño, hay aquí tanta gente.
- Otros viajeros del tiempo. Es su primer viaje del tiempo, ¿verdad? Es normal su confusión, además de los efectos secundarios del viaje temporal, es como un jet lag de dimensiones estratosféricas.
- ¿Y este lugar? Parece el hall de un hotel de lujo de época.
- Como le comenté, hay que pasar por aquí obligatoriamente en todo viaje temporal, al principio era muy aburrido y bastante difícil saber en qué momento se alinea el túnel con la época deseada, lo cual daba lugar a muchos errores y no llegar al destino deseado. El Gremio de Viajeros del Tiempo decidió construir este lugar de descanso, puede ver en aquellos indicadores analógicos la fecha exacta de alineación del túnel, tiene un retraso de unos cinco minutos para dar tiempo a entrar en él.
- ¿Existe un Gremio de viajeros del Tiempo?
- Sí, debería darse de alta. Aquella puerta es una oficina del Gremio, le recomiendo hablar con ellos, le informarán mejor que yo, seguro; además de asesorarle y ahorrarle más de un disgusto. ¿De verdad no le apetece tomar nada?
- No gracias, mejor voy a la oficina del Gremio… vaya, acaba de aparecer en el indicador mi época. Muchas gracias, ha sido un placer.
- El placer ha sido mío señor.
Sentencia
Por Ana Morales Díaz
Nunca el servicio de correos tuvo tanta importancia en su vida como en aquel 1958, en Slovoda, donde los fallos del jurado llegaban por carta. Por alguna razón, ni una sola sentencia había dejado de cumplirse. Pero ella no estaba dispuesta a acudir a la llamada de su sentencia de muerte. En lugar de dirigirse al jurado, se introdujo en su casa- búnker y se colocó junto a la plancha.
Los comunicadores auditivos rusos avisaban de la existencia de electrodomésticos espías chinos entre la población. Su plancha era china, pero no era un espía: era un máquina del tiempo. Y la KGB estaba a años luz de adivinarlo. Con ella, había enviado a diversos lugares del pasado a todos sus parientes y amigos. Siendo la principal sospechosa de su desaparición y, a pesar de la falta de pruebas, la condenaron.
Cuando alcanzó la temperatura correcta, se acercó la plancha al rostro y se autoenvió al futuro lejano. Comenzó a vivir en un mundo idílico de armonía entre naturaleza y tecnología a vapor, en hábitats en simbiosis perfecta con valles, ríos, montes y sabanas. Sin embargo, no moría. No envejecía.
Comprendió que su inmortalidad no era un un efecto del viaje temporal, sino de las consecuencias por no cumplir la sentencia: la disidencia se castigaba con la longevidad perpetua.
Corrió a su cabaña climatizada, buscó la plancha en el arca y se sintió desfallecer por completo: del trasero de la plancha, colgaba un cordón acabado en un enchufe, columpiándose en el aire mientras ella lo sostenía. Había olvidado los enchufes; en aquel mundo no existía un sólo enchufe. Y no tenía ni idea de cómo inventar la electricidad: su electricidad
¿Quién teme al Lobo feroz?
Por David Manuel Pérez Maestre
Un ligero chasquido indicó que los engranajes que movían las pequeñas piezas de bronce con letras nacaradas se habían detenido formando la frase "Objetivo localizado".
El destello azul vrílico de los ojos del Relojero se fijó en la cinta perforada con las coordenadas espacio-temporales, mientras su cerebro automático repasaba los datos del objetivo:
"Lobo: Humano mejorado factorialmente con elementos lupinos y mecanodróticos.
Convicto fugado tras sustraer un ConSync.
Sujeto calificado como extremadamente peligroso."
El Relojero extrajo del bolsillo interior de su chaqueta la pequeña lata rectangular que contenía el ConSync. Manipuló brevemente los diales para introducir las coordenadas impresas en la cinta perforada.
El aire se llenó con un zumbido grave y desagradable, como el que hacen las moscas al merodear sobre un cadáver. Mientras el ConSync concentraba los microagujeros de gusano dispersos en una milla a la redonda para formar el portal espacio-temporal.
Inconscientemente, el Relojero hacía crujir sus nudillos mecánicos en un gesto de impaciencia demasiado humano para un autómata.
El zumbido finalizó con un alivio repentino.
Tras unos segundos, el portal pasó de ser un borrón en la pared del fondo del laboratorio a mostrar una soleada campiña herbácea con una pequeña cabaña de madera cercanaa un bosquecillo.
El idílico cuadro que flotaba en mitad de la pared atestada de extraños artefactos se vio desgarrado por un agudo grito.
Antes de poder siquiera pararse a analizar la situación, el Relojero se encontró corriendo sobre la hierba hasta atravesar la pared de la cabañita. Apenas percibió la tensión de viajar 120 años al pasado.
Envuelto en una nube de polvo y virutas, el Relojero analizó la situación; a su derecha, el Lobo, mil libras de furia e insertos mecanodróticos; a su izquierda, una jovencita cubierta con una capa con capucha de un rojo llamativo.
Más allá de un nuevo despertar.
Por Francisco Javier Rodriguez Alonso
Todo estaba hecho. Arriesgué mi tripulación, mi navío, nuestros sueños y esperanza. Era demasiado tarde para volver atrás, solo esperar la muerte tan lejos de casa. Miradas vacías en las que se podían ver la eternidad de los tiempos corroyendo el alma. Aquel día comprendí lo que era fallar a la humanidad. Entre medio de tanta desolación, de tablas y calderas humeantes, de tuberías y alambiques destruidos por la híper temperatura del vapor en su estado de Iris cencía y el crepitar de piñones y ruecas aun girando por la inercia de los actos de fe loca hacia un nuevo mañana. Ya estamos libres del yugo de las macro corporaciones que sentenciaban nuestras vidas a una existencia minimalista, sin decisiones, sin autovalidación, sin perspectivas de futuro para una raza que se extinguía como un fuego bajo la lluvia. Ese era nuestro mundo agonizante por el poder sin medida de los denominados los binarios; una elite de gobernantes parásitos desde los albores de la historia decidiendo cada minuto de nuestro tiempo en lo mejor para ellos. Basta ya, ahora solo somos unos 1001 de los 10001 que empezamos este viaje. Un viaje lleno de peligros, de traiciones, de luchas feroces con bestias marinas y guardianes místicos del abismo desconocido, donde los muertos no serán reclamados ni por unos, ni por otros. Al final estamos los que somos, viajeros de un desolador futuro para un esperanzador pasado. El anaranjado amaneces en la costa sobre el resto del naufragio, nos llena de ilusión y vemos un mundo nuevo pero conocido en tiempos remotos. Desde este nuevo Edén solo queda comenzar a construir una sociedad mejor que de la que huimos, trayendo con todos los mejores sueños, y esperar que desde este pasado no destruyamos nuestro nuevo futuro.