Este año para nuestro Tercer Aniversario convocamos un concurso de relatos. Se trataba de presentar un relato de un máximo de 500 palabras cuyo tema fuera el Aniversario de Steampunk Madrid y que fuera en clave retrofuturista: tenía que salir de alguna forma nuestra tradicional celebración de un picnic en El Retiro, introduciendo elementos de tipo steampunk o cualquier otro retrofuturismo (dieselpunk, ciberpunk, gaslight fantasy,…) Los relatos se leyeron en voz alta sin indicar su autor en el III Aniversario (domingo 14 de mayo en El Retiro) y se eligió el mejor por votación popular. El galardón correspondió al relato de Antonio Torrico, el primero que se presenta a continuación.
Consecuencias del calor
Me sobresalté al despertar. Apenas recordaba dónde me encontraba. Un hombre con una barba poblada me estudiaba con preocupación. Desde mi perspectiva parecía un gigante, como lo parecen todos los hombres erguidos cuando uno observa el mundo desde el suelo.
- Un golpe de calor ha sido, sin duda. Sí, un golpe de calor. Sin duda- Repetía entusiasmado mientras efectuaba malabarismos con una bola de cristal sin quitarme la vista de encima.
El diagnóstico de aquel desconocido trajo de vuelta todos mis recuerdos. Había viajado a aquella región extraña para dar caza a un animal cuya descripción rozaba lo mitológico. Se trataba de una peculiar especie de ave de vívidos colores, amplio plumaje y un gorjeo que, según decían, parecía el chillido de una persona.
Como un resorte lancé mi brazo en busca de mi escopeta de pistones. Mi fiel compañera de cacería descansaba a mi lado, compartiendo conmigo aquella siesta improvisada.
Con la confianza que me confería volver a estar armado, me atreví a incorporarme mientras estudiaba el sitio en el que había despertado. El paraje era un gigantesco mar verde que resplandecía con ese furioso sol del quinto mes que había acabado con mi consciencia.
Matorrales de los que brotaban plumas blancas o árboles cuyas ramas se desplomaban hasta el suelo eran solo algunas de las especies vegetales autóctonas. A lo lejos, algunos de los lugareños surcaban el agua sobre unas peculiares embarcaciones al amparo de unos gigantescos animales de metal que velaban su periplo desde la orilla. Muchos de ellos vestían de manera parecida: chalecos y gorras de fino estampado en forma de cuadrícula en diferentes tonos de gris se alternaban con sus protecciones oculares y sus complementos en forma de piezas de maquinaria.
- ¡Venid, venid todos! ¡Nuestro invitado parece estar recuperado!- exclamaba aquel barbudo malabarista con su habitual entusiasmo.
Del ángulo muerto que mi desmayo me había dejado sin otear surgió una pléyade de personajes, a cada cual más peculiar. Elegantes caballeros eran acompañados por damas que se protegían del sol con delicados parasoles traídos de ultramar.
Fue entonces cuando oí aquel singular gorjeo que me había traído hasta allí. Un atisbo de plumas de colores por el rabillo del ojo fue todo lo que necesité para efectuar mi disparo. Un momento después pude ver que había cometido un terrible error. El pequeño sombrero de una de aquellas damas, ornamentado con unas vistosas plumas de colores salió volando de su cabeza, herido de muerte por mi disparo.
El revuelo que provocó mi afrenta fue mayúsculo, especialmente por parte de uno de aquellos caballeros.
- ¡Cómo osa disparar a mi amada Safhina, bellaco!- exclamaba airado.
Era un hombre muy alto. Llevaba un chaleco de un rojo intenso, y un distinguido sombrero de copa. Pero fue el arma que llevaba sujeta al cinturón lo que llamó mi atención. Más después de que lanzara uno de sus guantes contra mi pecho, exigiendo una satisfacción por aquella afrenta.
Aquel fue tan solo el comienzo de un interesante día.
Por Antonio Torrico
La cesta de picnic perfecta.
Cada año Armando participaba en el picnic, pero sobretodo en el concurso de cestas de picnic, habia perdido cuatro veces, y no pensaba hacerlo una quinta.
En la primera ocasión los jueces habian denominado a su cesta como pueril, cumun y anodina, en la siguiente ocasión esta no habia resultado cumplir con los canones de resistencia exijidos por los jueces, y en la sigiente a esa la cesta habia resultado ser muy poco moderna.
Por eso en esta ocasión estaba seguro de su exito. Se habia preparado a conciencia.
Preparo sus ropas y todo lo que debia ir en la cesta. No escatimo en esfuerzos. El diseño habia durado tres meses y otros nueve su ejecución.
El dia señalado, Armando, apodado el demencial, segun el mismo inventor de frivolidades, se persono en el lugar señalado para la ocasión.
La cesta se encontraba tapada por una sabana, tenia el tamaño aproximado de una Calesa.
El primer juez, un hombre obeso que necesitaba unos pantalones con corse, un fajin para que su rechonchez no golpeara a su alrrededor. Le acompañaba la mujerzuela del sombrero extravagante, era de altura media, como la mujer que lo llevaba puesto, el tercer juez era el Carlino de la condesa, una ampliación craneana, que le daba una inteligencia superior, que bien le habria sido util a los muchos difuntos maridos de su dueña.
Observaron la cesta con sumo detalle, es mastodontica dijo el primer juez. Enorme es poco, corroboro el segundo, con un deje de aprobación en su voz. El tercer juez dio vueltas alrrededor de lacesta, a la tercera y con rostro de felicidad se paro, olisqueo la cesta, levanto la pata y meo con rostro de felicidad.
Finalmente la jueza del enorme, y tan ridiculo como enorme, emitio el juicio, - vera Sr. Armando, su cesta es Unica, y desde luego es facil de transporrar por que se transporta sola, es muy dolida e impermeable, pero si me permite la pregunta, veo ka bajilla, la cuberteria el mantel y la cristaleria, pero donde esta la comida?
Queda usted Descalificado., anuncio el segundo juez, el tercero lo ratifico dando media vuelta y cagando con alegria.
Mi venganza sera terrible dijo Armando. Dando media vuelta y abandonando el parque seguido de la cesta, que al avanzar sobre sus patitas hechaba bocanadas de humo.
Por Mikel V. Gómez
Huelga en el Aniversario
La jornada se antojaba perfecta: un día brillante de primavera, lo globos aerostáticos flotando en un cielo azul por el que de vez en cuando pasaba un zeppelín. Vario steamers reían y conversaban a lo largo y ancho de la verde explanada. Unos se concentraban en un duelo de té porque el Dr. R. consideraba falso el colmillo de T-Rex del señor H. Otro grupo intentaba apaciguar a una dama que retaba a otra porque afirmaba que Ada Lovelace era mejor que la gran pirata china.
En fin, un día perfecto para el picnic del tercer aniversario de Steampunk Madrid sin peligrosas criaturas plumíferas y palmípedas al acecho nada podía salir mal. Hasta que ocurrió. Al principio nadie se dio cuenta pero, poco a poco, empezaron a moveré hasta que un steamer dio la voz de alarma:
-¡Las cestas! ¡Damas y caballeros! ¡Las cestas están huyendo!
En efecto, cada contenedor de mimbre traído rodaba, corría, saltaba o se arrastraba lejos de sus dueños. Proferían ruidos en un volumen muy bajo, como murmurando.
Las gentes allí reunidas se lanzaron a por ellas, mas estas se defendían y seguían en su empresa. Les golpeaban con tentáculos nacidos del Sagrado Engranaje sabrá dónde, con sus ruedecitas, con sus patas de gallina clueca o dejando un rastro de sustancia amarilla viscosa.
Nada. Era imposible frenarlas. En eso, una de las cestas, blancuzca y con un agujero, brincó y sacó un cartel de su barriga. Un naturalista lo recogió y leyó en voz alta: HUELGA. Las cestas de picnic se habían puesto en huelga, exhaustas de estar cada día saturadas de las merendolas primaverales. Unas señalaban como podían determinados alimentos y hacían un sonido de asco, mientras que otras aprovechaban para poner pies en polvorosa.
Atónitos, los steamers no daban crédito a lo que veían. Habían visto teteras malditas, tazas traviesas, cubiertos cantarines, incluso manteles con complejo de alfombra mágica… ¿Pero cestas huelguistas?
Gritando todas a la vez e fueron en marcha sincronizada, dejando a los allí presentes boquiabiertos e impotentes. Pero esto eran cosas normales, gajes del oficio, y la fiesta continuaba…
Por Ángela Ramos González
Rivalidad
Antes de llegar, cuando aún era poco más que un punto blanco en el aire sobre las chimeneas de la ciudad, la aeronave apagó sus motores principales y se dejó llevar por su impulso y por el viento hacia su destino. Descendió en silencio, tanto que los patos del estanque apenas tuvieron tiempo de apartarse volando antes de que su barquilla, muy apropiadamente llamada así, hiciera contacto con la superficie. El lago artificial constituía la mejor referencia posible para cualquier aeronauta, y una pista de aterrizaje de lo más conveniente.
-Hemos llegado, amo.
La voz metálica del piloto hizo que el caballero levantara la vista del diario que venía leyendo sobre el castillo de popa, cómodamente sentado en una silla de mimbre bajo palio, y lo dejara sobre una mesita. En la portada aparecía la apertura de un nuevo túnel para el ferrocarril bajo los Pirineos, el cual había sido inaugurado por Su Majestad Imperial la víspera con gran festejo.
-Gracias Luft, - miró su reloj de bolsillo y luego de vuelta a la proa - justo a tiempo.
El pulido autómata con traje de marino hizo una reverencia mecánica y comenzó sin dilación a lanzar los anclajes magnéticos que debían afianzar la nave al embarcadero. Sobre ellos, la suave brisa mecía la bolsa de gas y a sus costados, el viajero reconoció varios monoplazas aéreos y un convertible de vapor y sonrió con anticipación. Sus rivales ya habían llegado. Se puso en pie de un salto y se estiró mientras inspiraba el aire del parque en aquella mañana. Además de acallar el ruido de los automotores, los árboles del Retiro estaban mejorados para atrapar las partículas y el azufre de la combustión del carbón, y eso se notaba al respirar. Ojalá algún día limpiaran todo el cielo de Madrid.
La hierba y las flores no eran los únicos aromas. Bajó las escaleras hasta la cubierta y la cocina le recibió servicial.
-El plato está en su punto óptimo, ¿cómo desea transportarlo?
El torso sobre raíles de su chef autómata se desplazó con agilidad para dejarle paso cuando se acercó a los fogones ambáricos. El pasajero examinó su trabajo con atención y asintió.
-Buen trabajo Löffel. - Pensó por unos instantes y luego le respondió. - En plato de madera bajo servilleta de tela. Incluye un cuchillo grande y un paquete de palillos, por favor.
-A la orden. - Y el cocinero autómata se puso manos a la obra.
Se atusó el chaleco, se echó al hombro su caja de cromotipos y su trípode, y en cuanto los dos sirvientes hubieron completado sus tareas, el caballero bajó por la pasarela de la aeronave llevando orgulloso su paquete cubierto. Ya desde el muelle, se volvió y les dirigió una mirada confiada:
-Ni esos concebollistas podrán resistirse a ésta.
Por Eric Rohnen
Jedis perdidos en mundos extraños….
¿Qué puede ser peor que ser un Jedi luchando contra el más malo de los Siths? Que durante la lucha no te des cuenta y entres en un agujero negro a un universo paralelo y te encuentres un único planeta habitable en varias galaxias a la redonda (por no decir el único en este Universo paralelo a simple vista). Y, casualidades de la vida, aterrizar sin más en un bonito parque enorme con un lago y un estanque lleno de Cyborg chapados a la antigua comiendo masas amarillas con ansia pura.
De lo que sacamos que…
Primero, esos Cyborgs tienen estómagos. Todos ellos. Y tales estómagos deben de ser enormes para albergar tanta cantidad de comida…. (¿Por qué no están gordos como Jabba The Hutt?).
Segundo…. No son robots de verdad… Son humanos vestidos.
MAL. ¿¿¿ES QUE NO HAY UN INVENTOR QUE ARREGLUE MI NAVE ESPACIAL ULTRAMODERNA??? Uy, pues sí, hay uno que arregla naves espaciales de ultimísima generación.
Total, que al final me quedé un rato con ellos (llevaban comida para dar y tomar y cada uno engordaron más de DOS KILOS) y me los llevé a todos en mi nave a conocer mi familia y que les dieran de comer esa masa tan extraña (por cierto, a través del mismo agujero negro, por misterios de la vida seguía ahí y sin problemas espacio-temporales). No había ningún Jedi entre ellos. No estaban suficientemente evolucionados…
Total, al final me contaron que estaban de celebración en ese parque cuando yo llegué. Y siguieron con la fiesta en mi casa…
Pero el maldito Sith, no sé cómo, logró presentarse en mi casa. Debí haberle seguido y no entretenerme en una fiesta con comida. Ya lo decían los maestros, la comida es tentación.
En resumen y sin querer extenderme mucho, nos estropeó la fiesta. Hubo un par de piernas rotas, un par de brazos cortados, un rodamiento de cabezas (solo hubo un decapitación, nada importante), entre lo más importante. Lo demás fueron heridas, mucha sangre y quemaduras, que se curaron rápida y felizmente. Y lo más importante, logré derrotar al Sith y enviarlo a la cárcel.
Pero mis invitados se lo pasaron bien. No hubo ninguna perdida que reseñar (quitando al de la cabeza). Eso sí, qué majetes, me ayudaron un montón. Al final sabían luchar con sus bastones en plan artes marciales y hubo un par de vestidos y camisas rotas, pero nada que se pueda coser. Nos hicimos muchas fotos e intercambio de recetas (me dieron todo tipo de recetas de esa masa amarilla llamada TORTILLA). Y me nombraron Juez Supremo de las Tortillas (ni idea de lo que es, pero comes un montón de tortilla).
Nos volveremos a ver el año que viene. Si siguen igual de “sanos”.
Por Marina González
Reflejos
Me estaba retrasando, tenía que llegar al Retiro. Era el III Aniversario de Steampunk Madrid y no quería faltar a la cita. Con las prisas, no sabía si me había puesto bien el sombrero y el pañuelo; me fui mirando en las ventanillas del Metro y el débil reflejo me hacía intuir que iba aceptable. Lo más importante era lo que llevaba en mi bandolera: un gran hallazgo en el Rastro por un precio razonable. Que qué era, eso ni idea. Lo llevaba para ver si entre todos lo podíamos averiguar y teníamos un rato entretenido.
Saludé al Ángel Caído, y juraría que me guiñó un ojo... Sería un reflejo del Sol de justicia que caía ya este mayo, pero me dio un susto, que atribuí inmediatamente a mi inflamada imaginación. Limpié mis gafas oscuras y dirijí mis pasos hacia el Palacio de Cristal, en cuyas inmediaciones me esperaba un grupo de aficionados. Estaban haciéndose notar agitando sus guantes y pañuelos. Tras los ceremoniosos saludos, ardía en deseos de mostrarles mi hallazgo.
Abrí mi bolsa y lo saqué. El instrumento, que eso parecía, constaba de una base broncínea con diversos orificios, también uno por debajo más grande, y de un soporte basculante para un cristal pulido de cuarzo ahumado que parecía una lupa. Algunos símbolos grabados nos intrigaron, al igual que sus ranuras y salientes, y nos lo pasamos de unos a otros, toqueteándolo por todos lados, comentando y especulando qué sería y su función. Hasta que a alguien se le ocurrió hacer girar el cristal en su eje, y una luz y un zumbido llenaron el aire, todo parecío temblar y vimos aquello inexplicable...
Frente a nosotros pareció abrirse un portal a otra dimensión, un círculo de bordes borrosos en el mismo aire y, dentro de él, un grupo de personajes nos miraba con cara de asombro... Al fondo, como si de un reflejo se tratase, aparecía un Palacio de Cristal, pero parecía diferente... Entonces, nos dimos cuenta.
Éramos cinco personas, como ellos. Uno miraba hacia atrás, justo como uno de nosotros. Tras ellos estaba su Palacio de Cristal, y tras nosotros el nuestro. Lo que veíamos era una suerte de espejo de nuestra realidad... Y, de pronto, el espejismo desapareció. Asombrados, discutimos brevemente, pero pronto decidimos volver a hacer girar el cristal como antes. Y volvió a aparecer el grupo de personajes, manipulando un objeto, como el nuestro. No éramos nosotros, de eso estábamos seguros, pero...
Nuestro colega más alto se reconoció en el más bajo de ellos, y su bombín se tornó en chistera en su cabeza. Nuestra amiga vio su alter ego masculino, y tan apuesto le pareció que se enamoró al instante. Barbado y con kilt morado, con bigote y kilt naranja. Y el cielo era verde, dos soles blancos y el lago era rojizo...
El espejo abandonó su giro, y una nube de tormenta nubló el Sol. Corrimos a refugiarnos de la lluvia y los truenos, y el silencio nos llenó por dentro.
Por Madame Eloise